¿QUÉ LEGARON LOS VISIGODOS?
Con frecuencia leemos opiniones despectivas sobre la herencia visigoda en España, reduciéndola a un puñado de palabras y negando cualquier influjo significativo sobre la historia posterior, dentro de la tendencia semitizante de Américo Castro u otras similares. Tales opiniones, expresadas con más emocionalidad que fundamento, como observa Serafín Fanjul de discursos parecidos, solo “patentizan de modo dramático la indigencia documental y discursiva de alguno [yo diría muchos, muchísimos] gurús omnipresentes en la inculta cultura española actual”.
Los godos dejaron muy poco léxico en las lenguas peninsulares, pero este fenómeno revela lo contrario de lo que se pretende: la rápida aculturación tervingia en el mundo latino-español. Hasta los nobles -- seguramente los más renuentes-- abandonaron su religión y muchas de sus costumbres, y documentos como la Institutionum disciplinae indican cómo en la formación de sus jóvenes pesaba más la tradición católica y clásica que las reminiscencias germánicas, aun no siendo estas desdeñables. El hecho, muy poco dudoso, es que, al revés que los árabes, los godos se latinizaron profundamente en España, y que sus rasgos ancestrales quedaron reducidos a un cierto estilo y tendencias secundarias. También queda muy poco de su arte, pues la mayor parte de sus edificios fueron destruidos: quizá dejaron el arco de herradura, que los árabes llevarían a la perfección. De su literatura oral nada resta, aunque seguramente existió, pero nadie la recopiló como hicieron siglos más tarde algunos escritores con algunos relatos como Los Nibelungos, Beowulf, los del rey Arturo o, luego, las sagas vikingas.
El legado artístico fue anegado y destruido por la invasión árabe, quedando algunos edificios menores, pero de valor. Más interés tiene otra herencia. Los visigodos o tervingios, de origen escandinavo, peregrinaron durante siglos por el este y sur de Europa, hasta afincarse en Hispania. Durante un tiempo permanecieron aquí como grupo social separado, que habría podido seguir emigrando, por ejemplo al norte de África, adonde habían ido vándalos y alanos y habían querido marchar los mismos godos. Pero desde Leovigildo su identificación con el país donde vivían no hizo más que crecer, hasta terminar disolviéndose en la población romana. No sabemos cómo ello se produjo, ni si al comenzar la reconquista permanecían núcleos significativos de germanos separados, pero el proceso ocurrió sin duda. Más probablemente, la mezcla étnica estaría ya muy avanzada antes de la invasión árabe, durante el largo periodo (siglo y cuarto) tras la abolición de la prohibición de matrimonios mixtos.
Las noticias acerca de la población germánica son muy escasas, y a menudo se habla de godos refiriéndose en realidad a su oligarquía. La masa gótica parece haberse asentado en el valle del Duero, y algunos han supuesto que durante la reconquista habría sido trasladada a Galicia, hacia el siglo IX o el X, para fundirse allí con la población local, pero suena dudoso. Como fuere, la etnia goda pasó a ser un componente de la población hispana, disolviéndose en ella nueve o diez siglos después de haber emprendido su peregrinación desde Suecia y a través del este y sur de Europa.
Asimismo tiene importancia la onomástica. Los nombres de origen germánico alcanzaron enorme profusión desde los primeros tiempos de la Reconquista -- llegando a superar incluso a los de origen latino--, probablemente antes, incluso hasta hoy. Y si, como sostienen algunos, los apellidos en –ez tienen origen godo (suelen formarse con nombres germánicos), la gran mayoría de los españoles, en todas las provincias, reflejan esa influencia. Influencia no étnica, pues la población goda no pasó de un 5 a un 10% de la hispanorromana, sino debida, de un lado, al prestigio social de su nobleza, pues el término “godo” hacía referencia a su oligarquía más bien que a los tervingios “de a pie”, culturalmente más atrasados que los romanos; y de otro, y sobre todo, a un espíritu de identificación popular con la “España perdida”, la España hispanogoda.
Este fenómeno de identificación mutua apunta al principal legado de los godos: el político. Con ellos –y con impulso decisivo del episcopado— tomó forma la primera nación política española y probablemente europea, culminando la unificación cultural latina y cristiana; permanecieron así sus leyes, muy romanizadas, y numerosas reminiscencias, en parte míticas pero con un sustrato histórico sólido y emocionalmente motivador. De no ser por ese sustrato e identificación popular, el legado hispano-godo se habría sepultado para siempre cuando los árabes conquistaron la península. Entonces pudo consolidarse definitivamente Al Ándalus, un país musulmán, arabizado y africano, y desaparecer España, país cristiano, latino y europeo, tal como desaparecieron las sociedades cristianas y latinizadas del norte de África.
No parece una especulación arbitraria afirmar que si España siguió un derrotero histórico diferente del norte africano se debió, precisamente, a la herencia política hispano-tervingia. Solo esta versión casa con los hechos conocidos. Cosa diferente es que algunos deseen reintegrar la península al ámbito musulmán-magrebí y, por aversión a cuanto signifique España, traten de borrar de la historia los hechos que les disgustan.
Así pues, la principal contribución de los godos consistió en culminar en unidad política la unidad cultural creada por Roma. Con todos sus desaciertos y desmanes, sus reyes y al menos parte de su nobleza, en colaboración con las representaciones romanas, impulsaron la idea de una nación y estado hispanos. Y por ello el súbito hundimiento del estado no lo fue por completo: la resistencia al Islam, tras unos pocos años de desconcierto, se organizó sobre la base de las leyes de Recesvinto y Chindasvinto, sobre una concepción, muy distinta de la musulmana, del poder religioso y el político, y un concepto de la libertad personal, de una monarquía no absolutista y de un esbozo de representatividad. No menos importante, en el imaginario colectivo se hizo motivación poderosa la noción y el recuerdo de la “pérdida de España”. Sin ella, debe insistirse, no serían comprensibles los acontecimientos que siguieron, condensados en el proceso llamado Reconquista. (Pío Moa)
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