24/11/2008.
¿Por qué las chicas son cada vez más violentas?
En los últimos cinco años, la delincuencia juvenil femenina ha aumentado un 20%. Cada vez son más las adolescentes que protagonizan agresiones físicas y verbales a personas de su entorno escolar y familiar. ¿Qué está pasando para que en un sector de la población tradicionalmente ajeno a la violencia se haya disparado el uso del puñetazo y el insulto como fórmula para afrontar conflictos?
Por María Coriso. Ilustración de Pablo Pino.
El siguiente «diálogo» lo podemos leer, tal cual, en un foro de Internet: «Pokera ers una pedaz de puta warra T voy a meter una ostia k t voy a matar. Vas d dura y segur k no tiens ni media ostia. A ver si tiens cojones d decírmelo a la cara zorra hija d puta (sic)». A lo que la aludida responde: «Ella sabra lo que hace con su coño dado de si. E leido por hay que la gusta el bakalao, pues si quieres buscarme ya sabes donde estoy, en radikal finde tras finde, asi que ya sabes (sic)».
Pese a su lenguaje desgarradamente arrabalero, las que así se expresan son chicas que no han abandonado del todo la adolescencia, muchachas que todavía van al instituto o trabajan para pagarse la independencia. Sus palabras asustan por la violencia que emana de ellas. Y, sobre todo, porque no suenan a farol, sino a una amenaza muy real.
A pesar de que los varones continúan siendo los grandes protagonistas de la delincuencia juvenil, los datos de los últimos años corroboran la percepción que ha ido calando en la sociedad: la de que cada vez hay más chicas jóvenes que cometen delitos, agresiones o infracciones. Las últimas cifras ofrecidas por Policía y Guardia Civil reflejan que, entre 200ı y 2005, el número de hombres jóvenes detenidos ha disminuido en torno al 20%, mientras que entre las chicas las detenciones han aumentado, aproximadamente, en esa misma proporción. Más datos: según el balance de la Agencia del Menor Infractor de Madrid, entre septiembre de 2007 y agosto de 2008, ingresó en centros de menores un 24% más de chicas que en el mismo periodo del año anterior.
Roles masculinos. Desde la Fiscalía de Menores de Madrid, Javier Urra confirma esta tendencia al alza y describe así la situación: «Llevamos una década en la que se ve una mayor implicación de chicas jóvenes en actos violentos. Si antes era más una cuestión de hurto y pequeñas sustracciones, hoy tenemos muchos casos de chicas que se agrupan para partirle la cara a otra que es distinta, que les cae mal. Esto hace dos décadas era impensable. No se daba», explica el psicólogo. «Se ha producido un cambio social que hace que algunas digan ‘yo también puedo emplear el insulto y la bofetada, igual que los chicos’. Piensan que la violencia les funciona y se hacen respetar valiéndose de ella».
Este cambio no se está produciendo sólo en España: en Francia, según datos del Observatorio Nacional de la Delincuencia, el número de chicas adolescentes que cometen agresiones violentas subió un ı40% entre 2002 y 2007; en Gran Bretaña, de acuerdo con las estadísticas anuales del Consejo de Justicia de la Juventud, se ha duplicado en tres años el número de delitos violentos cometidos por chicas de ı0 a ı7 años; en Finlandia, en los últimos ı0 años, ha aumentado en un 80% el número de mujeres jóvenes acusadas de asalto…
En Estados Unidos llevan más tiempo viendo cómo crece la violencia juvenil femenina: entre ı992 y ı996 ya se incrementó en un 25% el índice de crímenes cometidos por chicas. Las estadísticas sólo recogen los casos más llamativos, aquéllos en los que la gravedad del delito o la agresión conduce a las chicas a los juzgados de menores. Es el último escalón, pero, sin necesidad de llegar hasta ahí, basta con entrar en los foros de Internet.
