EL VOTANTE.
Es habitual quejarse del pasotismo democrático de buena parte del
electorado. O sea, que Don Tancredo sería un personaje que nos
representa bastante bien, vistos como votantes. Pero ¿es tal actitud de pasotismo una muestra de racionalidad o de irracionalidad?
Resulta que los costes de tener una buena información política son
bastante elevados. Hay multitud de periódicos, revistas, radios,
televisiones, etcétera. Incluso seleccionando a los mejores medios hay un
amplio espectro que nos exige mucho tiempo y esfuerzo. Además, vivimos en un variopinto gallinero con diecisiete razas autóctonas, cada una con sus peculiaridades, sus Parlamentos, sus raíces y sus quejas, históricas y actuales, fingidas y reales. ¡Un trabajazo!
Pero resulta que el previsible impacto electoral de nuestro voto informado (cuando es el caso) resulta ser mínimo. Por no decir insignificante. Si, además, tengo la excusa (con
frecuencia justificada) de que los políticos, o muchos de ellos, son
unos aprovechados, no parece irracional que el votante vaya a la urna, arropado
con la mayor de las ignorancias políticas. ¡Para qué perder más tiempo informándose! O no votar, aunque esa es otra.
Pero ¿quiere usted decir que hay un sector importante de votantes que va a votar
en pelota política? ¿Cómo una especie de Rey desnudo? No dramaticemos. Hay grados. Creo que se vota de diferentes maneras, y no me refiero a la típica forma de taparse la nariz con la mano izquierda y depositar el voto con la derecha, o al revés. No. Me refiero a los niveles de información política (dejemos aparte el espinoso
problema de la 'formación política') y posterior digestión de la misma, que
conducen a votar en un sentido u otro.
Desde los llamados 'votantes históricos', basados en amores/odios
ancestrales que se heredan de padres a hijos, pasando por la lectura de las 'letras gordas' de los periódicos mientras se toma un café a todo correr, o las noticias
radiofónicas mientras se va o se vuelve del trabajo. En el caso de que se
tenga, claro está. O en la tertulia con los amigos de la oficina, hablando todos a la vez. Y un largo etcétera. Pero también hay muchos votantes que se informan, responsablemente, en la medida de sus posibilidades. Es cierto. Pero hoy no hablaré de ellos.
Nos dice Christian Salmon en su 'Storytelling' que hemos pasado de
la opinión pública a la emoción pública. Lo importante ya no sería el
debate de ideas, sino la regulación de las emociones. Por ejemplo: 'Ya
no se trata de informar eficazmente al público sobre las decisiones
del Ejecutivo, esforzándose por controlar la agenda política, sino de
crear un universo virtual nuevo, un reino encantado poblado de héroes
y antihéroes ... en el que la técnica del relato rivaliza con el
pensamiento lógico y que la historia está dirigida al niño que
llevamos dentro'.
¿Y qué quiere el 'niño'? Hacerse el ‘niño’ aunque no lo sea. ¿Por qué? Porque quiere ser irresponsable, como cuando hacía trastadas y mamá se lo perdonaba todo. Porque quiere ser un inmaduro perpetuo y no asumir responsabilidades. Porque quiere tener ventajas, aunque sean inmerecidas. Como cuando mamá le daba lo que quería (gratis) por el simple hecho de ser ‘el amorcito de mamá’. ¿A qué se debe sino esta propaganda política basada en ‘el niño que llevamos dentro’? Y si no está mamá, queremos al ‘papá Estado’.
Aunque ya no podamos pagarlo y los políticos nos mientan. Como con las pensiones actuales, las llamadas de reparto. Y creemos las mentiras porque no queremos crecer y mirar de cara la cruda realidad. Pero habrá que hacerlo. En Suecia ya lo saben y han empezado las reformas. Así lo cuenta Mauricio Rojas en ‘Reinventar el Estado del bienestar’. Para que pueda subsistir habrá que recortar.
Pero no deberíamos creer que las emociones políticas solamente encandilan a los votantes ‘vagos racionales’ e ‘inmaduros perpetuos’. V. Verdú nos dice, en ‘El planeta americano’: ‘La idílica Revolución norteamericana se encuentra a estas alturas tan humanamente fracasada como la de
Me temo que esto del ‘absolutismo del mercado’ se lo ha creído no sólo el propio autor sino alguno (seamos optimistas) de los miembros del jurado que le concedió el Premio Anagrama. Y ya puestos, no sería de extrañar que este libro ayudase a la adecuada desinformación de las jóvenes generaciones, de la mano de la asignatura Educación para
Sebastián Urbina.
1 comentario:
Espero que la próxima vez, a los que han pasado a engrosar las listas del paro o temen hacecerlo, en lugar de dejarse llevar por la emoción de 'Defender la alegría', les dé por abrir los ojos y racionalizar lo que observan. No me extraña que nuestros colegios sean fábricas de indigentes mentales porque, a poco que sepas conectar dos neuronas y procesar algo... :-P
saludos
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