jueves, 17 de marzo de 2022

CAYETANA O LA TEODOCRACIA

Cayetana y la teodocracia

Por Gabriel Le Senne

Cayetana Álvarez de Toledo se ha convertido en un estandarte de la defensa de la democracia liberal frente a algunas de las principales fuerzas que la amenazan, y que desgrana en su libro: el nacionalismo y otras ideologías identitarias que en América se han dado en denominar ‘woke’.

Estas ideologías rompen con los principios esenciales del orden liberal: que todos somos ciudadanos libres e iguales ante la ley, para, por el contrario, distinguir entre ciudadanos según alguna característica concreta: sexo (‘género’), raza, orientación sexual, lengua, lugar de nacimiento.

Así dinamitan la igualdad entre todos nosotros; nos dividen y enfrentan. Y a continuación vulneran nuestros derechos: la no discriminación, la presunción de inocencia, el derecho a educar a nuestros hijos en nuestra lengua y en nuestros valores. Con ello, dinamitan también la concordia y la pacífica convivencia, alentando diversas formas de violencia, como Cayetana ha experimentado en primera persona (por ejemplo, en aquel escrache en abril de 2019 en la Autónoma de Barcelona en que tuvo que luchar heroicamente por poder acceder por la puerta principal).

Es de justicia agradecer a CAT su firmeza en la defensa de estas ideas, firmeza que, como ella misma explica, no debe ser confundida con radicalidad o extremismo, sino todo lo contrario. Es claridad de ideas, pero de unas ideas que no son más que la esencia de la democracia, y por tanto de la moderación. Por ello deberíamos tomar ejemplo y ser, como ella, radicales en la defensa de la moderación, la tolerancia y la concordia que nacen del respeto a la ley y a la Constitución, trabajando siempre por la profundización y mejora de la democracia liberal.

Sin embargo, casos como el suyo o el de Isabel Díaz Ayuso ponen de manifiesto que los partidos políticos tienen sus propias reglas de funcionamiento e intereses, por lo que resultan insuficientes para recoger las necesidades de los ciudadanos, cuyos deseos a menudo ignoran y hasta contrarían. Aunque es muy sano que aparezcan nuevos partidos cuando fallan los que existen, también es seguramente inevitable que con el tiempo reproduzcan vicios y errores, pues su estructura e incentivos son básicamente los mismos.

Por ello debemos no sólo participar activamente a través de los partidos, sino también organizarnos al margen de estos para hacerles llegar nuestras legítimas demandas. Porque lo contrario es resignarse a caer en una partitocracia que no siempre antepone los intereses de los ciudadanos a los propios. No se me ocurre otra forma de intentar evitarlo que no sea alentar una sociedad civil fuerte y organizada para dar voz a las aspiraciones y preocupaciones de los ciudadanos (y creo que así lo consideró también la propia Cayetana, cuando participó en la constitución de Libres e Iguales).

Es la forma de “estar encima” de los partidos, fiscalizando su trabajo y sus ideas desde una crítica constructiva y apartidista; de dar voz a intelectuales “indeseables” para el poder pero muy apreciados por los ciudadanos —así se titula el libro, “Políticamente indeseable”—, incluso, idealmente, facilitando su entrada ¡y salida! de la política activa, de otro modo casi reservada para funcionarios y productos de “nuevas generaciones”, criados en el aparato del partido sin contacto alguno con la realidad productiva.

Para dignificar la actividad política es preciso dignificar a los políticos, y para que sean dignos representantes nuestros es imprescindible (i) que tengan ideas propias, conocidas y respaldadas por sus votantes, y (ii) que sean independientes para poder defenderlas, en lugar de ser simples mandados del cacique de turno. Y la independencia comienza por la economía: que su subsistencia no dependa de la política; que tengan una salida airosa y motivadora fuera del partido (siempre que la merezcan, claro).

Las asociaciones civiles y think tanks podrían ser una buena posibilidad para ello. Pero para servir a ese fin deberían estar financiados por los ciudadanos comunes, no por subvenciones públicas ni por los propios partidos o sus fundaciones. Esto implicaría, naturalmente, que todos deberíamos implicarnos. La democracia es responsabilidad de todos. El bien común, el interés general, son cosa de todos. No basta con votar (o abstenerse) y quejarse. Una cosa les garantizo: actos como la presentación del libro de Cayetana, con más de cuatrocientas personas abarrotando la sala, compensan cada hora y cada euro invertidos.



 (MallorcaDiario.)

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