martes, 6 de diciembre de 2016

ESPAÑA Y CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA


 (¿Nos toman por tontos? Llevamos años en que las autoridades de Cataluña incumplen las sentencias judiciales firmes. Por no hablar del País Vasco. Por cierto, el ex Muy Honorable Pujol sigue de rositas cuando muchos han estado en la cárcel por defraudar diez o veinte mil euros.

 

Y no pasa nada. Los separatistas desobedecen al Tribunal Constitucional. Abren embajadas en el extranjero. Hacen propaganda negativa y falsa contra España. Hacen referendos ilegales. Toda esta basura anticonstitucional la pagamos nosotros gracias a la 'generosidad' de PP y PSOE. Con el dinero de los españoles respetuosos con la Constitución.

 

  Y, con toda esta basura, los políticos actuales quieren modificar la Constitución para que los separatistas antiespañoles se sientan 'cómodos'.


Cuidado. Millones de europeos votan opciones políticas alternativas a lo que hay, porque 'lo que hay' les produce hartazgo. Y, a veces, indignación y asco. Nos toman por tontos y, encima, nos masacran a impuestos. Aparte de que, al menos en el caso de España, no les importa destruir la nación española, mimando a los separatistas y accediendo a sus deseos.

 

¡Y quieren asustarnos con populismos de derecha extrema!)



 

 ¿NOS TOMAN POR TONTOS?

Zoido: «La salud de la Constitución no puede ser más envidiable».

El ministro del Interior, juez de carrera, elogia la validez de la Carta Magna, pero apuesta por una reforma consensuada. (abc)



EL FINAL DE LA CONSTITUCIÓN.

El PP se ha puesto la venda antes de la herida y sus dirigentes ya plantean sin disimulo que si PSOE y Ciudadanos se ponen de acuerdo no les quedará más remedio que aceptar una subcomisión sobre la Constitución que comience a preparar los trabajos previos o anestesia preoperatoria. Y no lo dicen precisamente apenados. Se atribuye a Adenauer la frase de que "cuando los políticos no pueden gobernar, crean comisiones". Ni se imaginaba el canciller alemán en qué iba a degenerar la cosa.

El objetivo es adaptar el texto a la talla de los separatistas, cosa que entraña la misma dificultad que confeccionar un traje de chaqueta y pantalón para un unicornio verde, y además, probárselo y ponérselo. Así pues, allí donde dice que "los españoles son iguales ante la ley sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza , sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social" (artículo 14 del Capítulo II del Título Primero), se debería cambiar el redactado para dar gusto a Garganté, Puigdemont, Mas y Junqueras, entre otros, e incluir una nota diferencial en plan "los españoles son iguales ante la ley menos los catalanes, que son más iguales y mejores". Y aún así es de temer que los antedichos se opusieran al nuevo redactado porque, según ellos, los catalanes no son españoles. Fin de la reforma.

Con mucha más claridad expresa la naturaleza de la cuestión un comunicado a favor de la Constitución (como lo leen) del nuevo partido de Antonio Robles, el Centro Izquierda Nacional, en el que se afirma:

Todas las constituciones, también la española, son mejorables, pero ni es el momento ni nos llevaría a una mayor cohesión nacional en estas circunstancias. La legitimidad y apoyo que tiene ahora se pondría en riesgo innecesariamente. Si se necesitara reformar sería en sentido contrario al que demandan nacionalistas, separatistas y populistas que intentan abrir un periodo constituyente que desguazará la unidad de la Nación y romperá en mil pedazos la igualdad y la solidaridad entre los españoles.
Tal vez resulte indiciario del futuro de la Constitución el escaso entusiasmo reinvidicativo de PP, PSOE y Ciudadanos, la inexistencia de un discurso al respecto entre unos partidos que se proclaman constitucionalistas y las nulas consecuencias que su incumplimiento comporta. No es que la Constitución se pueda quemar en TV3, o que los cívicos, festivos y pacíficos muchachos del procés la rompan e incendien en la calle, sino que los patrocinadores de tales eventos se la pasan por el arco del triunfo a cada rato cuando introducen en los presupuestos una partida para un referéndum inconstitucional y de manera permanente al impedir a los padres elegir la lengua vehicular en la enseñanza de sus hijos.

 Reformar la Constitución afecta a la viga maestra del periodo más largo de libertad y democracia de nuestra historia, treinta ocho años. Suena a tópico, pero es una certeza incontrovertible, como que la Tierra gira alrededor del Sol y los nacionalistas son insaciables y, como ellos dicen, ya se han pasado la pantalla del autonomismo.

