Octavo día de luto oficial. Invisible más allá del
creativo floripondio con el que la administradora única de Radio
Televisión Espantosa (para ella) ha sustituido el simple crespón negro
en nuestras pantallas. No en vano si a la normalidad debe llamársele
“nueva” ¿por qué conformarnos con lo que cualquiera entendería como una
señal de luto?
El número de muertos (de personas muertas) por la
pandemia sigue variando según reglas ignotas. El Gobierno vuelve a
insistir en los veintisiete mil más o menos. Organismos oficiales le
llevan la contraria y sitúan la cifra entre los 43.000 y los 50.000. Simón
dice que se limitan a sumar cada día las cifras que les dan las
Comunidades autónomas. Visto el resultado, todo apunta a que luego las
multiplican por cero.
También dice Sánchez que en esta semana no ha habido ningún muerto. Ana Oramas,
en el alegato con el que justifica su voto afirmativo a la prórroga, se
duele del fallecimiento de la madre de una amiga, el día anterior. No
repara en que según los datos de Sánchez, esa mujer tan querida, en
realidad no ha muerto. Puede llamarlo milagro.
Y Sánchez/Iglesias consiguen su
nueva prórroga sometiendo una cuestión de Estado al mercadeo de los
partidos regionales, empezando con el PNV y acabando con el unipersonal
de Teruel.
Anexionistas, filoterroristas, golpistas,
separatistas e insulares, para todos hay un trozo de la libertad, la
seguridad y el bienestar de los españoles. Y luego está Ciudadanos, un
partido empeñado en vestir de razón de Estado lo que no es más que un
repetido ejercicio de masoquismo con el que nos perjudica a todos.
Una vez conseguida la prórroga (noventa y nueve días de estado de alarma, casi un tercio de este año), insisto ¿para qué?
Cedida la gestión de las fases a las Comunidades, la
única justificación del mando único está en restringir la movilidad
entre provincias. Sin embargo nos avisa Sánchez de que el 21 de junio,
una vez reunido su nutridísimo Consejo de ministros, evacuarán un
decreto ley en el que incluirán todas las medidas sanitarias, de orden
público y lo que les venga en gana, y que con ese decreto regularán “la
nueva normalidad” (la Nueva Era de Acuario, el Gran Salto Adelante, a
saber).
Sin embargo, con o sin estado de alarma, esa
movilidad entre provincias quedará restringida hasta que exista una
vacuna o remedio eficaz con que combatir el Covid-19, sea eso cuando
quiera ser.
La primera conclusión es que existe y obviamente ha
existido siempre, plan B. La segunda es que Sánchez/Iglesias se sienten
mucho más cómodos en la excepcionalidad que les proporciona el estado
de alarma porque es lo que más se asemeja –dentro de cierto cauce legal–
a la situación en la que desearían estar gobernando siempre. La
tercera, que una vez finalice la última prórroga del estado de alarma
(en el caso de que sea así), al periodo ordinario de sesiones de las
Cortes Generales sólo le quedará un pleno que celebrar, y eso, se mire
como se mire, es una excelente noticia para ambos caudillos.
Lo cierto es que nada de lo que está ocurriendo con
la Justicia, con la Guardia Civil, con todos los sectores económicos,
con la prensa, con la libertad de expresión, con la gestión de la salud,
con los muertos, con los vivos, con nuestra convivencia, con los
acuerdos infames y sobre todo, con la verdad, hubiera sido posible sin
esta situación excepcional.
Por eso, poco cabe extrañarse de esa exclamación con la que Sánchez iniciaba su discurso ayer: ¡Viva el 8 de marzo!
(Gary Durán/El Español/4/6/2020.)
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