jueves, 18 de junio de 2020

AUTOODIO



Ayer tuve el placer de visitar de nuevo Artá, su cementerio, el santuario de San Salvador y la ermita de Belén. Las consecuencias de la epidemia se notaban en calles vacías y locales cerrados, acentuando el efecto del patrimonio semiabandonado. Ya dije el año pasado que me recordaba a las ruinas de Tolkien, y lo mantengo.

Precisamente la semana pasada tuve la ocasión de dar una charla sobre Tolkien y el catolicismo. No es que sea un experto; es más una investigación en curso. Tolkien, huérfano, tuvo por tutor al padre Francis Morgan, discípulo de San John Henry Newman. El mismo Tolkien reconoció que su obra era profundamente católica.

Entre otras cosas, hablé de la nostalgia que transmite el hecho de que los elfos, encarnación de la historia y recuerdo vivo de gestas pretéritas, van abandonando la Tierra Media para cruzar el mar hacia el Oeste, donde viven los dioses.

Pues bien, hay quien ve en esa nostalgia de la historia de Tolkien por la marcha de los elfos un reflejo de los sentimientos del autor por la descristianización de Europa. Ya en tiempos de Newman, no digamos en los de Tolkien, era éste un fenómeno patente. El racionalismo y el materialismo avanzaban, y los elfos-antiguos cristianos, con su profunda sabiduría y belleza interior, iban pasando a mejor vida. Oasis como los del Oratorio de Birmingham o Santa Magdalena en Palma vendrían a ser como el Rivendel de Elrond o el Lorien de Galadriel: refugios donde el mundo se conserva como fue antiguamente, manteniendo el mal a raya mientras sus moradores permanezcan allí.

Hoy Domingo Soriano compara la pujanza asiática con la decadencia europea, y se pregunta las causas. Su conclusión: “fueron los valores predominantes en las sociedades occidentales los que les dieron la ventaja y el impulso que les permitió desarrollarse, crecer e inventar como nunca antes se había pensado que fuera posible. Miren lo que decía McCloskey hace un par de años, en un coloquio en el Instituto Juan de Mariana:

Adam Smith ha hecho la gran pregunta de la economía. ¿Qué es lo que nos ha traído la riqueza de las naciones? Tenemos que estudiar todo tipo de teorías y pensar sobre las causas del progreso. ¿Son los ahorros [y el capital] la base de la riqueza, como afirma la derecha? ¿Se explica por el esfuerzo de los trabajadores, como dice la izquierda? ¿Se trata, entonces, de las instituciones, una tesis muy recurrente en las últimas décadas? No, la clave es otra, son las ideas que surgen en un contexto de libertad.

En dos siglos, la riqueza de un ciudadano medio se ha multiplicado por treinta. ¡Por treinta! Es un salto espectacular, un avance histórico en términos de desarrollo socioeconómico.

Llevamos décadas mirándonos el ombligo y despreciando lo que nos trajo hasta aquí. Las "virtudes burguesas" son, en nuestras series, libros o programas de televisión, una rémora, una tacha, un defecto. No son algo de lo que enorgullecerse, sino que nos avergonzamos de ellas. El empresario es alguien que tiene que hacerse perdonar, explicar su éxito, justificar sus logros. Incluso, ser muy trabajador ya no está claro si es un elogio o una acusación. Cómo reaccionamos ante cualquier novedad (de Uber a Amazon): lo primero que pensamos es cómo protegernos, no cómo aprovecharla.

Hemos acogido con fruición -no todos, pero demasiados- la nefasta idea de que las bases de nuestra civilización -Roma, Atenas, Jerusalén- son equivocadas. El ataque a las estatuas de Colón, entre otras, es sólo la última prueba. Nuestra historia está mal, nuestra religión está mal, nuestro arte está mal. Nada es perfecto en este mundo, pero en general podemos estar muy orgullosos de nuestra herencia. Como dijo Bernardo de Chartres, somos enanos a hombros de gigantes. Y lo dijo hace casi mil años.

Por sus frutos los conoceréis. El resultado de nuestras ideas tradicionales han sido cinco siglos en que Europa ¡con papel destacado de España! ha brillado en el mundo. El efecto del autoodio -perdonen que tome prestado este palabro de dudosa procedencia- ya lo atisbamos: el ocaso de Occidente, empezando por la demografía.


(Gabriel Le Senne/MallorcaDiario/18/6/2020.)


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