martes, 5 de julio de 2005

¿SANTIDAD O IRRESPONSABILIDAD?

Acabo de leer, con asombro, las declaraciones del presidente del Parlamento Europeo, el socialista Josep Borrell. Proclamó su firme rechazo ‘al uso de la fuerza’ para erradicar el terrorismo. También dijo que ‘la lucha contra el terrorismo nos obliga a una reflexión sobre sus causas’. Finalmente, abogó por ‘una estrategia antiterrorista basada en la cooperación internacional en materia policial, judicial y de inteligencia así como en la lucha contra las causas subyacentes que alimentan el fanatismo asesino y suicida’.

Empezaré por las declaraciones tercera y segunda, la de la estrategia antiterrorista y la de las causas. Estoy muy de acuerdo con la cooperación internacional en los ámbitos mencionados. Sin embargo, me pregunto si hay una contradicción entre esta tercera parte y la primera, donde proclama su ‘firme rechazo al uso de la fuerza’. ¿Quiere decir que la policía no podrá utilizar la fuerza? ¿Se le exigirá sólo talante dialogante? ¿Acaso significa su expresión que solamente rechaza el uso militar de la fuerza, pero no el uso policial? Si fuera así podría haberlo aclarado. Voy a suponer que Borrell no se contradice y que quiso decir que sólo rechaza el uso militar de la fuerza.

Haré varias suposiciones que, por desgracia, no son absurdas. Supongamos que se producen más atentados terroristas contra civiles. Supongamos que es en España. Supongamos que los servicios de inteligencia internacionales confirman que hay grupos terroristas entrenándose en el desierto (D) del país (P). Supongamos que las mismas informaciones indican que estos grupos preparan nuevos atentados contra civiles. ¿Dejaremos que sigan adelante porque sólo podemos utilizar la fuerza policial? Aparte de ir a los funerales y tener a la policía prevenida ¿qué más haría Borrell? ¿Un seminario para estudiar las causas? ¿Otro seminario por si tenemos derecho a la legítima defensa?

Salvo que uno viva en las nubes (no es el caso de Borrell) tiene que afrontar el problema de uso de la fuerza, el problema de la guerra. Hacer de avestruz sólo está permitido a los ciudadanos particulares, cuando este es el caso, pero no a los políticos. Tomemos el caso de Hitler y luego veamos si es comparable al terrorismo actual. Dice G. Tortella: ‘En este mismo plan se encuadró la conferencia de Munich de 1938, tras haber Hitler anexionado Austria e invadido Checoslovaquia, sin duda envalentonado por la pasividad occidental ante su actuación en España. En la conferencia de Munich el primer ministro británico, Neville Chamberlain, llevó al extremo la política de ‘apaciguamiento’, al dar por buena la agresión alemana a sus vecinos checos y, por supuesto, la anexión de Austria. Un año más tarde quedaba de manifiesto el carácter suicida de esta política británica.’

Alguien podrá decir que una cosa es Hitler y otra el terrorismo internacional. Que no son comparables. Tal vez, pero no me basta que se diga. ¿Y si lo fueran? Yo digo que estamos ante un nuevo tipo de guerra. Además, tampoco está convencido el (políticamente incorrecto) historiador C. Vidal: ‘ El Islam y la manera en que abordemos nuestra relación con él constituye una verdadera prueba de fuego para saber si estamos dispuestos a aprender las lecciones de la Historia y a conducir de manera realista nuestro presente para construir un futuro en libertad o si, por el contrario, llevados por el papanatismo de lo políticamente correcto, nos sentimos más inclinados a enterrar la cabeza bajo la tierra de falsas reconstrucciones del pasado sin preocuparnos por cuál será nuestro futuro y el de nuestros hijos.’

Como dice Rafael Bardají, director del Grupo de Estudios Estratégicos (GEES): ‘Cuando uno opta por la acción policial únicamente y a lo único a que aspira es a llevar a los terroristas ante la justicia, se está condenado al fracaso... la obligación de todo gobierno no es esperar, sino anticiparse.’ Aunque ninguna persona decente desea más masacres, ¿bastarán para evitarlas nuestros deseos de paz? No puedo extenderme más en esta cuestión, así que diré algo sobre ‘las causas’.

