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domingo, 4 de diciembre de 2011

DEL ROJERÍO NO ME FÍO








CÓMO ESTÁ EL PATIO


De Valle de los Caídos a Progreland


Por Pablo Molina






A José Luis Rodríguez Zapatero, presidente en funciones del gobierno del reino de España, siempre se le ha atribuido un uso magistral de los tiempos en política, cosa que no es de extrañar porque la imaginación de los pelotas mediáticos especializados en dar jabón a los políticos en alza suele ser bastante limitada.






"Maneja muy bien los tiempos" es una expresión sintomática de cierto retraso mental que apenas significa algo; pero como suena un poco culta, los aspirantes a la jefatura de prensa del lumbrera en cuestión la dicen y escriben constantemente, a ver si cuela.






En general, ese soberbio manejo de los tiempos en política no es más que la inacción provocada por el estupor de unas circunstancias que sobrepasan la capacidad del protagonista, así que, más que manejar el tiempo, lo que hace el político en cuestión es un intento vano por detenerlo quedándose quietecito, a ver si los problemas se solucionan solos. Franco solía hacerlo con las famosas dos pilas de expedientes, pero ZP le ha superado con su gestión de la crisis de la deuda.






En el caso de la proyectada conversión del Valle de los Caídos en un parque temático socialdemócrata, ni siquiera los aduladores más montaraces de ZP pueden afirmar que el todavía presidente ha realizado un ejercicio sublime de ponderación temporal, porque haber convocado a un panel de expertos en necrofilia ideológica sin tiempo para que su dictamen pueda ejecutarse demuestra que el leonés, en este caso también, ha realizado un cálculo de los plazos bastante deficiente.






Para reformar en clave progresista la finca de Cuelgamuros hubiera sido necesario iniciar los trámites al comienzo de esta legislatura, como muy tarde. Con cuatro años por delante, las excavadoras progresistas hubieran tenido tiempo suficiente para convertir el Valle de los Caídos en un Progreland al que los hijos de las familias bien del franquismo, convertidos en socialistas de toda la vida, podrían estar llevando actualmente a su descendencia a pasar un fin de semana lisérgico, haciéndose fotos con actores disfrazados del Che Guevara y viendo documentales de dibujos animados explicando que la Guerra Civil, en realidad, la ganaron los rojos, es decir, los enemigos de los abuelos de las criaturas.






De hecho, si Zapatero hubiera sabido manejar los tiempos, los sociatas habrían tenido tiempo suficiente para exhumar los restos de Franco y proceder con él como los sucesores del papa Formoso allá por el siglo IX, al que desenterraron para someterlo a juicio en un concilio mucho más tétrico de lo habitual. A Su Santidad Formoso lo encontraron culpable, claro, mayormente porque llevaba ocho meses muerto cuando lo sentaron en la silla gestatoria ante el sínodo para escuchar las graves acusaciones que se le formulaban, y el pobre no atinó a defenderse con soltura. Tras la sentencia, sus restos fueron arrojados al Tíber y todas sus disposiciones y nombramientos, anulados. No conviene seguir este ejemplo al pie de la letra, porque, de hacer lo propio con Franco, una de las primeras consecuencias sería que su sucesor a título de rey quedaría deslegitimado de forma inmediata, precisamente lo que menos necesita ahora su yerno, como es bien sabido.






Con Franco no ha sido necesario llevar el rigor progresista a esos extremos porque su régimen ya ha recibido la condena de los socialistas, que son los que imponen la verdad histórica gracias a que el centro-reformismo patrio sólo se dedica a la economía, pero el hecho de haber dilatado tanto la decisión de arrasar un monumento religioso, como es en realidad el Valle de los Caídos, ha tenido como consecuencia que el PSOE ha perdido las elecciones sin tiempo siquiera para contratar las palas mecánicas y a los barreneros encargados de adecentar aquellos contornos en clave de progreso.






La reconversión del Valle de los Caídos en un parque temático progresista, ay, tendrá que esperar unos años más, al menos hasta que el PSOE vuelva a recuperar el gobierno, y no es previsible que, con el legado de su última etapa, vaya a suceder en esta década. Aunque, quién sabe, si la agitación callejera de la izquierda contra el gobierno del PP llega a ciertos límites, igual D. Mariano se muestra generoso con nuestras gentes de progreso y les autoriza a hacer lo que quieran con el Valle y con los restos de Franco y José Antonio. Las reformas económicas exigen tantos sacrificios...

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EL PSOE QUIERE NUEVAMENTE TOMAR LA CALLE.



