''Está claro que usted no es un buen ibicenco. No: usted es una vergüenza de ibicenco. No porque anime a su hijo a utilizar el español en nuestro colegio, sino porque (me he enterado, sí, y tiemble, tengo datos para hundirle a usted) ¡usted habla en español con su hijo!"
Siempre está muy bien hacer un ejercicio de aproximación a la visión de las cosas que tienen nuestros oponentes, en cualquier tema. Por eso hoy quiero meterme en la piel de la maestra de Olav, el niño de 11 años ibicenco, para entender su visión del mundo, de la vida y en concreto del universo ibicenco que tan bien parece conocer. Me refiero a esa maestra, cuyo nombre mejor no saber, que le dijo un día a Olav: “¡qué vergüenza, un ibicenco que habla en español a su hijo!
Para ello voy a escribir la carta de respuesta al padre de Olav que esta maestra hubiese escrito (imagino) ante el requerimiento del padre de Olav al colegio Cervantes para que su hijo pudiese responder en español los exámenes.
(Traduzco del catalán, por supuesto) Querido padre: Le escribo con todo el dolor de mi corazón para responderle a su solicitud. Lo que me pide el cuerpo es cogerle de una oreja y llevarlo ante todos los alumnos de nuestro colegio, para enseñarles lo que es un mal padre. Porque usted no es un buen padre: no se puede ser un mal ibicienco y a la vez un buen padre, ni una buena persona. Y está claro que usted no es un buen ibicenco. No: usted es una vergüenza de ibicenco. No porque anime a su hijo a utilizar el español en nuestro colegio, sino porque (me he enterado, sí, y tiemble, tengo datos para hundirle a usted) ¡usted habla en español con su hijo! Si fuese usted andaluz se lo perdonaríamos, pero ah no, esto sí que no: ser ibicenco de toda la vida y hablar en español a un hijo, sangre de su sangre, eso es de traidor a sus raíces, de mala persona.
“Le diría que su hijo nos importa una mierda. Entiéndalo. Que su hijo pueda sacar mejores notas por usar el español en nuestros exámenes, o que no consiga un título que le abra las puertas de una educación superior, es un precio muy bajo que, lo sentimos, ha de pagar para que nuestro querido catalán no muera. Su hijo, ningún hijo, es lo importante. Nuestros alumnos y su formación no pintan nada. Són sólo números: y necesitamos muchos números. Nuestro catalán, pobre lengua oprimida, sólo sobrevivirá si pasamos por encima de miles de casos particulares como el de su hijo y mantenemos al castellano a raya: en la pocilga del sistema educativo.
Nuestro objetivo no es educar, señor mío, sino hacer catalanoparlantes, o mejor dicho, buenas personas. A ver si se le mete en la cabeza que una buena persona, en Ibiza, tiene que ser catalanoparlante. No por nada, sino porque ¿cómo va a ser buen tipo un niño que no quiere ser antes ibicenco que español? ¿Y cómo va a ser antes ibicenco si no ha conseguido relegar el uso del español a las catacumbas de su hogar (desgraciadamente poblado por una andaluza que no ha sabido integrarse en el mundo de los buenos ibicencos)?
“Le contestaría con una serie de tópicos a su requerimiento: que si nuestro proyecto lingüístico, que si la ley de Normalización, que si las normas de la conselleria, bla, bla bla. Tonterías. Todos los argumentos son paja comparados con la verdadera razón de este conflicto: que es una vergüenza de padre, usted, sí. Si hasta me da asco pensar que le estoy dedicando tanto tiempo y esfuerzo, porque no va a entender nada. Está envenenado. Sólo un enfermo o un auténtico desalmado sería capaz de renunciar a hablarle en catalán a un hijo, pudiendo hacerlo. A ver si se entera. (Román Piña Valls/BalearesLiberal)
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