jueves, 25 de junio de 2009

SOCIALISMO AUTÉNTICO.

¡A por los ricos!

25.06.09 | (PD)
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(PD).- Han encontrado otra muletilla, un nuevo mantra con el que apuntalar esta creciente tendencia neoperonista que une a un Gobierno populista de retórica demagógica y unos sindicatos con derecho de veto y vocación de fuerza de choque.

Los ricos. Tipos odiosos para excitar el resentimiento en tiempos de crisis, para cargarles el mochuelo de los desperfectos sociales, para encarnar en ellos el antagonismo, la dialéctica, la perversa otredad que necesita la identidad de una tribu.

Los malos, los sospechosos, los egoístas que viven parapetados en la odiosa insolidaridad de su dinero. Los culpables de los males del pueblo, a los que la izquierda debe tratar como merecen, quitándoles sus detestables privilegios y subiéndoles los impuestos para dedicarlos, como Robin Hood, a sufragar la necesidad del pueblo.

Explica Ignacio Camacho en ABC que, en España, los ricos, los plutócratas de verdad, además de ser amigos y a menudo hasta aliados de los socialistas se las suelen apañar para no pagar impuestos.

Tienen sicavs, sociedades interpuestas, entramados financieros, paraísos fiscales. En España tributa la clase media, porque el IRPF no es en realidad un impuesto sobre la renta, sino sobre el salario.

Y en nuestra estructura fiscal se considera rico, o se trata como tal, al que gana más de 60.000 euros, que es la cifra a partir de la cual se aplica el tipo máximo. Es decir, cuadros empresariales, profesionales libres, ejecutivos medios.

A los otros, incluso a los dueños de esas fortunas medias -a partir del millón de dólares de patrimonio, 720.000 euros, el límite convencional de la riqueza- que por cierto han menguado en España un 20 por ciento en el último año, tumbadas por la recesión, no hay manera de echarles el guante fiscal. La mayoría es impermeable, opaca al sistema impositivo.

Y esta sedicente izquierda acaba de ahorrarles, además, el impuesto patrimonial, que desde luego no pagaban los pobres.

Pero más allá de cifras o de escalas tributarias, lo peligroso de esta demagogia simplista es la envidiosa demonización del progreso económico, la desconfianza hacia el esfuerzo, la estigmatización de la legítima ambición de bienestar.

El discurso populista siembra en la sociedad un clima resentido que culpabiliza de la desgracia de unos a la suerte de otros y convierte en una especie de provocativa afrenta el deseo individual de mejorar, que es lo que hace crecer a una nación.

En tiempos de crisis es fácil prender esa llama, pero no es noble ni responsable porque penaliza el estímulo y deroga el incentivo de perfeccionamiento personal. De eso se pueden sacar réditos políticos en un juego ventajista, pero tiene un efecto social pernicioso, desalentador. Es una retórica facilona, perezosa, esquemática y autocomplaciente.

Un estilo mezquino, sórdido, primario, oportunista. El estilo de perfil bajo de un Gobierno incapaz de levantar el vuelo.

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O sea, socialismo auténtico.

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