LIBERALISMO Y DESENCANTAMIENTO SEXUAL.
Weber habló del «desencanto» del mundo como consecuencia de la racionalidad ilustrada.
De manera análoga, el sexo, después de la década de 1960 al menos en el ámbito occidental, ha perdido ese carácter sagrado/maldito.
Se intenta ver ahora como un producto de consumo, un entretenimiento trivial, un mero ejercicio gimnástico desprovisto de cualquier vinculación… pero las costuras de ese remiendo no tardan en saltar por los aires.
Aquí llega entonces Louise Perry, en cuyo libro Contra la revolución sexual propone que «en algún punto del incómodo espacio entre el liberalismo sexual y el tradicionalismo debe ser posible encontrar un camino virtuoso», puesto que «el desencanto sexual es una consecuencia natural del acento liberal en la libertad por encima de todos los demás valores».
¿Y qué es el desencantamiento sexual? Consistiría, según nos dice, en que el porno es al sexo lo que McDonald’s a la comida, OnlyFans es para el mercado del matrimonio como un historial delictivo para el mercado laboral, Tinder es equiparable a un servicio de comida a domicilio de internet, pero con personas, y en ámbitos como la prostitución y el sadomasoquismo el concepto de «consentimiento» no pasa de mero espejismo liberal.
La revolución sexual ha traído consigo el fin del matrimonio y un aumento de la promiscuidad, constata, lo que beneficia a algunos mujeriegos y daña a la mayoría de las mujeres, que deben «mutilarse emocionalmente para satisfacer a los hombres», pretendiendo que el sexo carece de vínculos afectivos profundos para no parecer anticuadas.
Algo de todo esto hemos podido contemplar en los últimos tiempos en aquellas denuncias anónimas que se han realizado contra algunas personalidades públicas por su supuesto comportamiento sexual o en el caso concreto de Errejón y Mouliaá.
Si bien lo primero carece de todo valor legal y lo segundo está aún en los tribunales, al margen de la culpabilidad o inocencia de los señalados, que es algo que no nos corresponder decidir, sí es fácil detectar una situación general en la que una parte actuó en un mundo de desencantamiento sexual («quiero meterla en caliente») y la otra no, («quiero vivir una historia romántica»), sintiéndose esta de una u otra forma agredida/utilizada.
Por eso, dice Perry, las feministas liberales caen en una contradicción insalvable cuando consideran a las prostitutas simples «trabajadoras», pero luego verían como un atropello gravísimo que en una oficina un jefe propusiera sexo a una subordinada a cambio de un ascenso.
Si el sexo y la desnudez son algo inofensivo y mostrarlo públicamente mero arte, entretenimiento o una forma de expresión individual ya sea en anuncios, desfiles del Orgullo o con poses mostrando el escote o el culo en redes —belfies, llaman a esto, distinguiéndolo de los selfies—, entonces será más difícil al mismo tiempo pretender que un avance no deseado, proposición o comentario inapropiado sea una ofensa que deba castigarse con severidad.
(Javier Bilbao/LaGaceta/5/2025.)
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