CULTURA DE
LA QUEJA. (Una vez más.)
Hace
bastante ( no recuerdo cuándo, pero no tiene mucha importancia), el Tribunal
Supremo confirmó la sentencia del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco
por la que se obliga (dice textualmente: ‘deberá ondear...’) al Gobierno
Autonómico Vasco a izar la bandera española de forma permanente en la Academia
de la Ertzaintza en Arkaute, Álava. Por cierto, en dicha Academia no se había
izado durante los últimos veinte años. También debe izarse, dice la sentencia,
en los lugares públicos, en el exterior de los edificios y establecimientos de
la Administración central, Institucional, Autonómica, Insular y Municipal del
Estado.
Pues bien,
a pesar de todo, el alcalde de Bilbao, Iñaki Azcuna, ha hecho izar la bandera
española durante 25 (veinticinco) minutos. O sea, ha cumplido con la legalidad
vigente un ratito. ¿Deberíamos tratar estos hechos desde una perspectiva
técnico-jurídica? Creo que sería un error. Con gente así, no hay diálogo que
merezca tal nombre. En el origen de estas conductas desleales y torticeras,
está el odio enfermizo de los nacionalistas a España y a sus símbolos.
Pero este
odio enfermizo no habría llegado tan lejos sin otros componentes. La
Constitución (en su título octavo) ha permitido contemplar a la organización
territorial del Estado, como una obra en permanente e inacabable construcción.
Y de ello se han aprovechado los nacionalistas. Hoy separatistas antiespañoles.
La ley electoral, por su parte, dio una
excesiva e injusta representación a los nacionalistas que, por supuesto, se han
aprovechado. ¡Y cómo se han aprovechado estas sabandijas! Con la estúpida e
irresponsable permisividad del Partido Popular y el Partido Socialista Obrero
Español. Como lo oyen, ‘Español’.
Todo se
hizo por el consenso y para que los nacionalistas calmasen sus pasiones
irredentas y se incorporasen al proyecto común, la España Constitucional. Además,
las competencias educativas han servido para crear ‘territorios comanches’ que
enfatizan la lejanía, o el odio a España. Todo el esfuerzo de los
constituyentes no ha servido de nada, porque los nacionalistas se han
beneficiado de su buena fe. Han fomentado las fuerzas centrífugas, y
despreciado a las fuerzas centrípetas. Entre ellas, los símbolos nacionales,
como la bandera, o la lengua española.
En este
contexto tenemos que tratar, creo yo, el problema de la coacción lingüística.
La lengua española, aunque usualmente se dice ‘castellano’ porque la batalla de
la comunicación la han ganado los progres y los nacionalistas, es objeto de
desprecio. A quienes usan los sentimientos como ‘argumento’ y como arma
arrojadiza, no les afecta en absoluto que la lengua española sea la segunda del
mundo en importancia, después del inglés. Internacionalmente hablando. Ellos podrían
pensar que aprender la lengua española beneficia a sus hijos. Pero no. El odio
y la sentimentalización de la vida política pueden más. Recuerden que Arzallus
calificaba al español como ‘la lengua de Franco’. Un ejemplo más de idiotez,
envuelta en papel de odio. ¿Cómo dialogar, seriamente, con este personal?
Pero la
apelación a los sentimientos es de una sola vía. Los nacionalistas no permiten
que los ciudadanos que no se sienten nacionalistas, puedan apelar a sus propios
sentimientos para rechazar las leyes coactivo-lingüísticas de los ‘territorios
comanches’. Sólo tendrían derecho a quejarse ellos, los nacionalistas
periféricos. En lenguaje actualizado, ‘los separatistas antiespañoles’. Dicen
que se les impone la bandera española, la lengua española, etcétera. ¡Cómo sufren!
Pero ninguna sociedad puede sostenerse con base en los sentimientos de una sola
dirección. Por eso los nacionalistas son tan destructivos para la convivencia.
Yo no
puedo decirle al policía fronterizo, que me pide el pasaporte, que ‘me siento
australiano’. No le interesa lo que siento. Pero los nacionalistas utilizan una
‘lógica’ perversa. Es decir, ‘Hoy me quejo más que ayer, y menos que mañana’.
Con otras palabras, victimismo chantajista que no ha sido frenado con el rigor
y la firmeza exigibles. Y en eso estamos, en los ‘paños calientes’ y su falsa
aureola de prudencia y moderación.
Hay,
además, una mentira habitual. Hablar de los catalanes y vascos (territorios
‘comanches’ por excelencia) como si se tratara de una unidad, como si todos los
catalanes fueran como Carod-Rovira. Como si fueran una tribu compacta. Pero es
falso, a pesar de su obsesión identitaria. Tan es así, que no tratan de
compatibilizar el castellano, lengua oficial del Estado, con el catalán, por
ejemplo. Nada de esto. Lo que hacen, y llevan ya tiempo en ello, es excluir el
castellano de la vida pública e, incluso, económica. Pregunten a los padres y
la imposibilidad de que sus hijos aprendan en castellano. Sus parecidos con el
franquismo son llamativos. Pero, al menos, los franquistas no eran demócratas.
Y los nacionalistas presumen de serlo.
Y con esto
llegamos a uno de los aspectos centrales, el de los derechos y libertades de
los ciudadanos. Estos atropellos a la libertad que sufren, especialmente, los
ciudadanos que no se sienten nacionalistas en los territorios ‘comanches’, son
posibles porque hay una clase política que, en general, es pacata y tiene vuelo
de gallina asustada. Dicho con suma finura.
Por eso se
siente cómoda con proyectos provincianos. Decía Miguel Villalonga, el escritor
mallorquín: ‘Hacen el teatro pequeño para parecer más grandes’. Quieren ser
reyezuelos con boina. Y no ven, o no quieren ver, más allá de sus narices. Si
Bill Clinton centró su campaña electoral de 1992 en arreglar o mejorar la
economía, y le llevó a decir: ‘¡Es la economía, estúpidos!, aquí y ahora
tenemos otra prioridad. A los ciudadanos y los políticos (los que sean
recuperables) les recordaría, ¡Es la Nación, estúpidos! La española, claro. Y
recordárselo a Rajoy, Rubalcaba y similares.
Pero muchos
políticos pueden ser así porque la ciudadanía, o una buena parte de ella, está
anestesiada. Panem et circenses. Aunque en momentos de crisis, ni eso. Sin
embargo, la libertad no es un regalo, sino algo que debe conseguirse con el
esfuerzo de cada día. Si tengo razón, y ojalá no la tenga, dudo que muchos
entiendan las palabras de Don Quijote:
‘La libertad es uno de los más preciosos dones
que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros
que encierra la tierra, ni el mar encubre; por la libertad, así como por la
honra, se puede y se debe aventurar la vida’.
Sebastián Urbina.
NOTA.
Aunque a
muchos les disguste lo que voy a decir, es preferible llamar 'castellano' a un
dialecto románico nacido en Castilla, en la Edad Media. Se expandió con los
Reyes Católicos y gracias a Isabel, Nebrija elaboró la primera Gramática de la
Lengua Castellana (1492). En cambio, es preferible llamar 'español' a una
lengua que hablan más de 500 millones de personas en todo el mundo. También se
puede considerar que 'castellano' y 'español' son sinónimos y se pueden usar
indistintamente. Pero, en cualquier caso, el odio antiespañol no está para
disquisiciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario