(PD).- Jean Daniel, el mítico fundador de ese gran semanario que se llama Le Nouvel Observateur, tiene ya 88 años, pero mantiene alertas todas sus facultades, escribe sus artículos, viaja, presenta libros, y está en permanente contacto con la revista. Y -como subraya Juan Cruz en la entrevista que le hace para El País- también con la realidad.
Nacido en 1920 en la Argelia colonial y director del diario Nouvel Observateur desde 1978, cuenta en su haber con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2004 y siempre hace hincapié en su fascinación por aquellos que "han sido capaces de levantarse y decir 'no' a solas" como hizo Camus:
"A este tipo de personas se las busca y se las distingue. Hoy, más que nunca, el conformismo reviste un prestigio que hace que el mero hecho de sublevarse contra él confiera excepcionalidad"
El periodista del Grupo PRISA comienza citando aquella pregunta retórica que se hizo Albert Camus -"¿Vale la pena luchar por este oficio?"- para bucear en los comienzos de Jean Daniel.
¿Cómo ha llegado usted a ser periodista?
Por casualidad. En mi generación los jóvenes con posibilidades de escribir no diferenciaban entre la filosofía, la literatura, el compromiso político y el periodismo; eran cuatro tentaciones. Los dioses de esta época, los maestros del pensamiento de estos jóvenes, eran americanos: Hemingway, Dos Passos, Steinbeck...; en Francia, Malraux, que hizo aquel reportaje sobre la guerra en Teruel... Era gente que lo hacía todo: el compromiso político, la literatura, la filosofía -no siempre-, y el periodismo. Así que cuando se es joven y se han cursado estudios de humanismo no es necesario hacer una elección entre los cuatro. Si se elige uno se eligen también los otros, no se sacrifica nada. Cuando empecé a escribir siempre fue con la idea de que si hacía un artículo podía hacer un libro. Y desde que me hice periodista nunca he dejado de estar poseído por la necesidad de los libros.
¿Y qué papel le gusta más, periodista o director?
No tienen nada que ver. Siempre me han gustado mucho los grandes reportajes. Los reportajes míos que han tenido más éxito son como pequeñas novelas. Sin quererlo, salieron espontáneamente. La dirección me ha apasionado porque tenía la ambición, quizá pretenciosa, de crear otra cosa, no hacer lo mismo que los demás. Siempre se quiere hacer algo diferente, y yo quería crear periodismo cultural.
Se interesa por las personas. Y por el poder. ¿Cómo debe ser la relación del periodista con el poder?
El poder fascina. Fascina a los periodistas muy a menudo porque si tienen el gusto por la literatura quieren saber cómo se hace la historia... La historia: los pueblos la sufren, los dictadores (o los poderosos) la hacen, y los periodistas la contemplan para describirla. Los periodistas están entre el poder y la historia. Y han de saber cómo funciona el poder, con la condición de que la fascinación no caiga en la complacencia, la indulgencia y la corrupción... Con esas condiciones es muy interesante ver cómo funciona un hombre que detenta todos los poderes. En este momento hay que desconfiar de todo, hasta del más mínimo detalle, pero es una actitud equivocada pensar que siempre hay un crimen. Existen los dos excesos, y ahora existe el exceso de la transparencia: no se sabe qué crimen hay pero hay que descubrirlo.
Es el principio de la calumnia.
Absolutamente, salvo que la calumnia ahora se apoya en las nuevas tecnologías.
En la dispersión de los rumores.
No es exactamente eso. Hace algunos años sí se producía la difusión del rumor, un término que arranca de Beaumarchais. Pero ahora lo nuevo es la presentación de las noticias. Enciendes la televisión y ves una cara. ¿Qué ha hecho? Y después de la cara alguien dice: "Ha sido acusado de ..." Sin pruebas. No es sólo la difusión del rumor, es la fuerza que se da a la presentación del rumor.
Internet es un instrumento que difunde rápidamente todo lo que toca.
Sí, es una posibilidad de multiplicación del rumor.
¿Cuál es su posición sobre el porvenir de la prensa a partir de la aparición de este poderoso instrumento?
