jueves, 4 de junio de 2009

OBAMA Y GUANTÁNAMO.








OBAMA Y GUANTÁNAMO.

El Presidente Barack Obama, en su discurso sobre Guantánamo, ha dicho
que va a agotar todas las vías para procesar a los presos que están en
Guantánamo y que suponen un peligro para su país. Como es de ver, no
resulta nada fácil cumplir la promesa electoral de cerrar Guantánamo.
Es razonable que Obama agote todas las vías legales disponibles y
también lo es que no acepte la liberación de individuos que pongan en
peligro a su país, como también ha dicho en el discurso. Aunque la
expresión ‘poner en peligro a mi país’ es lo suficientemente vaga como
para plantear problemas a la Administración norteamericana, acerca de los límites que no se deben traspasar.


El problema que plantean los presos de Guantánamo se inscribe en la
clásica tensión entre las exigencias de libertad y seguridad. Para afrontar este problema tan complejo podemos hacerlo desde la perspectiva de la ética de la convicción, o la ética de la responsabilidad, desarrolladas por el sociólogo alemán, Max Weber.


En todo caso, es de agradecer que el Presidente Obama haya dado muestras de realismo político rechazando la llamada Comisión de la Verdad. Este título tan pretencioso parece indicar una inclinación, explícita o implícita, a esta ética de la convicción que acabo de mencionar.

Si somos partidarios de la ética de la convicción, y creemos, por
ejemplo, que la libertad es un valor absoluto, no permitiremos ninguna
concesión a la seguridad, ningún balanceo entre libertad y seguridad. Algo así como la máxima de Kant: ‘Hágase la justicia aunque perezca el mundo’ Desde este punto de vista cualquier concesión a la seguridad sería una traición al valor absoluto que defendemos.

Si aplicamos esta perspectiva al caso de Guantánamo resulta que sería completamente rechazable que estos presos no tengan las mismas garantías que tendríamos usted y yo, si nos detuvieran por robar una bicicleta. Por otra parte, lo mismo sucedería si el valor absoluto defendido
fuese la seguridad y no la libertad. Nada de balanceos, nada de concesiones. Si la situación de los presos en Guantánamo supone una mayor seguridad para la sociedad, esta situación sería correcta por definición. Hasta ahí la ética de la convicción.

Si, por el contrario, somos partidarios de una ética de la
responsabilidad, las cosas ya no son tan fáciles. Ya no se trata del todo o nada. Ni para los que defienden la libertad, ni para los que defienden la seguridad. Ahora se impone la ponderación de las consecuencias previsibles, lo que no es fácil y la valoración de los medios a utilizar.

Voy a poner un ejemplo y que cada uno lo traslade, si quiere, al caso de
Guantánamo. Supongamos que en el pueblo X, desde hace muchísimos años, no se ha producido ninguna violación. Supongamos que el Alcalde pretende situar cámaras de vigilancia en el parque del pueblo, dado que la policía local le indica que es un lugar propicio para la comisión de actos delictivos. En estas circunstancias, no parece que esté justificada la interferencia en la libertad de las personas, con cámaras de vigilancia, dado que no hay inseguridad que lo justifique.

Ahora supongamos que en el parque de este pueblo se han producido, en el último año, doce violaciones y seis agresiones graves. En tal
caso, la colocación de cámaras de vigilancia ya no parece una limitación
gratuita a la libertad porque ha aumentado el nivel de inseguridad. Por tanto, el problema parece ser el de una tensión entre las exigencias de libertad y las exigencias de seguridad. ¿Qué significa esto? Significa lo siguiente: ¿Cuánto estamos dispuestos a ceder en libertad, en aras de nuestra seguridad?

La impresión, desde una perspectiva sociológica, es que si aumentan
los atentados terroristas y la gente se siente más amenazada, es probable que esté dispuesta a ceder parcelas de libertad en favor de mayor seguridad. Sin embargo, podemos preguntarnos si es, también, lo correcto, desde un punto de vista moral. La respuesta no es nada fácil.

Creo que el valor del respeto a la ley democrática y los derechos individuales es una conquista de primer orden a la que no podemos renunciar. Pero también es cierto que no podemos exigir heroicidad a los ciudadanos. Esto significa que el Estado de Derecho deberá funcionar eficazmente si no quiere que el miedo a las amenazas reales exija límites a la libertad para aumentar la seguridad.

Una vez descartada la defensa absoluta de uno u otro
valor, los balanceos que se alcancen siempre serán provisionales
e inestables, dado que las circunstancias cambian. Por tanto, hay que
enfatizar una educación, desde la niñez, en la que se enseñe que la
libertad es algo valioso, que merece la pena defender. En primer lugar,
defender la libertad de los ciudadanos honrados. Por tanto, no hablo solamente de la libertad de los terroristas (en forma de garantías jurídicas) sino de la libertad de los ciudadanos que no lo son.

Solamente una ciudadanía que ha interiorizado los valores democráticos
estará en condiciones de saber qué medidas temporales y excepcionales
están justificadas, con los correspondientes controles democráticos. Una ciudadanía políticamente madura, capaz de entender los peligros que para sus libertades representan los terroristas pero, también, el peligro de un poder incontrolado e invasivo del Estado.

La cultura del pacifismo, o sea, paz y no violencia, no se responsabiliza de los peligros y amenazas reales y cree, equivocadamente, que con diálogo calmaremos a los que nos quieren matar.

Por tanto, para afrontar un problema tan complicado como los presos de Guantánamo, necesitamos una ciudadanía libre, crítica y responsable, que no se deje engañar, ni por los políticos que tratan de vender miedo histérico, ni por los que venden pacifismo ingenuo. Como dice Bruce Ackerman: ‘El porvenir de las libertades fundamentales está en mejores manos si se confía a los lobos y no a los avestruces’.

Sebastián Urbina.

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