Martes, 09-06-09
EL resultado de las elecciones al Parlamento Europeo no por esperado resulta menos preocupante. Desde hacía semanas la prensa internacional venía haciéndose eco de los sondeos publicados, al tiempo que trataba de desentrañar las razones del creciente desinterés de los ciudadanos por las instituciones europeas. Si hace cuatro años sólo el 45,47 por ciento se acercó a votar, en esta ocasión la media ha caído hasta el 43,01 por ciento. No es casual. Tras un período de ampliación, con todo lo que ello supone, la Unión se dispuso a dar un salto adelante a partir de un nuevo gran tratado. Con la ampulosa y contradictoria denominación de Tratado de la Constitución, las instituciones se embarcaron en un proceso que concluyó en fracaso. La retórica europeísta de nuestros dirigentes, el discurso políticamente correcto de nuestras elites había dejado atrás, una vez más, los sentimientos de los contribuyentes.
El Tratado no ilusionó, en algunos despertó temor, en otros frustración. La situación no estaba madura y la presentación fue desastrosa. En un ejemplo de lo que nuestros gobernantes entienden por democracia, la versión breve del difunto tratado, rebautizado como de Lisboa, ya no sería consultado al pueblo soberano.
El Tratado no ilusionó, en algunos despertó temor, en otros frustración. La situación no estaba madura y la presentación fue desastrosa. En un ejemplo de lo que nuestros gobernantes entienden por democracia, la versión breve del difunto tratado, rebautizado como de Lisboa, ya no sería consultado al pueblo soberano.
Europa, ensimismada en sus cosas, ha demostrado una extraordinaria incapacidad para dotarse de una voz en política exterior. Desde la campaña de Iraq hasta la Guerra de Georgia pasando por Afganistán, la Unión no ha dejado de ser un ejercicio de estéril cacofonía. En esta ocasión no sería justo criticar a los gobiernos, que sólo representan perspectivas incompatibles entre culturas políticas nacionales muy distintas. No hay política exterior común porque no la puede haber.
La gota que ha colmado el vaso ha sido la crisis económica. La Europa Unida nació en torno al ideal de un mercado común y evolucionó hasta dotarse de una moneda propia. Sin embargo, ante la crisis la Comisión ha quedado anulada por la reacción de los gobiernos en clave nacional. No sólo no ha habido una política económica europea, es que hemos asistido a una renacionalización de la gestión económica y a un retroceso del proceso hacia un mercado único.
¿Cómo va a ilusionarse el ciudadano por la integración europea si los temas que de verdad le interesan se resuelven en casa al tiempo que las grandes cuestiones del discurso europeísta se quedan en mera retórica? Los electores han ido a votar en menor número que el año pasado porque son menos los que sienten interés por lo que ocurre en Bruselas y Estrasburgo. Más aún, aumenta también el número de los que ven con escepticismo la forma en la que se está construyendo la Unión. El carácter casi indiscutible del proceso de integración europea se desmorona ante la mirada perpleja del hombre de a pié.
La gran derrotada ha sido la izquierda socialista, el baluarte de la ortodoxia federalista europea, del multiculturalismo y de las políticas de gasto público. En este sentido el mensaje parece claro: ni es momento de federalismo, ni de más gasto y la convivencia entre culturas distintas requiere una revisión. La derecha gana, pero a costa de una quiebra interna con un serio trasfondo ideológico. Los conservadores británicos no soportan por más tiempo la convivencia con los populares continentales. La tradición liberal de los primeros se siente ahogada en la pasión por el intervencionismo estatal de los segundos, que justifica la tantas veces citada dedicatoria de Hayek «a los socialistas de todos los partidos» y es que no siempre resulta fácil distinguir un popular de un socialista en el Parlamento Europeo. El multiculturalismo y su discurso políticamente correcto también han hecho mella en algunos partidos populares. Allí donde los conservadores han hecho una clara defensa de los valores identitarios y constitucionales, como es el caso del neogaullismo de Sarkozy, la derecha se ha fortalecido recibiendo votos de la izquierda tradicional. Por el contrario, en aquellos casos en los que la derecha ha tratado de sortear el problema, buscando la clásica posición de perfil, el elector ha dirigido su voto a nuevas formaciones comprometidas con la reivindicación de esos valores.
En Holanda, donde la derecha está presa de la corrección política y donde se espera que los musulmanes se conviertan en mayoría bastante antes de fin de siglo, era esperable el surgimiento de nuevas formaciones que canalizaran esta demanda social. Holanda es sólo la vanguardia de lo que va a ir surgiendo en otros países y la quiebra de su sistema de partidos es un adelanto de las tensiones que se van a vivir en todos los rincones de la Unión. Estas elecciones son importantes porque reflejan una clara falta de sintonía entre electores y elegidos y presa-gian cambios necesarios que pueden resultar difíciles de llevar a la práctica.
En Holanda, donde la derecha está presa de la corrección política y donde se espera que los musulmanes se conviertan en mayoría bastante antes de fin de siglo, era esperable el surgimiento de nuevas formaciones que canalizaran esta demanda social. Holanda es sólo la vanguardia de lo que va a ir surgiendo en otros países y la quiebra de su sistema de partidos es un adelanto de las tensiones que se van a vivir en todos los rincones de la Unión. Estas elecciones son importantes porque reflejan una clara falta de sintonía entre electores y elegidos y presa-gian cambios necesarios que pueden resultar difíciles de llevar a la práctica.
