martes, 14 de abril de 2009

ENOJO Y QUEJA.

Nos quejamos mucho, actuamos poco

@Eloy Renobales - 14/04/2009 (ElConfidencial)

Decía Sir Arthur Conan Doyle, creador del famoso detective Sherlock Holmes: “Perfecto es quien vive sin enojos y muere sin quejas”. Difícil meta la que propone Sir Arthur aunque no deja de ser interesante alcanzarla. Casi nunca lo valioso es fácil. Yo me sumo a quienes creen que, más que a la perfección, a lo que debemos aspirar es al camino que lleva hacia ese objetivo.

En las últimas semanas he tratado de seguir el método propuesto por Will Bowen en su libro ‘Un mundo sin quejas. Cómo dejar de quejarse y comenzar a disfrutar de la vida’. Se trata de lograr pasar 21 días seguidos sin quejarse, criticar o chismorrear. Por término medio, quienes siguen el proceso tardan entre cuatro y ocho meses en conseguirlo. Yo llevo tres, estoy en ello y les garantizo que pese a la frustración que supone volver a empezar cada vez que me quejo, resulta muy positivo, liberador y transformador para uno mismo y los que me rodean. Soy más dichoso. Como muleta para llevar a cabo el reto se reparte con el libro una pulsera morada del tipo ‘Livestrong’ que popularizó Lance Armstrong.

Eliminando la queja tratamos de ser constructivos y de no seguir instalados en la querella permanente, de conseguir centrarnos en lo que queremos y no en lo que no queremos, de atraer más cosas para disfrutarlas y no más males, de responsabilizarnos de nuestros actos y decisiones sin echar balones fuera, de vivir más armónicos. En resumen, de tener más momentos felices y a la vez añadir al mundo optimismo, esperanza y confianza. Vivimos en un mundo con demasiadas quejas y poca acción para solucionarlas. Esto es especialmente verdad en nuestro país. Somos artistas del lamento y la culpabilización del otro (persona, institución, divinidad o cosa) sin hacer demasiado para salir del disgusto. El estado del mundo, como se lee en el libro, no es el deseado. En gran parte es porque nos centramos en lo que está mal e imposibilitamos el espacio para una visión más saludable. Nos obsesionamos en pensar y hablar de nuestras desgracias. Si somos conscientes de ello, posibilitaremos el cambio.

Según el diccionario, la palabra quejar (del latín ‘quassare’, golpear violentamente, quebrantar) significa expresar con la voz el dolor o pena que se siente. También, dicho de una persona: manifestar el resentimiento que tiene de otra. Significados llenos de negatividad que traen más de lo mismo. Un estudio psicológico mostró que hablar de síntomas neuróticos aumenta los mismos. Al quejarnos aumentamos nuestro estrés, nuestro cuerpo responde con más tensión y aumentamos el colesterol y la posibilidad de enfermedades de corazón, depresión, acidez y asma. "Nos quejamos por la misma razón por la que no actuamos, y percibimos un beneficio al hacerlo" dice Bowen. En efecto, al quejarnos adoptamos una postura infantil y cómoda. Pero las cosas o los otros no cambian. Mi abuelo solía decirme que si en un restaurante no te había gustado la comida o el trato, lo que había que hacer es pagar la cuenta y no volver. O como le decía hace poco a un amigo: si te estas quejando del atasco piensa que tú eres parte del atasco.

Cuidado con equivocar los términos. Como dice Eckhart Tolle (‘Un nuevo mundo ahora’): "La queja no debe confundirse con el hecho de hacerle ver a alguien un error o deficiencia a fin de que pueda arreglarse. Y el abstenerse de quejarse no significa necesariamente aguantar un mal comportamiento o una mala conducta. No hay orgullo en decirle al camarero que la sopa está fría y necesita calentarse, si te apegas a los hechos, los cuales son siempre neutrales. ¿Cómo se atreve a servirme la sopa fría.…? Eso es quejarse". Pero, ¿nos tranquiliza la queja a la que nos referimos? Rotundamente no. No quejarse tampoco significa renunciar a nuestros derechos. Todo lo contrario. Significa actuar, no recrearse en los múltiples reveses que la fortuna nos depara.

Muchos pensarán (a mi me pasó) que nada cambiaría sin quejas o como dice un correo electrónico que recibió Bowen: “Pero ¡si todas las cosas grandes de nuestro país comenzaron con personas que se quejaban…Piensa en Thomas Jefferson y Martin Luther King!”. Falso. Se trata de actuar no de quejarse. Es cierto que todo cambio empieza con la insatisfacción. Pero esta es el comienzo, no el fin. King y Jefferson provocaron los cambios que deseaban ver, que habían soñado. Entonces atrajeron a otros. Decía Robert Kennedy: "Existen los que miran las cosas de la manera como son y se preguntan: ¿Por qué? Yo sueño con cosas que nunca fueron y me pregunto: ¿Por qué no?".

A todo el que se pregunte acerca de como sobreponerse incluso a las mayores desgracias, yo le recomiendo ‘El hombre en busca de sentido’ del doctor Viktor Frankl, superviviente de Auschwitz. Una lección para la vida, para actuar y materializar nuestro potencial, para trascender, para no caer en la frustración que acompaña a la queja incesante, para aceptar con entereza el sufrimiento que acompaña a toda vida, para ser más plenos.

El punto de no retorno

Durante el tiempo en que practicaba el método de Bowen, me he encontrado con un precioso libro, ‘El mundo amarillo’ de Albert Espinosa. Su autor es un luchador o mejor dicho un vividor en el mejor sentido de la expresión, un ‘disfrutón’. Estuvo diez años enfermo de cáncer (de los catorce a los veinticuatro) durante los que hizo veintitrés descubrimientos. Dos de ellos están relacionados con no quejarse. Son el decimocuarto: ‘Escúchate enfadado’ y el vigésimo segundo: ‘Truco para no enfadarse jamás’. Además de eliminar mucha rabia y de evitar que otros paguen el pato, con el primero de ellos se van a reír a lo grande. El segundo nos enseña a descubrir nuestro punto de no retorno, ese en el que perdemos el control y a veces mucho más. Cuantas veces habremos deseado no cruzar ese umbral que ha provocado nefastas consecuencias para nosotros y para otros. Recuerdo el caso de un conocido que tuvo un accidente de tráfico donde una persona perdió la vida y que fue consecuencia de una tonta discusión.

Hay un mecanismo diabólico dentro de nosotros que nos impulsa a poner nuestro centro fuera y atribuir todo lo que nos pasa a males externos, en lugar de conseguir centrarnos en nuestro interior y, con ese equilibrio, poner la atención fuera. Nuestro mundo exterior está proyectado por nuestro mundo interior. Al dejar de quejarnos, eliminamos la vía principal que utilizan nuestros pensamientos negativos, nuestra mente cambia y somos más felices. Como resultado (así concluye el libro de Bowen), "la fábrica de pensamientos que se encuentra en nuestra mente siempre trabajando, en ausencia de un cliente que demande pensamientos negativos, cambiará de herramientas para producir pensamientos alegres. Puedes crear la vida que desees, elige con sabiduría. Si no escogemos con intención cómo vivir nuestra versión de la vida que tenemos, entonces la viviremos por defecto, siguiéndonos los unos a los otros".

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