LA RESACA VA A SER ÉPICA.
Uno de mis hijos tardó diez horas en regresar a Madrid desde Tarifa el domingo pasado. El atasco en la carretera de Andalucía era memorable. El otro, que prefirió subir a la sierra, tuvo dificultades para encontrar un restorán donde almorzar. Un servidor, que pretendía visitar a mis padres, que viven en una residencia en Navarra, tuvo que desistir del intento. El hotel habitual donde me alojo estaba completo.
Otros en pueblos aledaños de la ribera, también. La capital de España lucía imposible, los templos sagrados repletos, las otras iglesias profanas donde se celebra la alegría pascual con viandas y buen vino, lo mismo.
Si yo fuera el presidente Sánchez organizaría una entrevista en uno de los medios adictos para decir que la Semana Santa ha demostrado la fortaleza de la economía española. Pero estaría mintiendo, que es su inclinación natural e inexorable.
Es verdad que todos los restaurantes y hoteles han estado a rebosar durante las Pascuas, a pesar del incremento exponencial de los precios, pero también que este fenómeno ha tenido poco que ver con el presunto estado robusto de la coyuntura del país. Ha tenido que ver con el estado de ansiedad general. Después de dos años de encierro, la gente quería pasar página a toda costa, a sabiendas de lo que le esperaba a la vuelta: un escenario corrosivo.
La inflación más alta en décadas, la estabilidad del mercado laboral en almoneda, la inversión desconfiada y titubeante, la rentabilidad empresarial en picado a pesar de la subida de las tarifas, y al frente de la nave de la nación un político mendaz que ignora cómo responder con tino y criterio a los enormes desafíos del futuro.
Un político que con el pretexto de la pandemia y ahora de la invasión de Ucrania lleva demasiado tiempo disfrutando de barra libre para impulsar un gasto público sin control financiado con pólvora del rey. Pero esto ya se ha acabado. Definitivamente.
El Banco Central Europeo ha anunciado que en julio dejará de comprar la deuda pública de los estados, como venía haciendo en los últimos años. Ya era hora. Este comportamiento constituía una auténtica anomalía. Que el banco central se preste a adquirir tus bonos sin exigencia alguna de adónde se destina este extra de liquidez es una juerga deshonesta. Y un Gobierno irresponsable como el de Sánchez se ha empeñado a fondo en rebosar el cobijo letal para desaprovechar estas condiciones monetarias inéditas: el gasto corriente, que al final acaba convirtiéndose en estructural y repetitivo, que es una losa para los presupuestos venideros.
La revalorización de las pensiones, el aumento espectacular del empleo público y la previsible consolidación del poder adquisitivo de los funcionarios son todas noticias desdichadas para la garantía de la sanidad de las cuentas estatales y del bien común.
Es obvio que satisfarán de buen grado a los colectivos implicados, todos ellos dependientes del favor público, pero a costa de perjudicar al sector privado y al resto de los trabajadores que se desenvuelven en el mercado y que son los que levantan un país. Las consecuencias de la retirada de estímulos del BCE no serán pequeñas.
En poco tiempo, el Gobierno español tendrá que acudir al mercado en busca de recursos y empezar a pagar el tipo de interés que los inversores le exijan. Dada la situación perentoria de la economía nacional, éste no va a ser leve, incluirá la prima de riesgo correlativa a los fundamentales que muestra la coyuntura -así como la posibilidad de impago- y aumentará la carga en el presupuesto, repercutiendo desde luego en un crecimiento que será inevitablemente menor, combinado con unos precios que no van a ceder y anticipando el escenario de ‘estanflación’ que es el peor de los posibles.
Por mucho que el Banco de España haya optado por contemporizar, por más que Christine Lagarde trate de insuflar optimismo en busca de la profecía autocumplida, el riesgo de desaceleración económica es más intenso del que se dice oficialmente y la inflación va a ser más alta de lo que se pregona. La gente que se ha ido de vacaciones a Dios gracias para curar su ansiedad o su desesperación, y principalmente porque le ha dado la gana, no tiene duda alguna al respecto. Y lo peor es que nosotros, que el Gobierno, no ha hecho los deberes oportunos para conjurar la amenaza.
Haber vivido hasta la fecha sin limitaciones fiscales de ninguna clase debería obligar a Sánchez a un replanteamiento radical de su estrategia económica. No lo hará a pesar de que los daños van a ser enormes y generalizados. La inflación castiga el poder adquisitivo de los ciudadanos, socava los márgenes de las empresas, empieza a dañar la vivienda en propiedad, debido al aumento del euribor, que es el índice de referencia de todas las hipotecas -del que hasta ahora no nos habíamos preocupado, pero que va a volver a ser un quebradero de cabeza-, despierta las demandas salariales en busca de cobertura frente a los riesgos evidentes de la crisis y debilita la capacidad de reacción para rechazar todas esas actitudes tan lógicas como inatendibles en aras de la conservación del medio ambiente económico.
En la Semana Santa hemos vivido el efecto rebote, después de dos años afectados de lleno por la pandemia; puede que el verano todavía siga siendo bueno dada la comparación, pero el clima empresarial está enrarecido, las expectativas de negocio son frágiles, y unos tipos de interés al alza son como una guadaña que amenaza todo lo que tiene a su alrededor, en un país con un endeudamiento brutal y uno de los costes de energía más caros de Europa. Vamos a ver cómo va la temporada de verano.
De momento mi hermano ya tiene planeado regresar este año a la República Dominicana para pasar las vacaciones con la familia. En una gran cadena española, de esas que cuando tienen un beneficio, ven cómo se lo arrebata el Gobierno para recolectar súbditos pensionados y finalmente votantes. Le va a costar la mitad que en Sancti Petri, Cádiz. No es ni de lejos tan auténtico, pero es razonablemente satisfactorio.
(Miguel Angel Belloso/OkDiario/21/4/2022.)
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