Carta abierta a Zapatero, a propósito de las lenguas propias (1)
Por Antonio Robles
Sr. Rodríguez Zapatero: Quiero dirigirme a usted con el respeto que merece el presidente de todos los españoles y la osadía de quien aspira a que otros lean estas líneas, cuyo contenido no podrá usted considerar desconocido a partir de ahora. |
Me decido a hacerlo por sus declaraciones del 11 de enero en Orense, siguiendo el rastro de las elecciones autonómicas gallegas del primero de marzo:
Les guste a algunos o no, mi visión de España es que, allí donde hay una lengua propia, tendréis siempre a un presidente del Gobierno de España apoyando esa lengua y esa identidad.
¡Qué diferentes esas palabras de las que pronunció hace unos meses con motivo de la aparición del Manifiesto en Defensa de la Lengua Común! "Espero –acusó veladamente, como si fuera una más de las diatribas contra el PP– que no hagan con la lengua de todos lo que tanto tiempo han hecho con la bandera de todos". Fue su manera de oponerse al Manifiesto y, de paso, conjurar los rendimientos electorales que su rival político pudiera sacar de él. Se sumaba así a las críticas nacionalistas y reforzaba la idea interesada de que el texto era de derechas y contrario a los derechos de las demás lenguas españolas.
Veo con desazón que sus declaraciones contra el Manifiesto por la Lengua Común no eran fruto de la improvisación, sino de una profunda irresponsabilidad intelectual, política y moral. Intentaré informarle, ya que no convencerle, de que todo ser humano tiene lengua propia, no sólo aquellos que quieren convertirlas en fronteras y niegan a los demás sus derechos lingüísticos. ¡Es tan fácil repartir caramelos a los niños cuando uno no los paga…! Se me ocurre, Sr. Presidente, que, para resaltar una vez más ante la historia su bondad inagotable, habría de instituir el conocimiento de todas las lenguas regionales como condición imprescindible para presidir el Gobierno de España. Usted no debería preocuparse, además, de pasar a la historia como el presidente de mayor sensibilidad, tendría aún tres años para sacarse los títulos necesarios. Predisposición le sobra, al menos a la hora de exigir a los demás.
Déjeme que le señale dos graves errores y un olvido clamoroso que cometió a propósito del Manifiesto por la Lengua Común, a la luz de su empecinamiento en dar la razón a cualquier manipulador de sentimientos.
Primer error: suponer que el manifiesto excluía otras lenguas, en vez de aceptar que en él se reivindicaba el derecho a no ser discriminado por utilizar la común. Esto es lo que tiene no haberlo leído o, si lo hizo, no haberlo comprendido; o, si lo leyó y lo comprendió, no haber sido honesto con su contenido. Es el viejo recurso de sus actuales amigos nacionalistas: ya que no pueden rebatir las ideas que el Manifiesto expone, prefieren suponerle otras que le son ajenas y lo ensucian. Nada nuevo, es un recurso mental para calmar la mala conciencia. Consiste en agrandar la maldad de la víctima para así hacer más digerible su eliminación.
Es evidente que el Manifiesto no arremete contra las otras lenguas españolas, pero usted insidiosamente lo supone: "Yo firmaría un manifiesto que defendiese el castellano, pero también el catalán y el resto de las lenguas que se hablan en España". Sus palabras tenían un valor añadido porque las pronunció en la clausura del XI Congreso del PSC, en la mismísima Barcelona y en plena polémica sobre/contra el Manifiesto.
¿Por qué supone que el Manifiesto no lo hace? ¿Quién es usted para sospechar que quien lo firma es menos respetuoso que usted con ellas? ¿Acaso se cree mejor que los demás? ¿De qué frase deduce usted que se las excluye? ¿Sabe que cientos de firmantes hablamos alguna de ellas y muchos las utilizan como prioritarias en sus relaciones sociales, familiares y laborales? ¿Qué o quién le otorga a usted legitimidad para convertirnos en obtusos e incapaces para comprender y respetar la pluralidad lingüística de España? Y, en todo caso, ¿por qué la defensa de las lenguas regionales es a priori guay y la defensa de la común, algo sospechoso?
