EDUCACIÓN Y CONTRACULTURA.
En la década de los años sesenta se produjeron fuertes críticas al sistema educativo. El famoso colegio Summerhill, la escuela canadiense de Rochadle o
¿En que consistiría este cambio? En ser conscientes de que la cultura es un sistema represivo. Ser conscientes de que la mayoría de las instituciones son represivas. Los ejemplos más claros: la policía, el ejército, las cárceles o los manicomios.
Pero también la educación, el sistema escolar. ¿Por qué? Porque marca las pautas de la futura normalidad. Es decir, crea ovejas sumisas gracias al orden y la disciplina que impone, bien de forma explícitamente autoritaria, bien de manera furtiva y subrepticia. Al salir del colegio, los jóvenes ya están preparados para asumir, con normalidad, el sistema capitalista y sus valores.
Pues bien ¿Han cambiado algo las críticas progresistas desde la década de los sesenta hasta hoy? Si algo ha cambiado ¿qué es?
El movimiento contracultural ha creído que la política se basa, fundamentalmente, en la cultura para idiotizar a la gente. Para hacerla sumisa y conformista. Para que trabaje y consuma y no ponga en cuestión el sistema.
Es decir, el sistema crearía personas conformistas gracias a una cultura que combina sumisión y represión. Por tanto, les parecía (a los contraculturales) que cualquier violación de la ‘normalidad’ era revolucionaria. Con otras palabras, que era radical.
De este modo, la rebeldía contracultural se centró en la trasgresión (hay que violar las normas del sistema, obedecidas por las ovejas) y la diversión. Porque divertirse, decían los contraculturales, irrita a los asimilados al sistema. Cachondeo, juerga, botellón y diversión serían molestos para las personas ‘normalizadas’.
¿Ha cambiado algo en la perspectiva progresista desde entonces?
Dado que no podemos prescindir de la educación y los colegios ¿cómo podemos hacer para que no sean represivos y manipuladores, como han sido hasta ahora? La pertinencia de esta pregunta supone que los contraculturales de hoy, los progresistas de hoy, siguen pensando en términos similares a los de antaño.
Recordemos que la doctrina oficial del progresismo ha sido que la escuela, en vez de transmitir conocimientos, debe ser un centro de convivencia en el que, por supuesto, no debe existir la competencia. ¿Por qué? Porque la competencia es reaccionaria y enormemente perjudicial para la salud mental de los escolares. Por tanto, la escuela progresista debe superar la competencia, como una forma de luchar contra el sistema opresivo (capitalismo) en el que estamos malviviendo.
Los males de la escuela (dicen los progresistas) se deben a factores externos a la propia escuela. El intelectual defensor de esta idea fue el sociólogo Pierre Bordieu. Una vez que el maestro, los intelectuales (comprometidos), o los papás, (o todos ellos) creen estas majaderías, ya está el camino expedito para aceptar que la escuela debe suavizar o neutralizar las nefastas influencias sociales externas. ¿Cuáles son? Las influencias propias de una sociedad capitalista, egoísta, competitiva e insolidaria.
¿Cuál sería la primera consigna para paliar los tenebrosos efectos de esta sociedad? Que en la escuela no haya mejores ni peores. Todos somos iguales. O sea, igualdad de resultados. Igualdad a la baja. ¿Qué ha cambiado, desde entonces, en la doctrina izquierdista?
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Sin embargo,
Artículo 27.3:’Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones’. Artículo 16:‘Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley’.
¿Qué tenemos que hacer para formar ciudadanos competentes, libres y responsables? Que la enseñanza sea una profesión con altos niveles de exigencia y muy valorada socialmente, como sucede en Finlandia, número uno de Europa en calidad educativa. Ayudar, con refuerzos educativos, al estudiante que se retrasa por motivos diferentes a la desidia o la vagancia. El grupo debe ser solidario con los que se esfuerzan, no con los vagos.
Esto supone valorar, además del esfuerzo, el mérito y la excelencia. Dentro de un ambiente de mutuo respeto. Es decir, lo contrario de lo que quieren los progres.
Pero las reformas educativas consensuadas, tan necesarias, son tremendamente difíciles. Porque no se trata solamente de cuestiones técnicas sino, además, de ponerse de acuerdo en algunas cuestiones ideológicas de gran importancia. Por ejemplo, ¿Qué tipo de individuo queremos? ¿Qué tipo de sociedad queremos? Piénselo bien. Viva en Baleares, o no.
Grupo Ramón Llull.
2 comentarios:
por lo visto la contracultura.. que en realidad es una contraeduccacion quedo en nada.. por que no partir desde una mala educacion... lo que no se deberia enseñar... contra idiologias...
La contracultura no se debe confundir con contraeducacioón, sino como una forma de cambiar la sociedad para que sea mas igualitaria y justa. Pensemos por un momento lo importante que seria la contracultura educativa en la sociedad China si lo que queremos no es solo educar, sino formar personas íntegras.
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