domingo, 25 de marzo de 2018

JUECES ADMIRABLES








 (Jueces admirables. Jueces no sometidos a las presiones políticas, ni a las presiones sociales.

Ni el acomplejado Rajoy, ni el irresponsable Sánchez hubiesen salvado la democracia, ni parado el golpe de Estado. Por supuesto, Iglesias habría hundido más y más rápidamente el Estado de Derecho. Estos son los políticos que tenemos.

Ha sido un juez, en cumplimiento de su deber. Tomen nota.

PD. No olvidemos a la Guardia Civil y la Policía Nacional. Gracias.)




 EL LlARENA SOLITARIO
A la imparable decadencia de Occidente creía Spengler que solo se podía oponer un pelotón de soldados. Pero eso lo escribió en 1918, cuando la carne de Europa aún se descomponía en las trincheras. Hoy el campo donde se combate a la democracia es incruento, virtual incluso, y no alinea a soldados contra soldados sino a emociones colectivas contra derechos individuales. Las primeras alimentan el mar sin orillas de Facebook, que en ocasiones inunda los paseos marítimos y causa destrozos en la civilización; los segundos dependen de la razón y el coraje de un puñado de intérpretes del código penal, llamados jueces. Su misión es levantar diques y fijar en ellos la marca de la vergüenza para que las generaciones futuras sepan hasta dónde llegó esta vez la riada.
A la degradación de Cataluña se ha opuesto un hombre sobre todos, un español de Burgos, formado en Valladolid y curtido en Barcelona, impermeable al victimismo porno de los unos y a la componenda proxeneta de los otros. Pablo Llarena Conde (55 años, hijo de abogados, padre de dos hijos, número uno de su promoción, magistrado de la Sala Segunda del Tribunal Supremo) podrá contar en las cenas familiares que a principios de siglo una parte de España retrocedió al salvaje Oeste, y que todo aquello a él le pilló en la oficina del sheriff. «En aquel tiempo, queridos nietos, yo fui la ley. Y la ley se cumplió». Podrá decirlo, porque habrá dicho la verdad.
No se imaginaba uno al rebelde icónico con la fisonomía de Llarena. Mucho tendría que esforzarse el fotógrafo del Che para vender camisetas de su cráneo sin melena al viento y de sus gafas de fatigar sumarios. Pero tampoco el rostro de Andrés Iniesta ofrece facilidades a la telegenia y nadie duda de su moderno estatuto de héroe español. Lo cierto es que Llarena, aferrado al tomo de la ley como otros a la culata de su kalashnikov, ha convertido el Supremo en la selva Lacandona: el nuevo santuario para turistas del ideal tranquilo de Montesquieu donde resisten los genuinos revolucionarios de nuestro tiempo, que son aquellos que se niegan a transigir con los pasteleros de la política, el llanto de las televisiones y la histeria de las redes sociales, con sus ejércitos de zombis robotizados. Aquí la única tecnología que funciona es muy antigua: una balanza, una espada y una diosa de ojos vendados.
El golpe no lo ha parado ni el 155 de Rajoy ni la victoria de Arrimadas ni siquiera el sublime espejo cóncavo de Boadella. El golpe lo ha parado el juez Llarena de la única manera que puede hacerlo un jurista: devolviéndolo en la medida proporcional que estipula la ley. Esa medida que los cobardes de piedra tirada y mano escondida no son capaces de soportar, porque su patriotismo es tan ficticio como sus agallas.
 (Jorge Bustos/El Mundo)

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