El socialismo es, desde su fundación, una doctrina ideológica refractaria a los usos democráticos. Para los socialistas la democracia sólo es legítima si gobiernan ellos, mientras que cuando lo hacen sus rivales políticos toda violencia extraparlamentaria para arrojarlos del poder les resulta moralmente aceptable. Zapatero utilizó esta estrategia en las algaradas callejeras organizadas para acabar con el último gobierno de Aznar y todo parece indicar que su partido ha decidido continuar por esa senda antidemocrática a poco que comience a gobernar Mariano Rajoy.




Las primeras declaraciones públicas de dirigentes socialistas animando a la rebelión callejera contra un gobierno legítimamente constituido han tenido ya lugar en Castilla La Mancha, cuya presidenta, María Dolores de Cospedal, ha puesto en marcha algunas de las medidas imprescindibles para superar la ruina autonómica que le ha dejado en herencia precisamente ese mismo PSOE.



El nivel de obscenidad política de los socialistas castellano-manchegos es sólo equiparable a su falta de escrúpulos en el manejo de la demagogia. Ellos han sido, con sus despilfarros, los que han socavado el llamado estado del bienestar en cuya supuesta defensa llaman ahora a sus huestes a tomar la calle. Ellos han sido, con su penosa gestión, los que han llevado a la ruina a las arcas públicas en todas las administraciones que han gobernado, sin que esa evidencia palmaria les impida achacar a los nuevos ejecutivos, unos recién nombrados y otros todavía sin tomar posesión, todos los males que solo los dirigentes socialistas han provocado.



Ahora amenazan con sacar a la calle a los paniaguados de los sectores que han alimentado durante sus mandatos con el dinero de todos. Ya lo han dicho a las claras en el caso de Castilla-La Mancha contra Cospedal y no hay razón para pensar que no lo vayan a intentar también en el resto de España contra Rajoy. Ante este desafío antidemocrático, sólo cabe confiar en que los españoles no hayamos olvidado tan pronto la gestión culpable de los que ahora pretenden erigirse en víctimas justicieras a costa de todos. (edit. ld)



miércoles, 12 de octubre de 2011

DEL ROJERÍO NO ME FÍO






LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA



La Leyenda Negra y la conciencia occidental


Por Horacio Vázquez-Rial






Cuando Julián Juderías inició con su libro La leyenda negra, en 1914, la difusión de la expresión, refiriéndose únicamente a España y a las malas cosas que se decían por ahí de nosotros, no imaginó que ocurrirían dos cosas tremendas en el siglo siguiente: que los españoles terminarían atribuyéndose cosas aún peores que las escritas y repetidas hasta entonces y que los occidentales en su conjunto asumirían finalmente cosas aún peores que las que en aquel tiempo se nos endilgaban.






El autoodio español estalló, dejándolo todo perdido, con motivo del Quinto Centenario del Descubrimiento de América –discúlpeseme el apuntarlo con mayúscula, que es como me acostumbraron en la escuela argentina, el país que instauró, durante el gobierno de Hipólito Yrigoyen, el Día de la Raza, ahora desleído en Día de la Hispanidad–. El Quinto Centenario dio lugar a que todos los ignorantes se dedicaran a fustigarse por la increíble cantidad de indios que habíamos matado en América con la excusa de la evangelización: afirmar cosa tal revela que el interfecto que se acusa no ha pisado jamás la América española, donde es bien visible, a toda hora y en todas partes, la ostensible supervivencia de la población originaria, bien que mezclada con españoles, italianos, turcos o ingleses, que ninguno hizo asco a las indias. Evo Morales es la mejor prueba con la que cuento para decir esto, y si él no estuviera me servirían igual los indios que no quieren carretera, a los que el presidente boliviano está dispuesto a cargarse porque, precolombinos o no, el progreso es tan imparable que hasta sus enemigos se ven a veces obligados a hacerle el caldo gordo.






Del padre Las Casas aquí, la historiografía española abunda en el esperpento de la deletérea acción hispánica en América, que bien se podía haber dejado ahí, intacta, para que todo el mundo siguiera viviendo en pelotas, como decía el Libertador general San Martín de "nuestros paisanos los indios", lejos de las siniestras enseñanzas de la Iglesia católica y libre de vacunas, trasplantes, escuelas y Payasos Sin Fronteras. El sueño rousseauniano de todos los Zapateros que en el mundo son.






