VOX o el antipopulismo
Por Gabriel Le Senne
Tras la monserga de ‘extrema derecha’, la acusación de ‘populismo’ es la que más vemos empleada incorrectamente más a menudo. Dice la RAE que populismo es la “tendencia política que pretende atraerse a las clases populares”. La definición no parece demasiado precisa, o al menos se antoja algo insuficiente. Populismo implica ir a lo fácil, a lo que el público desea oír; decir lo que se sabe que agradará al oyente. Ir a favor de corriente, en definitiva, pero de un modo que en el fondo encierra algún tipo de engaño: una propuesta irrealizable, o que no piensa realizarse, o que en realidad es contraproducente.
Populista es, por ejemplo, ofrecer pagas universales, o subidas del salario mínimo, o privilegios a ciertos sectores de la población. Son propuestas que pueden sonar bien, pero que no sirven realmente al bien común. Populista es también emplear eslóganes simpáticos pero vacíos como “todo va a salir bien”, “salimos más fuertes”, o “no vamos a dejar a nadie atrás”. El populismo está muy relacionado con la demagogia. Populista es también cambiar de siglas, de imagen o de sede, para intentar distraer de una derrota o desvincularse de un pasado desagradable. Populismo hay en todos los partidos, pero en unos más que en otros.
Defender revisar el Estado de las Autonomías, en cambio, no es populista, sino transgresor: en 40 años nadie había tenido el valor de plantearlo abiertamente. Pero si las autonomías servían para contentar al nacionalismo, y esto se demuestra imposible, nada más lógico que plantearse una revisión del modelo territorial, máxime cuando parece muy conveniente que al menos haya alguien que tire de la cuerda en sentido contrario a los separatistas. Se esté de acuerdo o no con la idea, convendrán conmigo en que nada impide en democracia plantear un cambio en el modelo territorial; por los cauces constitucionales, por supuesto. Hasta hace pocos años parecía que cualquier propuesta de este estilo estaba condenada al fracaso por falta de apoyo popular, de modo que es lo contrario al populismo.
Del mismo modo, la defensa del libre mercado, del sector privado, no tiene nada de populista: España es según diferentes encuestas un país profundamente colonizado por una mentalidad socialista, contraria a la economía libre. Sin embargo, está más que demostrado en la teoría y en la práctica que la libertad económica genera prosperidad. Basta ver cómo China ha sacado a millones de la pobreza extrema a poco que ha permitido algo de libertad económica.
En cuanto a la defensa de la vida, lo populista es defender un supuesto ‘derecho al aborto’ o un ‘derecho a la ayuda a morir’: decirle a la gente que puede dar rienda suelta a sus apetencias sin problema alguno, sin molestias ni sufrimientos. Lo contrario al populismo es señalar a la gente que algunas cosas que quizás deseen están mal; que deben ser responsables; que existen deberes morales que deben prevalecer sobre instintos o conveniencias.
Es igualmente populista sugerir que se puede cambiar de sexo o ‘género’ con sólo desearlo, o incluso tomando unas hormonas y sometiéndose a ciertas operaciones quirúrgicas cuyo único resultado seguro es la esterilidad. Lo responsable es recordar que no es posible cambiar de sexo, y que ello no supone ninguna falta de respeto para nadie, sino la simple realidad.
Es populista emplear los sentimientos de aprecio por la naturaleza y por los animales que todos compartimos para impulsar políticas poco claras que implican cambios radicales en nuestro estilo de vida. Lo contrario al populismo es evaluar fríamente las ventajas y desventajas de esos cambios, siendo conscientes de sus costes, incluyendo los destinos alternativos que podrían recibir los recursos que se están empleando en ellas.
No es populista, en fin, señalar la apocalíptica crisis demográfica que ya empieza a desplegar sus efectos entre nosotros, estudiar sus causas y posibles remedios: la necesidad de reivindicar la familia, los hijos, sin excluir una inmigración ordenada y, por supuesto, dentro de la legalidad.
Si hay algo definitivamente populista, y tal vez algo peor, es tratar de evitar el debate con nuevos actores políticos repitiendo machaconamente etiquetas como ‘ultraderecha populista’ cuando como hemos visto, las ideas expuestas no tienen nada ni de ultraderecha ni de populismo, y sí mucho sentido común.
(MallorcaDiario/18/2/2021.)
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