ESPAÑA NOS QUIERE LIQUIDAR.
Descubro en una gaceta catalana de ambición doméstica la siguiente deposición: "Los españoles siempre nos han querido liquidar, desde el siglo XVI, y ahora tienen la sensación de que lo pueden hacer. Será trabajo nuestro, una vez más, el impedirlo". He ahí una loable muestra de sensatez, cordura y sereno afán de concordia, amén de envidiable rigor histórico; en suma, un ejemplar testimonio de equilibrio mental al que nada cabría apostillar si su autor no fuese Jordi Pujol i Soley, "español del año" entre otras distinciones y honores civiles.
Gente rara, esos españoles. Fueron capaces de vencer al Imperio Inca, de eclipsar al azteca y de someter al maya. Su poder incontestado abarcó un continente entero. Italia toda se arrodilló a sus pies. Dominaron Flandes. El Franco-Condado obedeció presto a su férrea voluntad. A sangre y fuego impusieron, implacable, su ley. Temibles sus tercios, que levantaban olas de incontenible pavor a su paso. Y, sin embargo, nunca se atrevieron a exterminar de la faz de la tierra a sus muy odiados payeses de Vic, tal como ansiaba esa catalanofobia patológica que, eterna, corre por sus venas. Raritos, raritos...
Tan raritos que, tras ser estafado su Ministerio de Hacienda por una banda de contrabandistas de divisas catalanes dirigida por cierto Florencio Pujol, decidieron castigar al tal Pujol otorgándole una ficha bancaria. No de otro modo nació Banca Catalana, la misma que después heredaría su hijo Jordi. Aquel monumental timo lo explicó en sus memorias Manuel Ortinez, gerente durante la autarquía del Consorcio Algodonero de Barcelona, el célebre sanedrín de la burguesía textil. Así:
Si tú exportabas un producto que te daba un millón de dólares, simulabas venderlo al doble de ese precio y por tanto podías importar por dos millones [gracias a las licencias de importación que concedía el Estado]. Era evidente que necesitabas un millón de dólares extra (...) Yo libraba las pesetas en Barcelona, en billetes de cien, que hacían un bulto considerable, y las pesetas convertidas en dólares aparecían en los Estados Unidos o en Suiza. Naturalmente era una operación delicadísima que no podías realizar con cualquiera (...) Con Florenci Pujol nunca tuve ningún otro trato más que éste.
Raritos, los españoles. Décadas después de aquel tocomocho germinal, en 1982, en lugar de liquidar a los catalanes, su eterna asignatura pendiente, prefirieron liquidar 83.633 millones de pesetas (504 millones de euros) con tal de salvar a los impositores de la quebrada Banca Catalana de la ruina y a Pujol (Jordi) del oprobio público. Lo dicho, extraños, raros, rarísimos genocidas. (José García Domínguez/LD)
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Recordemos estas palabras de Miguel de Unamuno.
Fachadas no faltan en Barcelona, y hasta podría decirse que es la ciudad de las fachadas. La fachada lo domina todo, y así todo es allí fachadoso, permítaseme el voquible (...). ¿Se puede hablar de las desdichadísimas escuelas públicas de Barcelona? No sé cómo las han descuidado así, aunque sólo fuera para ponerles espléndidas fachadas. Y dentro de esas mismas casas tan "fachadosas", ¿qué arte hay? Buen número de pintores y de músicos catalanes han tenido que irse de Barcelona a Madrid, en busca de público (...). En Barcelona trabajan mucho, es verdad, pero vocean más que trabajan; valen, sí, pero sería un negocio redondo comprarles por lo que valen y venderles por lo que creen valer (...). La especial megalomanía colectiva o social de que está enferma Barcelona, les lleva a la obligada consecuencia de la megalomanía, a un delirio de persecuciones también colectivo y social. Y así hablan de odio a Cataluña, y se empeñan en ver en buena parte de los restantes españoles una ojeriza hacia ellos, hacia los catalanes, más bien los barceloneses (...). Y tal odio no existe.
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