(Artur Mas, el simpático separatista antiespañol, ha ordenado boicotear a los trabajadores de las televisiones 'españolistas'. Mariano, dale más dinerito a Arturito que hay mucho gasto en Navidad.)
BOICOT
Los catalanes, "víctimas" de los nazis
El jefe de prensa de Mas pide a los cámaras de TV3 y 8TV que boicoteen a sus compañeros de las teles "españolistas"
Joan María Piqué ha escrito también un tuit en el que califica a los catalanes como "víctimas" de los nazis.
(ld)
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Una verdad incómoda
Juan
F. Arza Mondelo
Martes,
31 de diciembre de 2013 – (Crónica Global)
El nacionalismo catalán no ha sido nunca leal al Estado
español, y tampoco lo será en el futuro. Esa es una verdad incómoda a la que los partidos
políticos españoles no se querían enfrentar. Ahora no les queda otro remedio.
El catalanismo comprometido con la
gobernabilidad de España sólo existió en la fantasía de las elites políticas
españolas, como un tópico tranquilizador y como coartada para los más diversos
pactos.
En la redacción de la
Constitución el nacionalismo catalán consiguió una ventaja fundamental: el
modelo territorial del Estado se dejaba indefinido, abierto a continua
negociación. A cambio, el nacionalismo simplemente aplazaba su objetivo: la
independencia. En
aquel momento, al fin y al cabo, no contaba con la fuerza ni con la influencia
suficiente para conseguirlo.
Las circunstancias aconsejaban ganar tiempo para
poner en práctica una estrategia de construcción
nacional que traería la independencia más adelante, de forma
natural.
Nuestro sistema electoral otorgó al nacionalismo un poder
político muy por encima de su peso electoral. Con menos votos que los que otras opciones
conseguían en Cataluña en las elecciones generales, y con porcentajes ridículos
en el conjunto español, CiU se convirtió en el partido bisagra que condicionó la política nacional durante
años.
El catalanismo comprometido con la
gobernabilidad de España sólo existió en la fantasía de las elites políticas
españolas, como un tópico tranquilizador y como coartada para los más diversos
pactos. Aunque el nacionalismo catalán presume
cínicamente de su contribución a la gobernabilidad de España, lo cierto es que
sus apoyos a los gobiernos de González, Aznar y Zapatero fueron siempre a
cambio de debilitar el poder del Estado en Cataluña, y de ahondar en las
diferencias entre los catalanes y el resto de los españoles.
De paso, la
participación del nacionalismo en la gobernabilidad le servía como gancho
electoral, atrayéndole el apoyo de sectores moderados de la sociedad catalana. El
nacionalismo alimentó el mito mientras le convino, y ahora lo utiliza como un
argumento más del relato victimista: "Nosotros lo intentamos, pero España
no quiso cambiar".
Los partidos españoles parecían aceptar la hegemonía
nacionalista como un hecho inevitable, y a los nacionalistas como únicos
interlocutores válidos de Cataluña. ¿Cuántas veces no hemos oído de boca de políticos
españoles las expresiones "lo que Cataluña pide" o "lo que los
catalanes quieren" refiriéndose a las demandas de los nacionalistas? En
algunos momentos, los partidos nacionales llegaron a sacrificar los intereses
de sus organizaciones y sus votantes en Cataluña para lograr el apoyo de los
nacionalistas en Madrid. Esa posición de los partidos nacionales complicó aún
más la difícil tarea de sus organizaciones catalanas.
El éxito de la estrategia
nacionalista y los errores de los partidos españoles están a la vista. El nacionalismo es más fuerte que
nunca. Dirige una enorme burocracia, domina los principales medios de
comunicación de Cataluña, y cuenta con una "sociedad civil" hecha a
su medida
El nacimiento y el crecimiento de un partido como Ciudadanos
sólo puede explicarse como reacción a los graves errores de los partidos
nacionales. Muchos
de los que podrían ser los militantes más eficaces y los dirigentes mejor
preparados del PSC y del PP engrosan hoy las filas de Ciudadanos. La indefinición
ideológica de este partido y las numerosas dudas que lo rodean como
organización joven, inexperta y limitada territorialmente no han sido un
obstáculo para que miles de votantes catalanes, huérfanos de representación
política, le presten su apoyo entusiastamente.
Hoy el éxito de la
estrategia nacionalista y los errores de los partidos españoles están a la
vista. El nacionalismo es más fuerte que
nunca. Dirige una enorme burocracia, domina los principales medios de
comunicación de Cataluña, y cuenta con una "sociedad civil" hecha a
su medida. Su estrategia de adoctrinamiento y propaganda ha dado frutos: Una
parte importante de la sociedad ha interiorizado la absurda fraseología
nacionalista, creyendo además que se trata de ideas propias fruto de un
pensamiento libre e informado. El contexto para lanzar el desafío definitivo al
Estado y provocar su ruptura parece ideal: una gravísima crisis económica,
unida al descrédito de las instituciones españolas.
Pero al abandonar su estrategia de peix al cove y optar por la confrontación
abierta con el Estado, el nacionalismo puede haber cometido un error fatal que
amenaza su propia existencia. En primer lugar, porque no cuenta todavía con una
fuerza electoral suficiente para imponer cambios del marco institucional, ni
para obtener el reconocimiento y la legitimidad internacional. En segundo
lugar, porque se ha visto obligado a elaborar con urgencia un argumentario
a favor de la independencia que no resiste ningún análisis sosegado, y que
depende en exceso de la crisis española. En tercer lugar, porque su
radicalismo sobrevenido lo aleja de los intereses de clases sociales y
empresarios que hasta el presente han sido apoyos fundamentales. En cuarto
lugar, porque el PSOE y el PP lo van a tener muy difícil para volver a conceder
ventajas a unos partidos que han declarado abiertamente su intención de romper
el Estado. Y en último lugar pero no menos importante: porque ha
conseguido poner en guardia y cohesionar a sus adversarios dentro de Cataluña;
y es que los adversarios más temidos por el nacionalismo somos los catalanes
que no comulgamos con ruedas de molino.
Si el nacionalismo hubiera mantenido su estrategia, es
probable que la independencia hubiera llegado de forma natural, como fruta
madura. Al
actuar a tumba abierta sólo puede obtener una victoria pírrica, y se arriesga a
desaparecer como opción política creíble. Entonces, ¿por qué ha actuado así? ¿Desconocen sus dirigentes los
riesgos a los que se enfrentan? ¿Se han visto arrastrados por su propio
fanatismo? ¿Se han creído su propia propaganda? Puede ser. Pero más bien parece que el nacionalismo no ha tenido otra salida, y no
porque la supervivencia de la patria estuviera en juego, sino porque la
corrupción y las deudas amenazaban a toda la estructura de poder sobre la que
se ha sostenido durante estos años.
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