El fenómeno no es totalmente nuevo. En realidad, la idea de que la delincuencia juvenil femenina crece y crece de forma imparable no es de hoy. Fue una predicción que se hizo allá por los años 60 desde determinadas teorías criminológicas, que auguraban que, en la medida en que las mujeres se iban a igualar a los hombres, también lo harían en términos de violencia. «Es una expectativa que existe y que está ahí», explica Raquel Bartolomé, psicóloga del Centro de Investigación en Criminología de Castilla-La Mancha y coautora de diversos trabajos sobre delincuencia juvenil femenina.
Bartolomé maneja datos que muestran que se ha ido dando una equiparación en comportamientos antisociales. «Tienen mucho que ver con el estilo de vida juvenil: fumar, beber, consumir drogas… Incluso también conductas de vandalismo, que eran menos frecuentes. Pero no se ve tanto esa equiparación en violencia o agresión hacia otros», aclara. «Lo que sucede es que, como tradicionalmente las cifras de chicas involucradas en delitos era tan, pero tan baja, a poco que suba nos encontramos con que los porcentajes de incremento se disparan».
Ganan los chicos. Efectivamente, aun cuando en cinco años haya aumentado en un 20% la delincuencia juvenil femenina, y se haya reducido en este mismo porcentaje la masculina, la mayoría de varones sigue siendo abrumadora: ı9.8ı9 chicos frente a 2.754 chicas. Por eso, el perfil del joven violento y antisocial continúa correspondiendo al de un muchacho y, también por eso, son muy escasos los trabajos de carácter empírico sobre la violencia femenina; de hecho, se sigue trabajando con la idea de que el delito femenino responde a los mismos modelos que el masculino.
El Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, Arturo Canalda, lo corrobora: «En nuestros informes no se hace distinción entre chicos y chicas; lógicamente, como la mayoría de infractores son varones, las teorías e interpretaciones reflejarán mejor su realidad que la de las chicas». Y desde la Guardia Civil y la Policía Nacional, consultadas infructuosamente, se señala también que no hay especialistas para este tema. Y eso no ayuda a dar con las claves que expliquen por qué las chicas han sido tradicionalmente menos violentas que ellos, ni por qué comienzan a darse más casos de violencia femenina.
La interpretación más socorrida es la de que ellas quieren ser igual que los chicos. Javier Urra apunta que «estamos en una sociedad igualitaria, para bien y para mal. Antes se intuía que la mujer tenía que ser sumisa, atenta, bien hablada, hacendosa… Ésa era la terminología. Hoy no; hoy la mujer compite en todo y hay algunas chicas que buscan el protagonismo a través de una imitación de roles masculinos negativos».
Cambio de actitud. La agresividad a la hora de buscar pareja sexual y ese cambio de rol también se contempla en Internet: «Que puto pendejo eres zorra, si quieres ligar metete en otro foro zorra mas que zorra. Por cierto, sois todos maricas? Porque estoy como loca por hacerme con el msn de alguno y no sois capaces de ponermelo. Si es que sois timidos, no os preocupeis, yo no soy nada timida. k sepais k teng ı buen par de tetas y k ls tios kn ls k e stao siempr me dicn k ls tng mazo bonitas. No busko novio ni na solo pasar ı buen rato (sic)».
En esta equiparación de las chicas a los roles masculinos negativos, Raquel Bartolomé introduce otros matices: «La cultura juvenil, como otras cosas, ha estado siempre definida por la cultura juvenil masculina. Ellas intentan adaptarse a esos valores, conductas y estilos que eran propios de los chicos, porque era a ellos a quienes se les había permitido desarrollar dicha cultura». Bartolomé considera que es «una adaptación a aquello que socialmente se identifica con la juventud: el riesgo, el aprovechar y vivir el momento, el medirse con otros».
Medirse con otros, como Mimi28, que en un foro de Tele5 se expresa así: «En la calle primero te ostiaba yo, despues mi novio, y despues otra vez yo, ojala te conociera para poder tirarme a tu novio, asi me vengo yo de las putas como tu» (sic). Así pues, el poder estaba en manos de los chicos y las chicas están empezando a reclamar su parte del pastel.