Segundo error: confundir la reivindicación de un derecho universal con el partidismo de una ideología. El intento de desacreditar un texto como el del Manifiesto dando a entender que es una reivindicación de derechas es la falsificación más utilizada por el nacionalismo. En Cataluña han convertido en patología individual o en insulto político la disidencia a su intolerancia. El recurso a estigmas como "españolista", "centralista", "franquista", "lerrouxista", "agente de la ultraderecha" o simplemente "facha" ha sido el parapeto tras el cual se han gestionado demasiadas exclusiones en la más absoluta impunidad. Todos ellos se reducen al fenotipo "de derechas", que usted ha utilizado. Ocioso, pero no prescindible, es recordarle que ese "de derechas" no se acaba en una ideología más del sistema democrático, sino que representa en el imaginario sectario del nacionalismo y de la izquierda dogmática todo lo que se detesta del franquismo, y que el catalanismo confunde con España.
Es una grave irresponsabilidad por su parte obviar las consecuencias de su apoyo a tales delirios. Usted ha colaborado en la confusión del legítimo derecho a estudiar o utilizar la lengua común de todos los españoles con la exclusión franquista de las lenguas regionales. No se haga ilusiones: los nacionalistas no se lo agradecerán eternamente; usted mismo lo comprobará el día que deje de serles útil.
"Espero que no hagan con la lengua de todos lo que tanto tiempo han hecho con la bandera de todos". Esta andanada con la que trata de tapar la vergüenza de haber renunciado a defender la bandera española o la lengua común a causa de sus compromisos de poder con los nacionalistas no nos confundirá a todos, aunque intoxique a muchos incondicionales. La defensa de ambos derechos no es de izquierdas o de derechas. Son derechos objetivos, consagrados por nuestra Constitución. Y es su obligación el defenderlos. A ver si va a resultar que la tendencia a defender el derecho a tu propia lengua dependerá de qué ideología tengas…
Frente a su dejadez –se lo diré con férrea determinación–, haremos con el derecho al uso y disfrute de la lengua común de todos lo mismo que hemos hecho con la bandera común de todos; lo que usted nunca se atrevió a hacer: ¡defenderlo!
Un olvido clamoroso: usted es el presidente de todos los españoles, y el artículo 3.1 de la Constitución proclama el derecho y el deber de conocer la lengua castellana, la única cuyo conocimiento se le supone a todo español. Pues bien, hoy se está dando la paradoja de que tal estatus se lo atribuyen las lenguas regionales en sus respectivos territorios en detrimento de la lengua común. Con un agravante: la posición institucional exclusiva de la lengua regional aspira a anular la visibilidad de la común. De ahí tanta determinación a disolver el castellano en escuelas y medios de comunicación públicos.
Sr. Presidente:
La publicación de aquel Manifiesto fue la toma de conciencia por parte de muchos ciudadanos de que el Gobierno de la nación no hace nada por impedir la sistemática exclusión de la cultura y la lengua común españolas en las comunidades bilingües. Y lo que es peor, muchos han llegado a la evidencia de que usted mismo y su partido han asumido el lenguaje nacionalista, con el que enmascaran y justifican la exclusión. Porque, Sr. Presidente, no son los firmantes del Manifiesto los que impiden que cualquier padre pueda elegir la lengua vehicular de estudio de sus hijos, sino los nacionalistas.
No son los firmantes del Manifiesto los que multan a los ciudadanos por rotular sus negocios en la lengua que deseen, sino los nacionalistas. No son los firmantes del Manifiesto los que incumplen las sentencias de los tribunales en materia lingüística, sino los nacionalistas. No son los firmantes del Manifiesto los que incumplen los decretos del Gobierno de la nación en materia lingüística, sino los nacionalistas. No son los firmantes del Manifiesto los que excluyen lenguas del callejero o de la señalización viaria, sino los nacionalistas. No son los firmantes del Manifiesto los que se entrometen en la lengua que hablan los niños en el patio del colegio o se relacionan los ciudadanos, sino los nacionalistas. No son los firmantes del Manifiesto los que diseñan planes de acogida para que los inmigrantes sólo se relacionen en catalán y no entren en contacto con la realidad cultural española, sino los nacionalistas. No son los firmantes los que exigen el conocimiento previo del idioma regional para presentarse a cualquier oposición o trabajo controlado con el dinero público, sino los nacionalistas. No son los firmantes del Manifiesto los que excluyen a escritores catalanes de lengua española de la Feria del Libro de Frankfurt, sino los nacionalistas. No son los firmantes del Manifiesto los que convierten la lengua común de todos los españoles en la lengua excluyente de un territorio, como hacen los nacionalistas con las lenguas regionales. No son los firmantes del Manifiesto los que excluyen de las subvenciones culturales en función de la lengua, sino los nacionalistas. No son los firmantes del Manifiesto los que impiden de forma violenta que Fernando Savater dé una conferencia en la universidad, sino los nacionalistas…
Sr. Presidente:
Pretendo decirle que la condición de víctimas culturales del franquismo no puede otorgar a los gestores nacionalistas una franquicia eterna para imponer un modelo cultural y lingüístico en el que miles de ciudadanos queden excluidos por razones culturales y lingüísticas. Es preciso, Sr. Presidente, que tome conciencia de quiénes son hoy los que respetan la cultura y la lengua de los demás y quiénes manipulan los fantasmas y exclusiones pasadas para descalificar a los que tenemos la osadía de denunciarlos.
