martes, 18 de octubre de 2011

ENVIDIA, SOCIALISMO Y RELIGIÓN







ENVIDIA, SOCIALISMO Y RELIGIÓN.











Dice T. Sowell que los reconocidos derechos de propiedad, que restringían el poder de los gobiernos locales y de los estados, en USA, fueron erosionados por las decisiones de los tribunales.






Nada nuevo bajo el sol. La plaga de los ‘jueces progres’ existe por doquier. En sus puñetas, los derechos de propiedad se convierten en privilegios prescindibles a favor de un bien superior, el ‘bien público’. Este supuesto ‘bien público’ (o bien común) ha sido oportunamente diseñado por políticos de izquierdas (generalmente), solidarios y comprometidos con los más débiles. Ha sido diseñado porque ellos dicen saber en qué consiste. Y toman las medidas adecuadas para conseguirlo. Pasando por encima de lo que haga falta. Todo sea por el ‘bien público’. La cancioncilla de siempre.






Ya lo decía L. von Mises en ‘El socialismo’: ‘La evolución hacia el socialismo no se realiza por una simple transferencia formal al Estado. La restricción de los derechos del propietario es también un medio de socialización. Se le retira gradualmente la facultad de disponer de su bien’.






En esta ‘maniobra progresista’, no solamente participan los socialistas (compañeros de viaje y acomplejados varios), cuando controlan el Parlamento y dictan leyes ‘progresistas’, sino que reciben la inestimable ayuda de los jueces ‘Robin Hood’. Ya saben, se lo quitan a los ricos para dárselo a los pobres. Pero sin el arco y las flechas. Ahora se hace con leyes igualitarias que compensan las injustas desigualdades de la sociedad capitalista. Salvaje, por supuesto.






Es bonito. Pero funciona mal. El último ejemplo está en la catástrofe socialista-zapateril. Recordemos que el desastre ha sucedido con el beneplácito de la izquierda, en general, que ha aplaudido con las orejas. Solamente cuando las encuestas presagiaron una hecatombe electoral, los aspirantes a colocarse han puesto mala cara y le han dado la espalda al Presidente sonriente.






O sea, los socialistas pretenden conseguir la igualdad de resultados. El socialismo, que es bueno por naturaleza, se preocupa por los pobres. Eso dicen. Pero su enfermiza obsesión por meter la mano en el bolsillo de los ricos (a efectos prácticos, las clases medias) para dárselo a los pobres (amigos y chupópteros de diverso pelaje) conduce a malos resultados para todos, o casi todos.






¿Por qué actúan así? Porque quieren traer el cielo a la tierra. Quieren que seamos iguales porque se proclaman igualitarios. Desprecian el capitalismo y se ven obligados (a veces) a gestionarlo. Normalmente mal. Su obsesión es la ‘redistribución justa’ de la riqueza, lo que conduce a un agobiante e ineficaz intervencionismo estatal. Pero, alcanzado cierto límite, la mayoría de gente se resiste a ser esquilmada en nombre de alguna palabra bonita.






La izquierda nunca ha aceptado (al menos no se oye) que no tienen modo de producción propio. Siempre han fracasado cuando han intentado poner en práctica sus modelos económicos. El socialismo real siempre ha sido una catástrofe.






Pero no renuncian a ser diferentes y mejores que la derecha. Dado que no pueden imponer el ‘socialismo real’, promulgan leyes ‘progresistas’; intervienen todo lo posible en la vida de los ciudadanos (por su bien, eso sí) y planifican la sociedad, todo lo que pueden. Porque no confían en las (egoístas) decisiones de los individuos. Ellos saben lo que nos conviene.






Algunos todavía tragan. Parece mentira, pero es así. En parte, la derecha (para simplificar hablo de derecha e izquierda) es responsable. Ha renunciado, en general, al público debate de ideas. No es de ahora. Es norma de la casa. Si nos fijamos en lo más actual, podemos repasar el camino ideológico de Rajoy. Que espero que gane las elecciones de Noviembre, pero esa es otra. Rajoy se ha centrado, casi exclusivamente, en la gestión económica. Por supuesto que es importante, pero no lo es todo.






Hay graves problemas no estrictamente económicos que una opción seria de gobierno tiene que afrontar. Por ejemplo, los ilegales referendos de autodeterminación; el desacato público de las autoridades catalanistas a sentencias judiciales firmes; la indignidad de tener al brazo político de ETA (Bildu) en las instituciones democráticas; el que ciudadanos españoles no puedan conseguir que sus hijos sean enseñados en español, en los llamados ‘territorios comanches’; la quiebra relativa de la unidad de mercado, gracias al actual Estado Autonómico; la manipulación ideológica de los escolares por medio de la asignatura ‘Educación para la Ciudadanía’; una absurda e injusta ley electoral, y un larguísimo etcétera.


La cultura de izquierdas, al fomentar el resentimiento hacia ‘los ricos’ estimula bajas pasiones. Como, por ejemplo, la envidia. ‘Tristeza o pesar del bien ajeno’. Eso dice la R.A.E.






Simplificando, pero no distorsionando el mensaje. Si alguien es rico, tiene que repartir. Los menos ricos tenemos derecho a que el rico reparta. ¿No pretenderá quedárselo todo? Si no reparte, se va a enterar. Además, ¿cómo habrá conseguido la riqueza? Seguramente robando, o explotando a los más débiles. A medida que sube el nivel del discurso, se sofistican los argumentos, pero la idea central es ‘apretar’ a los ricos para que suelten la pasta.






El socialismo es una especie de religión laica. Quiere traer el cielo a la tierra, haciéndonos a todos iguales. Para eso necesita un Estado grande y poderoso. O sea, intervencionismo a tope. Estado grande y sociedad civil pequeña. Controlada, como el mercado. El mercado tiene fallos que el Estado corregirá. Estas idioteces se propagan porque hay gente que las cree. Como si el Estado no tuviera fallos. Como si el Estado, con su intervencionismo creciente, no hiciera, de cada vez, más niños a los ciudadanos.






Y el odio de la izquierda a la religión (centralmente a la religión católica) se debe a su visión de la competencia. La izquierda pretende tener el monopolio de la solidaridad, la igualdad y la redistribución de la riqueza. La Iglesia Católica es un peligroso competidor. ¡A por ellos!






Pero la Iglesia Católica (a la que tanto odia la izquierda, con las excepciones de rigor) aparte de la inmensa labor social que realiza aquí en la tierra, ofrece el cielo en el cielo. Una enorme ventaja.






Sebastián Urbina.







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