Bolonia: la oportunidad perdida de un Gobierno sin rumbo
Pascual Tamburri:Ángel Gabilondo, antes Excelentísimo Señor Rector Magnífico de la Autónoma de Madrid, antes fray Ángel y siempre hermano de Iñaki, es ministro. No de cualquier cosa ni por cualquier razón, sino ministro de educación en una España que afronta su enésima reforma universitaria.
Quizás la más necesaria pero con seguridad la más cara de las de las últimas décadas. Veremos si no es, además, la más conflictiva.
Todo el mundo, casi sin distinción de partido o de ocupación, habla últimamente de la "sociedad del conocimiento" y de la dimensión económica de la enseñanza y de la investigación. Pero entre eso y la tormentosa aplicación española de las reglas del Espacio Europeo de Educación Superior poco hay de claro. Ante todo porque las competencias en la materia están divididas en diecisiete regiones y al menos dos ministerios, y la Universidad va y viene entre Educación y Tecnología, que además cambian de nombre cada tres meses. Un cierto desorden, por decirlo de alguna manera, que difícilmente puede generar un sistema universitario excelente.
La raíz del problema es que no sabemos para qué sostener un sistema de enseñanza, y tanto menos una enseñanza superior; y quienes sí lo saben raramente confiesan sus verdaderas razones.
Toda sociedad viva necesita educar a sus miembros más jóvenes. Y de entre ellos es siempre necesario que algunos adquieran una formación más elevada. Si una comunidad humana fuese un termitero el criterio de esa selección y la meta de esa formación fuese el bienestar, la riqueza, se trataría de una enseñanza profesional, "práctica". Europa se ha distinguido desde 1088 por disponer de algo excepcional: una Universidad a la que han acudido los enamorados del saber en sí mismo. Cierto es que, después y además, la Universidad ha tenido una misión de disciplina social, de investigación o de formación profesional, e incluso técnica en las últimas décadas. Pero el rasgo distintivo de la Universidad, lo que nos permite llamarla así, es su nacimiento: minoritaria, "inútil" para los mercaderes, embriagadora para quienes han querido ir más allá de sí mismos.
Gabilondo ha heredado el cadáver de la Universidad española. Ciertamente sus altibajos de los últimos siglos sólo excepcionalmente han sido gloriosos, pero en el franquismo se inició la descomposición que ahora padecemos sin que haya posibles excusas. Vinieron primero los tecnócratas, progresistas a su modo, spencerianos y calvinistas, e injertaron las escuelas técnicas en el cuerpo de la Universidad. Agradézcanselo a Lora Tamayo. Confundieron después la deseable libertad de acceso para las mejores cabezas de la nación con la extensión desmedida de los grados, creando monstruos informes y multiplicando sus tentáculos por el país. Hoy son más de setenta, pero si hemos llegado a tener Universidad en Milagro ha de reconocerse el cuestionable mérito a Villar Palasí.
Cada sucesiva reforma de la Universidad ha ido alterando más sus rasgos genuinos, y como además ha ido acompañada por una reforma de la enseñanza secundaria se ha terminado convirtiendo en la curandera de los males crecientes de ésta. El resultado es una Universidad que investiga poco y mal, que se ha burocratizado hasta lo patológico, que es oficina de colocación bastante ajena a los méritos objetivos, que ha quedado en poco más que una academia de formación profesional y eso allí donde funciona y que afronta ahora sin esperanza su enésima reforma.
Faustino Oncina ha publicado ahora con mis amigos del Instituto Antonio de Nebrija de Estudios sobre la Universidad, de la Carlos III, las actas de su reunión de 2006 (Filosofía para la Universidad filosofía contra la Universidad), sobre la inserción de la enseñanza superior (y en su vertiente más "inútil", la filosófica) en la sociedad moderna. Para él, "la Universidad, reducida a una academia profesional para la mayoría y a un centro de investigación para la minoría, está sometida a un constante vaivén...La Universidad no puede pecar de autismo, ni tampoco ha de prestarse a la heteronomia unidireccional con que se entiende la subordinación al mercado".
La Universidad ha muerto. Jon Juaristi cree que es incapaz de salir por sí misma de su estado agónico. La suerte escondida en esta noticia es que quienes busquen de verdad una "útil" formación profesional acudirán a buscarla donde la den, y de manera natura se desmasificará la "inútil" Universidad. Creo que sólo llegando a las heces del cáliz podrá renacer la enseñanza superior, con o sin el nombre de Universidad. Lo hará, quiera o no el mediático y pasajero Gabilondo, por allí por donde todo comenzó cuando una comunidad de jóvenes libres se reunió para escuchar a un inútil maestro: por el amor al saber, en sí mismo considerado. Siempre habrá alguien que enseñe artes industriales, comercio o turismo a los demás menestrales, que serán más felices sin inútiles togas.
publicado en el semanal digital
reproducido con permiso del autor
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