SIGUEN LAS BOBADAS.
(En
las fotos pueden ver a grupos de españoles mostrando su entusiasmo por
la 'peculiaridad catalana'. Estamos de enhorabuena. Las cosas, chanchullos, 'hechos diferenciales' y demás parafernalia. cat,
se van a solucionar. ¡Qué alegría!
PD. Para alcanzar esta gran solución es preciso el entusiasmo de los españoles por la cosa catalana y, además, enviarles mucha 'pela'. No lo olvidemos. Resumo: mucho entusiasmo de los gilipollas, perdón, de los ciudadanos españoles y mucha pela.
PD. Definitivamente, nos han tomado por gilipollas.)
PD. Claro que José María Francás no es el único que dice estas bobadas. Hace poco Luis María Ansón felicitaba, en un artículo, 'Susana Díaz y la singularidad catalana', a la dirigente socialista andaluza por haber tenido la gran idea de reconocer 'la singularidad catalana'. Eso sí, añadía L.M. Ansón, 'dentro de la igualdad ante la ley de los españoles'. Parece que también Susana y Ansón nos toman por tontos. Tontos entusiastas. ¿Qué cruz!)
Siguen las bobadas.
DESDE LA REALIDAD CATALANA.
Sin una aceptación
entusiasta de la peculiaridad catalana, la deriva no tiene solución.
Es evidente que la cosa catalana viene de largo pero es en los últimos dos años cuando ha cogido alta velocidad de crucero. Desde que Mas vio la luz aquel infausto 11 de septiembre, el tema ha ido in crescendo y el callejón sin salida cerrándose.
Primero
fue convocar elecciones para, en teoría, liderar las multitudes separatistas.
El resultado fue que perdió votos y escaños. Después parece que, en su cabeza,
dejó de ser el líder de CiU para convertirse en el Moisés del independentismo,
y la política catalana quedó resumida únicamente en la cuestión de la
independencia con el paso previo de promover y realizar una consulta que
pomposa y falsamente se denomina el derecho a decidir.
Basta
recordar que en más de un año de legislatura Cataluña solo ha aprobado dos
leyes, prorrogó sus presupuestos el primer año y, ya in extremis, podrá aprobar los primeros
presupuestos de este Gobierno. En fin, ellos sabrán a qué juegan, a mí la
sensación que me da desde hace tiempo, y no saben cuánto lo siento, es la de
niños con zapatos nuevos que juegan con fuego y nos van a quemar.
Cada día me encuentro a más gente sensata de allí y de aquí altamente
preocupada que ve crecer el problema y no atisba a ver voces destacadas que se
bajen, sin avergonzarse, de este tren que va con velocidad creciente hacia el
precipicio. Parece
que las únicas opiniones contrarias vienen de fuera y eso más que alertar del
peligro facilita la reacción para enrocarse.
En Cataluña hay un alto sentido de comunidad que para algunos se
concreta en ser nación, para otros en ser estado, y para muchos, probablemente
los más, se materializa en ser una comunidad autónoma con lengua propia sin más
aunque justamente financiada. Este movimiento, que viene de lejos, está creciendo y está
en la calle; basta ver las manifestaciones de los últimos 11 de septiembre o
moverse por la realidad catalana, y los políticos nacionalistas lo animan y lo
incentivan con el fin de no perder su liderazgo.
Es
necesario reconocer que la inquietud en Cataluña existe, que crece día a día y
que necesita una prudente y sabia respuesta. Si bien es evidente que parte del
problema es económico, con solo euros no bastará para solucionar la cuestión.
Es economía, sin duda, pero también es sentimiento y este sólo se llena cuando
te quieren como eres y te tratan como tal.
Sin una aceptación entusiasta de la peculiaridad catalana, la deriva no tiene solución. Los matices son claves y desde fuera, ya lo siento, no se conocen bien. La solución debe partir de los propios catalanes, de aquellos que siendo igual que los otros, quieren otro futuro distinto. La imposición externa, por mucha ley que la sustente, no servirá. Hay muchos catalanes que desde la realidad catalana no hacen del soberanismo necesidad y esos son los que deben dar la cara. Algunos –muy pocos– ya lo han hecho, pero los demás, ¿a qué esperan?
(José
María Francás/La Gaceta)
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