Y eso se está viendo en todos los ámbitos, pero con mayor virulencia en el escolar. Tal y como explica Asunción, profesora en un instituto de secundaria de Madrid, «se está notando mucho ese cambio de actitud en las chicas, una especie de equiparación negativa a los chicos: quieren ser aceptadas y acceder al poder, a ese poder que hay por la calle y por las aulas, por la vía de ser más mala todavía que ellos. Suponen que así van a tener aceptación y respeto. Es sólo una parte del alumnado, afortunadamente, pero sí se está viendo que aumentan las chicas que ejercen una violencia o una negatividad cada vez más parecida a la de los chicos. Les imitan en el lenguaje corporal, las expresiones, las chulerías…».
Recuerda Asunción que hace un año le tocó en suerte una tutoría complicada, en la que una serie de alumnos ejercía un control de la situación y trataba de imponer su ley y su ritmo a los demás. Pues bien, ese grupo estaba compuesto por un chico… y cinco chicas. «El mecanismo es siempre el mismo, ir a por los profesores más vulnerables. En cuanto aprecian un atisbo, una fisura de debilidad, intentan tomar el control y llega el ‘me vas a aprobar por narices’. Y cada vez hay más chicas con esta actitud».
Acoso escolar. Una actitud de violencia hacia los profesores y, por supuesto, hacia sus iguales. Porque el acoso a los compañeros, el bullying en los centros escolares, no es una prerrogativa de los varones. Y lo sabemos porque lo hemos visto con nuestros propios ojos: muchachas propinando una tremenda paliza a otra que está tirada en el suelo, mientras sus compañeras les jalea y lo graban con el móvil. De ahí a subirlo a Internet –con el espeluznante efecto megáfono que conlleva– sólo hay un paso.
La emisión en televisión de estas agresiones, en horarios de máxima audiencia, ha contribuido a que se dispare la alarma social en lo concerniente al acoso escolar femenino: «Como es una conducta que está peor vista en las chicas que en los chicos, cuando se ve llama mucho la atención», explica Raquel Bartolomé. «Sabemos que las jóvenes no son cómo eran, pero uno sigue esperando que ellas no hagan ese tipo de cosas; por eso, cuando se da, se magnifica».
Magnificado o no, lo cierto es que las chicas también acosan. Nora Rodríguez, psicóloga y autora de Stop Bullying y Guerra en las aulas, apunta que esta violencia escolar femenina empieza a gestarse muy pronto, «desde los siete años, cuando utilizan la fuerza psicológica, el rumor y el acoso moral para aislar a las otras. Se van atravesando distintas etapas en las que se va conformando la líder negativa, que normalmente es violenta y hace daño, no necesariamente físico. A partir de los ı3 años, ya sí puede entrar la agresión física y es entonces cuando nos llevamos las manos a la cabeza». Rodríguez aclara que no hay que olvidar que la violencia es un aprendizaje social: «En algún momento de sus vidas, estas niñas, ya sea por abandono o por sobreprotección, aprendieron que actuando de esta manera tenían ventajas. Y tampoco hubo nadie a su lado para demostrarles que lo que ellas consideraban ventajas no eran tales».
Nora Rodríguez ha visto «casos muy graves, de chicas que queman el pelo a otra, echan gasolina… y cuando hablas con estas adolescentes la respuesta es ‘si yo no lo hago, me lo van a hacer a mí’, ‘ella se lo buscó’ o ‘yo no hice nada’. Por más que justifiquen la violencia, lo que se observa es una gran dosis de deshumanización, de insensibilidad, de dureza, de frialdad». A esa misma dureza alude Javier Urra cuando describe a las chicas que llegan al Juzgado o a la Fiscalía: «Antes venían asustadas, llorosas, incluso con un cierto sentimiento de pecado. Eso ha desaparecido: su tono, su actitud, su forma de mirarte... es profundamente despreciativa. Incluso durante el juicio te replican con ‘a mí qué me vas a decir’ o ‘tú qué sabrás’». Urra explica que «no quieren mostrarse compasivas, van de malotas, de perdonavidas, de estoy fuera del rebaño’».
Esa actitud de estar fuera del rebaño a veces encuentra su justificación en motivos supuestamente ideológicos.