¡Si yo lo supiera! Saberlo es muy importante para mucha gente, también para los editores de periódicos. Es verdad que existe una crisis de la prensa; puede ocurrir que los periódicos de hoy sean suplementos de Internet. La realidad será Internet. Es una posibilidad. Con el libro no va a pasar lo mismo. Se ha demostrado que la gente quiere tener algo en las manos, un objeto como este. Hay algo de mágico en el libro, la forma, las páginas...
¿Y qué aporta Internet al periodismo?
A los periodistas les aporta el gusto por la velocidad. La posibilidad de que cualquiera pueda contestar a cualquiera. El hecho de que todo el mundo pueda ser un periodista, y, en este caso, que los propios periodistas ya no crean en ellos mismos, porque se les cuestiona en todo momento. Se está produciendo un descrédito de la función del periodista.
¿Acaso la velocidad puede cambiar esa definición de periodismo?
No es forzosamente malo reaccionar ante las opiniones. Además, esa velocidad proporciona una impresión inmediata del sentir popular. Todo no es malo, no. Se puede saber de manera instantánea si lo que uno escribe suscita interés... Pero es cierto que todo el mundo tiene miedo. Y hay gente que explota ese miedo y piensan que Internet va a acabar con la prensa escrita, que cada vez va a haber más prensa gratuita, y que los periódicos serán suplementos de Internet. Yo no estoy capacitado para hacer una predicción. ¡Y además no soy un magnate de la prensa! Soy tan solo director de Redacción, y soy el único director de periódico que no tiene ni una acción de la compañía. ¿Se da cuenta de lo que esto supone?
¿Cuáles son para usted las obligaciones de un periodista hoy?
La lista de Camus -"Reconocer el totalitarismo y denunciarlo. No mentir y saber confesar lo que se ignora. Negarse a dominar. Negarse siempre y eludiendo cualquier pretexto a toda clase de despotismo, incluso provisional"- sigue vigente. ¿Qué hay que agregar? Probablemente, la capacidad de conocer las nuevas trampas de la tecnología. Cuando Camus enumera esas obligaciones no existía aun la televisión. Y el reino de la imagen lo ha cambiado todo, incluso la forma de escribir. Imagine un novelista que escribe una novela y en cada párrafo alguien le dijera que su nivel de audiencia baja o sube. ¡Escribir en función de la reacción inmediata del lector! La gran innovación que ha incrementado los temores enunciados por Camus es la simultaneidad, la ubicuidad, el hecho de que cuando alguien habla faltan segundos para que lo sepa toda la Tierra. Es algo extraordinario.
Dice usted que la amenaza a la vida privada es el peor defecto del periodismo actual.
Somos muchos los que pensamos eso; hay mucha gente que piensa que la transparencia es algo muy importante, y que si la vida pública se ha mezclado con la vida privada el lector tiene derecho a conocer ésta. Es una postura, y no es la mía en absoluto. Pero hay gente de alto nivel que piensa eso. Piensan que si Berlusconi mezcla su vida pública con sus intereses privados tenemos derecho a conocer detalles de esos hechos. Hay gente que no es deshonesta que piensa eso. Y eso nos puede llevar muy lejos.
Por eso dice usted que el periodista tiene un poder injusto.
Naturalmente, muy a menudo es así. La capacidad de hacer el mal que tiene el periodista es devastadora. En un día o en una hora se puede deshacer una reputación, se puede transformar a alguien que tiene fama de ser honesto en un terrible malhechor. Es un poder terrible.
¿Y cómo se puede limitar ese poder sin llegar a la censura?
Es una apreciación difícil que depende en primer lugar del director de Redacción, del redactor jefe, del jefe de departamento, de la forma como se concibe el periódico. Esto pasa de paredes para adentro, no hace falta una ley para eso.
Usted advierte contra la primicia.
Es mejor ser el segundo pero verídico que el primero pero equivocado. Todo el mundo quiere ser el primero...
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¿Es la prensa fundamental para la democracia? Lo es. Pero lo es del mismo modo que los es la Administración de Justicia. Es decir, la independiente, honesta y competente. La otra, no lo es .... aunque pueda atemorizar.
Sebastián Urbina.
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