(Pablo Planas/ld.) 

NO DEBERÍA EXTRAÑARSE DE QUE AUMENTE EL NÚMERO DE DECEPCIONADOS CON LA CLASE POLÍTICA ACTUAL Y QUIERA VOTAR UNA LE PEN ESPAÑOLA. EN LA OTRA PARTE, YA TENEMOS A PABLO IGLESIAS. 



 ¿Salud envidiable?

 

Unidos Podemos y los nacionalistas plantan hoy a la Constitución en su XXXVIII aniversario.

 

(El Mundo.) 

 

 

 ¿QUÉ TAL SI PENSAMOS UN POCO MÁS EN ESPAÑA?

 

Es ya un clásico que cuando se acerca un nuevo aniversario de la Constitución –este martes se cumplirán 38 años desde su aprobación en referéndum– se vuelva a hablar de la necesidad de su reforma, sin que se concrete qué, para qué y por qué. Quienes hablan de ello son exclusivamente los políticos y algunos medios de comunicación, es decir, todo muy endogámico. La preocupación que por esta cuestión tiene el ciudadano de a pie es perfectamente descriptible.

Hay varios aspectos irritantes de este falso debate. El primero es que en la mayor parte de las ocasiones se plantea la reforma como una manera de dar mayor satisfacción a los nacionalistas –buscar su encaje en España, se dice–, sin que se acepte que estos lo que en realidad quieren es la ruptura del marco constitucional, porque su nación no es España sino Cataluña, Euskadi o Galicia. Parece mentira que, después de treinta y ocho años, todavía se piense que los independentistas van a renunciar a lo que es su razón de ser.

En segundo lugar, resulta bastante irritante la posición del PSOE. Unos días se levantan con el modelo federal a cuestas y otros con el federalismo asimétrico, que ni ellos saben lo que es.

 En Cataluña defienden que esta comunidad autónoma sea una nación, algo que acaban de imitar los socialistas vascos –lo poco que queda del PSE– para poder pactar con el PNV. Al mismo tiempo, a la eterna aspirante a liderar el PSOE Susana Díaz se le llena la boca con la palabra España, pero no tiene empacho en ver con buenos ojos ese pacto de los suyos con los nacionalistas vascos o templa gaitas con Iceta y se apunta a la reforma constitucional como mejor vía para resolver el problema catalán. En fin, un totum revolutum el de los socialistas que no hay por dónde cogerlo.


Mientras se asiste a este espectáculo bochornoso de desmoronamiento del orden institucional, nadie plantea que a lo mejor lo que hay que hacer es todo lo contrario: pensar un poco más en España como nación y menos en los intereses localistas, particulares y egoístas de los nacionalistas. Pensar en cómo reforzar y no debilitar la identidad nacional; pensar en que la Constitución está para que todo el mundo la cumpla y no para tolerar que algunos se la salten a la torera.

Es evidente que para hacer frente al secesionismo es necesario tener y creer en un proyecto nacional. El PP, teóricamente, lo tiene, aunque en la práctica su relativismo ideológico también haya alcanzado a esta cuestión esencial. Por no hablar de su debilidad como partido en Cataluña o en el País Vasco. Lo del PSOE es mucho más grave. A sus crisis interna se une desde hace tiempo una posición ideológica sobre la Nación enormemente confusa, que tuvo su máxima expresión en aquella famosa sentencia de Zapatero: "El concepto de nación es discutido y discutible". Con un PSC que es más nacionalista que socialista y con un PSE bajo mínimos electorales y asumiendo gran parte del discurso del PNV, el horizonte socialista es muy preocupante.

Se dice, y es verdad, que las Constituciones no son inamovibles y que no pasa nada por retocarlas. Pero si el punto de partida para introducir cambios es el apaciguamiento de los nacionalistas, eso significa que no hemos aprendido nada de nuestra historia. 

Y en cualquier caso es muy dudoso que en la actualidad el pueblo español, al que se supone que le darían la palabra en un referéndum, apoyara mayoritariamente algo que tiene como fin contentar a quienes quieren que España deje de ser España. A la vista está que últimamente los referéndums los carga el diablo. En nuestro caso, no haría falta la intervención de Lucifer. Basta con el sentido común de los españoles. Si alguien tiene alguna duda al respecto, que haga la prueba.

(Cayetano González/ld.)
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