Si uno acepta como consuelo el mal de muchos, sin embargo, podemos quedar en paz con una mirada a nuestro alrededor: absolutamente todos los europeos, con alguna excepción –más abundantes en países que nunca tuvieron colonias en América, ni en Asia ni en África–, están convencidos de su propia maldad. No es fácil entender que unos señores habituados a vivir con algunos derechos, que se negarían a ir a la cárcel por un crimen cometido por sus abuelos, se hagan cargo en cambio de los pecados del rey Leopoldo de Bélgica en el Congo. A lo que añaden sin vacilación que tipos como Mobutu o Mugabe son malos, pero lo son por nuestra culpa, es decir por los diez millones de congoleños de cuya muerte hay que responsabilizar en exclusiva a Leopoldo y, si acaso, al ambicioso Stanley, que creía que iba a llevar la civilización al continente negro y llevó la devastación; al menos, eso es lo que parece, una vez hechas las cuentas demográficas, si no se tiene en cuenta que aquel brutal comienzo de globalización era precisamente eso: comienzo de globalización.






Sartre.Desde luego, esta asunción masiva e indiscriminada de las culpas coloniales, que alcanzó su cumbre en un Sartre capaz de autoinculparse de cualquier cosa, y más si se la sugería su amado Franz Fanon, el gran ideólogo, pertenece a la izquierda. La derecha, ya se sabe, está con los Reyes Católicos y, de ser posible, con Recaredo, en la caverna, soñando con glorias pasadas. Propongo dejarlos: que se incrimine la izquierda occidental, que goce de la corrección política en las universidades europeas y americanas, del norte y del sur, que se haga cargo de cuanta miseria encuentre a su paso por la historia, desde el loco Aguirre hasta la OAS. Yo sigo pensando, pese a los argelinos, que la nación argelina, si es que existe tal cosa fuera de las convenciones onusianas –acepto la existencia de un Estado argelino–, se construyó en francés, porque antes de que nuestros miserables vecinos se instalaran allí con su escuela pública se hablaban en el territorio veintinueve dialectos árabes distintos y mutuamente ininteligibles. En francés se hizo la revolución del FLN y en francés sometieron los macarras revolucionarios a las mujeres con cuyos cuerpos se financió parte del movimiento.






Digamos que tienen razón. Que sería posible que ni Buenos Aires ni Nueva York existieran, que en sus predios se solazaran las tribus en su pura y amorosa relación con la Madre Tierra. Que estaría mejor que no nos hubiéramos movido de casa, ni Colón, ni mi padre, ni los Kipling, que tuvieron un hijo poeta e imperialista en Bombay. También estaría todo mejor si Adolf Hitler hubiese sido un exitoso pintor. La historia contrafáctica es encantadora, produce monstruos como el sueño de la razón al que corresponde.






Precisamente hoy, 11 de octubre, el maestro Serafín Fanjul publica una Tercera en ABC en la que trata de las desgraciadas relaciones entre las dos orillas hispánicas del Atlántico, especialmente de las visiones españolas de América. Escribe Fanjul acerca del bochorno que le causa "el entusiasmo con que demasiados españoles se suman al descrédito de nuestro país, escupiendo sobre el pasado de España, simplemente porque conocen la rentabilidad del negocio". Y trae a colación el Premio Nacional de Ensayo que el Gobierno de Felipe González regaló en 1994 a Rafael Sánchez Ferlosio por Esas Yndias equivocadas y malditas, "pese a ser un bodrio ilegible y a presentar como base argumental, nada menos, el enésimo redescubrimiento del Padre Las Casas, cuya Destuyçion de las Indias el autor simula tomarse en serio".






Sólo conozco otro país más autodenigratorio que España, y es mi otra patria, Argentina. Recordando largas conversaciones arreglamundos mantenidas a lo largo de los años en Buenos Aires, llego a la conclusión contable de que la frase que más he oído en boca de argentinos –residentes en el país, afuera la cosa cambia– es "Éste es un país de mierda". Los argentinos se dedican últimamente al deporte de acusar de indigenicida nada menos que al hombre sobre cuyos hombros recayó la tarea de la organización nacional, alcanzada durante su presidencia, en la primera mitad de la década de 1880. A partir de lo que siempre se denominó "la conquista del desierto", seudohistoriadores de vario pelaje se esmeran cada día en pintar a Roca como un asesino de "miembros de los pueblos originarios", refugiado temporalmente entre las páginas de los libros escolares, y alcanzado ahora por el largo brazo de la justicia. Los pueblos originarios de la pampa argentina con los que se enfrentó y con los que negoció Roca no lo eran tanto, porque habían llegado de Chile en el siglo XIX.






Con esta actitud, dominante en todo Occidente, pero más notoria entre los Gobiernos de la UE y sus intelectuales, hemos abierto las puertas a los bárbaros. Se necesitarán generaciones de castigo para compensar tanta culpa: lo tendremos, que nadie lo dude.