Corazón de padre, corazón de esposo
Por Gabriel Le Senne
El pasado 8 de diciembre de 2020 el Papa publicó “Patris corde” (“Con corazón de padre”), Carta apostólica sobre San José, a quien además ha dedicado este año. Es un documento breve, apenas dieciséis páginas, pero brillante: lo mejor del Papa hasta la fecha, en mi humilde opinión. Se nota su devoción por San José, de la que viene hablando desde el comienzo de su pontificado, y que se condensa en esta Carta.
Es además un documento ideal para ir leyendo tranquilamente por etapas, porque se divide en siete apartados, correspondiente a siete rasgos del Santo Patriarca que va desgranando. No sufran: no se los voy a resumir todos. Destacaré sólo una idea, recomendando encarecidamente leer la Carta entera, especialmente a quienes tienen la suerte de ser padres.
El Papa -y yo- estamos de acuerdo con la ministra Celaá en que los niños no son de los padres. Pero mucho menos del Estado, claro. Lo que dice Francisco es que el amor posesivo es peligroso; se vuelve destructivo. El niño no es nuestro, sino que nos es confiado, como el Niño Jesús fue confiado al cuidado de San José.
Les cito la que tal vez sea para mí la mejor frase -y hay muchas donde elegir-: “la lógica del amor es siempre una lógica de libertad”. El Papa destaca el deber de respetar la libertad del hijo. Un padre, nos dice, en cierto modo completa su acción educativa cuando se hace “inútil”: el hijo, educado en la libertad, ha logrado ser autónomo. El del padre debe ser un amor casto, como el de San José: y la castidad, nos dice el Papa, está en ser libres del afán de poseer. Y añade: “Dios mismo amó al hombre con amor casto, dejándolo libre incluso para equivocarse”.
Esta coincidencia -parcial- con alguna línea del pensamiento, digamos, progresista, me lleva a otro texto leído recientemente. J.R.R. Tolkien, en su carta 43, dirigida precisamente a uno de sus hijos, critica el ideal del amor romántico o caballeresco. ¡Ya ven, como las feministas! Opina Tolkien que ese amor romántico, idealizado, fruto del flechazo instantáneo y en el que aparentemente no interviene la libertad, considera a la mujer una especie de divinidad o “estrella guía”, cuando en realidad es un ser humano, como el varón: “una compañera de naufragio con un alma en peligro” (Tolkien tuvo una vida dura, sobre todo al principio: huérfano temprano y combatiente en la Gran Guerra, donde cayeron algunos de sus mejores amigos). Le explica a su hijo que, aunque por supuesto que el enamoramiento juega un papel, sobre todo al comienzo, lo esencial del amor conyugal es la voluntad y el esfuerzo cotidiano. O sea, el ejercicio responsable de la propia libertad.
No me resisto a citar algún fragmento: “la esencia de este mundo caído es que ‘lo mejor’ no puede obtenerse disfrutando, o por lo que se denomina ‘autorrealización’ (normalmente un bonito nombre para la autoindulgencia, enemiga total de la realización del prójimo); sino mediante la abnegación y el sufrimiento. (…) Ningún hombre, por más que haya amado a su novia de joven, le ha sido fiel en cuerpo y alma como esposa sin un deliberado y consciente ejercicio de su voluntad, sin abnegación. A muy pocos se les dice esto, incluso a los educados en la Iglesia”.
Doctrina católica, como ven. Por algo su tutor fue sacerdote oratoriano, discípulo de San John Henry Newman. Sólo matizaría que, a través de la caridad, esa abnegación sí puede disfrutarse. De hecho, implícitamente se deduce de las propias palabras de Tolkien: se lo está recomendando a su hijo, evidentemente por su bien. Porque como dijo Cristo, “quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien la pierda por mí la encontrará”, y esta es la paradoja cristiana: olvidarse de uno mismo conduce a la propia felicidad. Y Tolkien fue muy feliz con su mujer. Ya lo dijo Benedicto XVI: “La libertad, como la vida misma del hombre, cobra sentido por el amor”.
(MallorcaDiario/11/2/2021.))
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