Resulta algo sorprendente la alegría con la que se habla de ‘las causas’ ya que el concepto de causalidad es uno de los más complejos que existen. Supongo que cuando se dice que hay que buscar ‘las causas’ del terrorismo, se quiere decir que, por ejemplo, la pobreza es la causa y el terrorismo el efecto. Otros dicen que hay varias causas, la pobreza y el fanatismo. Aunque puede haber más, supongamos que sabemos que estas dos causas, conjuntamente, producen el efecto del terrorismo. Pero el concepto ‘pobreza’ no es concepto preciso sino vago. Dado que la santidad escasea, supondré que sólo estamos moralmente obligados ( y así lo reconocemos) a aliviar la extrema pobreza.

Usualmente, se entiende que la extrema pobreza está vinculada a los siguientes aspectos: primero, acorta la vida de forma significativa; segundo, produce mucho sufrimiento en forma de enfermedades y hambre; tercero, socava uno de los aspectos básicos del ser humano, su dignidad. Cuando algunos dicen que la pobreza es la causa del terrorismo no sabemos si se refieren a la extrema pobreza o a cualquier pobreza. Y si fuera esto último ¿qué significa ‘cualquier´ pobreza? Estas no son especulaciones para ‘marear la perdiz’ como gustan de decir los que no quieren afrontar en serio los problemas. Hace falta buena voluntad y generosidad pero también inteligencia para detectar adecuadamente el problema y aplicar los remedios más adecuados.

Supongamos que sabemos que las dos mencionadas causas, conjuntamente, producen el fenómeno terrorista. Ahora falta saber, qué nivel de pobreza y qué nivel de fanatismo. ¿O afirmamos que basta cualquier nivel? Burkina Faso, Burundi, Etiopia y otros, no destacan por su aportación terrorista y viven en la extrema pobreza y con el nivel de fanatismo que tengan. Curiosamente, en el País Vasco, con altos niveles de bienestar, abundante fanatismo y grandes chuletones, también hay terrorismo. Esto supondría que la extrema pobreza y cierto nivel de fanatismo, conjuntamente, no producen, necesariamente, terrorismo.

Estas y otras dificultades no deben llevarnos a ignorar que hay circunstancias que facilitan, en ciertos sectores, la aparición del fenómeno terrorista. Pero, tanto en Irak, Irán, Marruecos, etcétera, hay millones de personas que no desean asesinar a los infieles, es decir, nosotros. Si es así, la pobreza y el fanatismo no afectan a todas las personas por igual. En fin, hay que ayudar y colaborar con los que no nos quieren asesinar. Esto me parece básico. Pero también me parece básico no ‘pedir perdón’ a los que nos quieren asesinar. Ya sé que para los ultraizquierdistas, Occidente tiene la culpa de todo, pero esta es una enfermedad que no puedo tratar aquí. Otra cosa es que algunas personas ‘ya saben’ quién es el verdadero culpable desde el principio. En realidad, no necesitan analizar nada. Estados Unidos es el principal culpable (para los más auténticos, el único) del terrorismo internacional. Cuando el atentado de las Torres Gemelas, la diputada de IU, Ángeles Maestro dijo: ‘Se lo habían buscado’.

Estas y otras cosas inducen a pensar que, entre los enemigos exteriores e interiores, estamos ante uno de los más graves retos de las sociedades occidentales. Terminaré con unas palabras de Stefan Zweig: ‘Una y otra vez se pretendía hacer creer que Hitler sólo quería atraer a los alemanes de los territorios fronterizos, que luego se daría por satisfecho y, en agradecimiento, exterminaría al bolchevismo; este anzuelo funcionó a la perfección. A Hitler le bastaba mencionar la palabra ‘paz’ en un discurso para que los periódicos olvidaran con júbilo y pasión todas las infamias cometidas.’ ¿Les suena?

PD 1. Leo con ingenuo estupor las declaraciones de Bernardino León, Secretario de Estado de Exteriores: ‘El 11-M debe hacernos comprender que hay que contribuir al desarrollo de Marruecos’. ¿Quiere decir Bernardino que si no ponemos suficientes pelas podemos sufrir otro atentado? Querrá decir otra cosa. ¡Tranqui!

Sebastián Urbina

Septiembre 2004.

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