En un foro de debate entre chicas que se autodenominan «nazis» y «antifascistas», encontramos el siguiente intercambio de piropos: «Rubia de pote man dicho no? Es decir chocho morenote, jaja, k aria eres majíca. Si por vosotros mismos no entrais en razon, lo haremos nosotr@s a base de patadas» (sic). Respuesta: «No llores despues cuando estes en el hospital gorda de mierda te voy a inchar a navajazos yo sola cuando te vea en el tren» (sic).
Si el porcentaje de chicas que llega a las fiscalías de menores es mucho menor que el de chicos en lo que se refiere a delitos comunes (en una proporción de nueve a uno) las cosas cambian cuando de lo que hablamos es de la violencia contra los padres: entre un 30 y un 35% de estos episodios están protagonizados por chicas.
Padres y víctimas. Las razones las apunta Vicente Garrido Genovés, profesor de Psicología en la Universidad de Valencia y autor del libro Antes que sea tarde: cómo prevenir la tiranía de los hijos: «En la violencia en el hogar, la meta es el control de la casa, y no se requiere el deseo de protagonismo mediante el delito, ni se está dispuesto a correr los riesgos de robar o enfrentarse a otras figuras de autoridad. En suma, ser violento en casa es menos arriesgado que fuera, y, por ello, las chicas (menos amantes del riesgo y de la transgresión que los chicos), pueden ser en mayor medida agresoras en el hogar».
Latente durante años, el problema de la violencia hacia los progenitores ha comenzado a salir a la luz hace poco. Carmen Balfagón, directora de la Agencia del Menor Infractor de la Comunidad de Madrid, señala que «cuando nos dimos cuenta de que el delito familiar adolescente crecía, creamos un programa que está dando buenos resultados, con un índice de reincidencia inferior al ı%. Como se trata de un delito muy delicado, hemos apostado por la especialización».
Por ello, cuentan con un centro dedicado exclusivamente a este problema, El Laurel. Su director, Manuel Córdoba, corrobora que, aunque también es un problema que se presenta más en varones, el porcentaje de chicas que maltratan a sus padres es muy superior al de otros delitos: «Tenemos un 62% de varones y un 38% de mujeres. Con respecto a las diferencias que observamos entre unos y otros, hemos visto que, cuando el delito lo cometen chicos, la familia suele reaccionar antes».
Sin embargo, con las chicas se aguanta mucho antes de destapar el asunto. «Se espera a denunciar hasta que llega la agresión física, con lo que el problema se ha cronificado: llegan a Fiscalía en una situación más caótica, de mayor crueldad, ya han hecho la coraza», prosigue Córdoba. «Para que una niña llegue a agredir a sus padres, ha tenido que fabricar defensas psicológicas, porque la dureza emocional se construye antes de la agresión».
2 comentarios:
De todas las muchas cosas que me indignan o me apenan en nuestra España, ésta es posiblemente la que más me entristece. Qué terrible desolación debe ser la de quien se enfrenta a una hija deshumanizada. Qué horror, no quiero ni imaginármelo.
Todo parece una consecuencia más de que la mujer sigue sin encontrar su sitio.
Antes había que dignificar nuestra condición, pues sin duda éramos ciudadanas de segunda, pero ni nosotras ni nadie ha sabido hacerlo. Se trataba de hacer ver a la sociedad que, siendo como somos, valemos tanto como los hombres. Y hubiera sido suficiente con no ponernos trabas y darnos las mismas oportunidades que a un varón, para que hubiéramos ido entrando en todos los rincones de la sociedad con la cabeza alta pero sin renunciar a nuestra esencia. Nuestra forma de ser no es peor que la masculina, pero existe, aunque nadie se atreve a reivindicarla, y no teníamos ninguna necesidad de renegar de ella.
Pero así, parece que la mujer ha de ser un macho-con-tetas para sentirse igual al hombre. Hemos de negar nuestra psicología diferente y nuestros instintos femeninos para no sentirnos inferiores. Y se nos va la mano, y nos convertimos en eso, en verdaderos animales.
... y desde el Gobierno fomentando la confrontación con el macho y la pérdida de nuestros valores.
¡Que pena de sociedad!
Publicar un comentario