Toda política es siempre política local y lo es más cuando son pocos los interesados en el objeto formal de una consulta electoral. El vacío dejado por el Parlamento Europeo lo han llenado cuestiones nacionales, que van desde la crisis del laborismo británico hasta la vuelta a las prácticas amatorias de la Roma clásica por parte del presidente Berlusconi. Esta variante ha marcado con su sello característico cada uno de los comicios.
En España los candidatos han renunciado a debatir sobre Europa para concentrarse en la greña cotidiana. Estaba en juego el respaldo al presidente Zapatero por su pésima gestión de la crisis y sus imaginativas batallas culturales así como el liderazgo del jefe de la oposición, cada día más criticado desde sus propias filas. El Partido Popular ha vencido reteniendo sus votos y ganando doscientos mil más. Rajoy ha argumentado que es la prueba del triunfo de la estrategia aprobada en Valencia, pero no es cierto. No tuvo el valor de ir con esa estrategia a cara descubierta y tuvo que parapetarse en el último momen-to tras Mayor Oreja, al que deseaba apartar definitivamente. Gracias a Mayor y a la vieja guardia, con Aznar y Rato a la cabeza, ha logrado un triunfo parco, que sabe a poco y no resuelve nada. Zapatero ha perdido casi ochocientos mil votos, ha sido derrotado, pero tiene opciones de vencer en las generales y, sobre todo, gracias a la impotencia de los populares, se ha encumbrado al liderato de la izquierda europea.
¿Cómo es posible que gobernando tan desastrosamente, generando más paro que nadie, Zapatero sufra un desgaste tan pequeño? Hay dos respuestas complementarias. Por la incompetencia de los populares y porque su concepto de nueva izquierda funciona. No hay duda de que tras los descalabros electorales sufridos por los socialistas alemanes, franceses, británicos y por los demócratas italianos todos ellos mirarán hacia Zapatero. No está claro que encuentren un rival tan fácil como Rajoy, pero sacarán lecciones de la nueva mayoría de izquierdas arbitrada por sus socios españoles. El socialismo tradicional está muerto porque no tiene casi nada que aportar a Europa. Una nueva izquierda caracterizada por el populismo, el relativismo, el odio a los valores tradicionales de Occidente, el pacifismo derrotista, el rechazo al estado-nación... ya está entre nosotros y no es una buena noticia.
Las crisis económicas son tiempo de cambio acelerado. Lo que se veía venir en la lejanía se precipita sobre todos en un abrir y cerrar de ojos. Estas elecciones han sido importantes porque nos han mostrado hasta qué punto hay una clara demanda popular de redefinición de programas y objetivos en toda Europa. De la misma forma que las crisis llevan a muchas empresas a la quiebra para dar paso a otras mejor adaptadas a las nuevas condiciones de mercado, las formaciones políticas se suceden en el tiempo desapareciendo aquellas que no han sabido o querido escuchar y responder adecuadamente a las exigencias del electorado. Es tiempo de crisis también en política y asistiremos a cambios importantes. (Florentino Portero/ABC)
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LA IZQUIERDA ACTUAL.
Esta es una cuestión ya comentada en este blog y que he tratado de resumir en la conocida frase de A. Finkielkraut: 'La izquierda ya no tiene ideas. Sólo enemigos'.
Por ejemplo ¿creen que es casualidad que el socialismo zapateril legisle el matrimonio entre hombres? ¿O que propugne la Alianza de Civilizaciones en la que hay que dialogar con los que nos quieren matar? ¿O que financie una exposición fotográfica, en Extremadura, en la que la Virgen hace pajas a Jesucristo? ¿O que quiera legislar a favor de que una embazarada de 16 años pueda abortar sin conocimiento ni consentimiento de sus padres? ¿O el desprecio a la nación española? ¿O el desprecio a la economía de mercado, como es de ver en discursos oficiales y en libros de Educación para la Ciudadanía? Por cierto, la izquierda no tiene modo de producción propio. El suyo ha fracasado estrepitosamente. A pesar de todo, insisten en despreciar al único modelo que funciona y que ellos gestionan (mal) cuando ganan las elecciones. ¡Hay que ser caradura!
Y un largo etcétera. Y, por supuesto, condenar por 'fachas' a todos los que no se plieguen a sus consignas sectarias. Consignas que están bendecidas (por ellos mismos) con el calificativo de 'progresistas', aunque sean estupideces o canalladas. Por eso es importante tener una ciudadanía sin sentido crítico, capaz de alimentarse de consignas y de sectarismo. Ya saben, perseguir al 'enemigo'. Los malditos 'fachas'.
Esta es la izquierda actual. El problema es si hay súbditos dispuestos a seguirles y creerles.
Sebastián Urbina.
1 comentario:
Com s'explica que UPyD tregui més bons resultats a Madrid que a Barcelona?
Vol dir que hi ha més opressió lingüística a Madrid que a Barcelona?
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