Se equivoca si considera que conceptos como normalización lingüística, inmersión y cohesión social son justificaciones legítimas para dejar sin derechos fundamentales a millones de españoles; muy al contrario, son engañifas que ya sólo utilizan quienes sacan algún provecho de ellas.
No trata, por tanto, el Manifiesto de cuestionar las lenguas de las comunidades bilingües, sino de denunciar la exclusión de los derechos lingüísticos de los ciudadanos, que tienen en la lengua franca o común la oportunidad de relacionarse en cualquier lugar de España. Pero sí trata de desenmascarar trucos semánticos como el de la "cohesión social". Sé que usted es un experto en eufemismos y en tácticas para eludir la realidad. Aun así, me siento en la obligación de traducirle algunos, para que compruebe cómo, en nombre de ellos, se coacciona y se acosa hasta lograr acomplejar a los más expuestos a chantajes morales y laborales. Han recorrido un largo camino hasta adueñarse de la realidad. El último eufemismo, amparado siempre en las mismas tácticas, es el de "lengua común" para cohesionar a tal o cual comunidad autónoma, cuando no lo aceptan para cohesionar al conjunto de la sociedad española.
El recorrido hasta este concepto ha pasado por los siguientes pasos: años 50: inicio de la reivindicación del bilingüismo; años 60: derecho a estudiar en la "lengua materna"; años 70: "En català, si us plau"; años 80: El catalán como "lengua vehicular" de la enseñanza; años 90: el catalán como "lengua propia" de Cataluña... y abandono del bilingüismo; primer Gobierno del Tripartito y aprobación del Estatuto en el 2005: la lengua propia con "rango jurídico" y, por tanto, como oficial de la Administración; segundo Gobierno del Tripartito o de Entesa: el catalán como lengua de "cohesión social"; ahora mismo: el catalán como "lengua común".
¿Qué se deduce de tanto tactismo? Algo evidente: la sibilina exclusión del castellano a fuerza de legitimar el catalán como único idioma oficial de Cataluña. Esa misma táctica es ya comúnmente utilizada por Galicia, País Vasco o Baleares para conseguir los mismos fines monolingüistas.
Ante ello, Sr. Presidente, no puedo dejar de decirle que está colaborando con una gran mentira.
Y ahora, una suposición infundada: tiende usted a suponer, al menos así se deduce de sus declaraciones en Galicia, que las lenguas regionales, por el mero hecho de ser pequeñas y haber sido maltratadas durante el franquismo, son más débiles. Es posible que ellas lo sean; no lo son, sin embargo, sus gestores. Las declaran lenguas propias, las imponen como exclusivas en todas las instituciones y les otorgan millones de euros en subvenciones que ellos mismos administran. A eso le llaman "discriminación positiva". O sea, quien reparte se lleva la mejor parte. Convengamos, Sr. Presidente, que su debilidad es instrumental.
Una suposición malévola: tiene usted, y todos los que se ponen en guardia ante cualquier crítica a la aplicación de las políticas lingüísticas de las comunidades bilingües, la tendencia a suponer que quienes denunciamos abusos o reivindicamos derechos lingüísticos desde la perspectiva del Estado necesariamente somos sospechosos de querer romper la convivencia. Es el mayor triunfo de la manipulación nacionalista. Su victimismo ha logrado convencer a casi todos de que cualquier denuncia de exclusión por parte de la lengua regional es un ataque a tal o cual lengua o nación. Sr. Rodríguez Zapatero: sólo podrá comprender el alcance de esa manipulación si está dispuesto a aceptar los hechos y desenmascarar su hoja de ruta.
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