Martes, 28-04-09 (ABC)
Una de las señales que anuncian la senectud es una creciente disposición a confundir deseos o ensueños con la realidad. El comportamiento de los estados europeos en la crisis de Afganistán, hoy extendida a Pakistán, es un claro exponente de hasta qué punto nos hemos ganado a pulso la denominación de Viejo Continente.
Durante años nos hemos perdido en estériles debates sobre la legitimidad y legalidad de nuestra presencia en Afganistán. Cada gobierno ha enviado las tropas que ha querido y con misiones e instrucciones precisas. Hemos decidido que nuestro objetivo era ayudar a la reconstrucción, colaborar con el Gobierno y las ONG para desarrollar la administración, dotar de infraestructuras... como si todo se redujera a un acto de voluntad. Hemos negado lo obvio, que estábamos en medio de una guerra. Tras años de protectorado norteamericano en Europa hemos olvidado lo más elemental sobre la política internacional: si no se garantiza la seguridad, si no se tiene un control suficiente del terreno, cualquier otro cometido resulta imposible.
Hemos gastado un dineral en casi nada. Como no hemos querido formar una fuerza multinacional que acabara con los talibanes, éstos se han hecho con el control manteniendo sitiados a buena parte de los contingentes extranjeros. Mientras jugábamos a reconstruir ellos hacían la guerra y se ganaban la voluntad de la gente por las buenas o por las malas. Somos responsables de nuestra ceguera y de sus consecuencias.
Ya no es posible mantener por más tiempo el engaño. Hay una guerra que se extiende por dos estados, uno de ellos dotado de capacidad nuclear. Los europeos estamos en el campo de batalla con unas misiones anacrónicas, unas instrucciones absurdas y sin los medios necesarios. ¿Serán capaces nuestros gobiernos de reaccionar y asumir la realidad tal cual es?
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Talante, Florentino, talante.
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Talante, Florentino, talante.
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