sábado, 22 de abril de 2017

PEDRO SÁNCHEZ, UN ANALFABETO.




 (Hablo de Pedro Sánchez, como político. No me meto con él en su calidad de ciudadano. Pues bien, como político, es sectario, superficial y grosero.

El Psoe y España merecen más.

Por cierto, hay que ser muy simple para creer que esta cesión- una más- resolverá 'el conflicto' con los separatistas. ¿Tan tonto es?)



PEDRO SÁNCHEZ, UN ANALFABETO.

Pedro Sánchez en Barcelona: "Cataluña es una nación".

El candidato a las primarias socialistas reclama una reforma constitucional y pide que se reconozca la singularidad territorial de Cataluña. (ld.)

(El candidato a liderar el PSOE cree que esta será la única vía para superar el «grave conflicto» territorial. España, ha dicho, es «una nación de naciones».) ABC.


CATALUÑA ES ESPAÑA.

El nacionalismo catalán (como el vasco), no es propiamente catalanista, sino antiespañol. Cataluña nunca ha sido una nación en el sentido propio de una comunidad cultural con un Estado, y no lo ha sido porque no ha querido serlo. Sólo a finales del siglo XIX apareció un nacionalismo que no podía basarse en la historia y que, por tanto, la inventó, tratando de crear mitos sugestivos basados en una mezcla de narcisismo y de victimismo. El narcisimo de ser "una raza superior" al resto de los españoles (ver el libro de Paco Caja), más "europea", más "culta" y más rica, y el victimismo de considerarse oprimidos, fuera por Castilla o por el "Estado español", como decidieron llamar a la nación española existente realmente desde Leovigildo y de la que siempre se habían sentido parte la inmensa mayoría de los catalanes.

Desde el primer momento, la táctica nacionalista, en Cataluña y en Vascongadas, consistió en provocar resentimientos y una literatura de odio y desprecio a España de la que he dado algunas muestras en Una historia chocante, pero que merecería por sí sola un buen estudio. El objetivo era doble: proclamarse los representantes genuinos de Cataluña y provocar, por reacción, un sentimiento de aversión en el resto de España, que, en círculo vicioso, empujara a muchos catalanes a identificarse con el nacionalismo. Hay que decir que en ello han tenido bastante éxito, debido a la ausencia de pensamiento político sobre el asunto en el resto de España, una carencia que, con pocas excepciones, pervive.

Así, ha sido y sigue siendo muy frecuente en la prensa general referirse a los nacionalistas como "los catalanes" o aceptarlos como la auténtica encarnación de "Cataluña". La torpeza, como en relación con el PNV, ha sido increíble, y adquirió nuevas cotas en la Transición gracias a Suárez y a sectores de la UCD especialmente ineptos e ignorantes de la historia, que propiciaban esos nacionalismos con la creencia de que ellos eran propiamente la derecha en esas regiones (o que, con la misma naturalidad y en compañía del PSOE, proclamaban al orate Blas Infante "padre de la patria andaluza"). No debe olvidarse que fue sobre todo en Madrid donde los desmanes separatistas encontraron respaldo cuando Jiménez Losantos, Amando de Miguel y otros los denunciaron.

La identificación de los nacionalistas y su demagogia con los catalanes en general está llevando a algunas personas en el resto de España a aceptar la secesión, e incluso animarla, pretendiendo que desde la Transición los males del país y los ataques a la libertad vienen inspirados por los Gobiernos autonómicos catalanes. Tal posición me parece irresponsable. Los males de Cataluña son los del conjunto del país, y no habrían llegado a tanto sin la colaboración o inhibición de los partidos "madrileños". En La Transición de cristal he explicado la generación de tales actitudes y no estaría de más un debate de cierta altura al respecto.

(Pio Moa/ld.)

La lucha por la verdad.

Con todas sus virtudes, la transición democrática tuvo algunos serios defectos, y uno de los peores fue el abandono de la lucha por la verdad histórica frente a una izquierda y unos separatistas resueltos desde el primer momento a inculcar por todos los medios su ideología, especialmente a los jóvenes. En estos años hemos vuelto a la época de los "gárrulos sofistas", a una verdadera orgía de desvirtuaciones y falsificaciones, tanto de la historia más antigua como de la más reciente, sin que recibieran la adecuada respuesta. No se trata, importa señalarlo, de simples errores, pues de éstos nadie está libre, sino de una verdadera estrategia, como cita Laínz de Orwell, para apoderarse del pasado como medio de imponerse en el presente y determinar el futuro. Esta renuncia a defender la verdad histórica sólo podía tener consecuencias nefastas, y bien comprobado lo tenemos.
 
Ante la contraposición de interpretaciones históricas, muchas veces caemos en la impresión desanimada o escéptica de que, finalmente, no hay modo de saber quién tiene razón y de que siempre seguimos la versión del pasado más acorde con nuestros prejuicios o intereses. Algo de cierto hay en ello, pues, ya lo decía Huizinga, en la historia se encuentran argumentos para todos los gustos. Aunque ello ocurre con respecto al pasado, con respecto al presente y con respecto a las prospecciones e ilusiones que nos hagamos del futuro. Por ello, quizá convenga empezar por examinar los intereses en juego para discernir las diferentes versiones.
 
Si observamos la evolución práctica de los nacionalismos vasco y catalán, o del gallego, el andaluz, etcétera, los vemos vinculados siempre a ideologías racistas y aspiraciones totalitarias, vemos que sus estatutos y normas han buscado en todo momento mutilar, cuando no aplastar, las libertades democráticas, hasta el punto de que la situación de ellas en Cataluña es muy precaria, no digamos ya en las Vascongadas, donde ni siquiera puede hablarse en serio de tal cosa, bajo la presión de los asesinatos y el chantaje. Estos nacionalismos, por tanto, buscan cercenar las libertades conseguidas por el conjunto del pueblo español, a las que nunca han aportado ellos nada, excepto perturbaciones. Encontramos aquí, por tanto, un conflicto de intereses de la mayor trascendencia, que orienta desde el presente las interpretaciones del pasado.
 
No digo que el nacionalismo sea por naturaleza contrario a la democracia. En muchos casos lo es, en otros no. En cuanto a nuestros separatismos, de su carácter antidemocrático no puede caber la menor duda a quien preste atención a sus comportamientos prácticos y examine con espíritu crítico sus declaraciones.
 
Esta evidencia parece chocar, sin embargo, con una interpretación del pasado reciente que indicaría lo contrario: en la Guerra Civil, los nacionalistas se habrían alineado con el Gobierno "legítimo", salido de las elecciones y por tanto democrático, frente a una derecha españolista y reaccionaria por naturaleza. Me he referido muchas veces a esta cuestión, y no voy a extenderme ahora sobre ella. Simplemente recordaré, una vez más, otra evidencia: el bando del Frente Popular, que cayó rápidamente bajo la tutela del demócrata Stalin, se componía de demócratas tales como los comunistas, los marxistas del PSOE, a menudo más radicalizados que aquéllos, y los anarquistas, como fuerzas principales. Los republicanos de izquierda o los secesionistas, menos revolucionarios, desde luego, giraban en torno a los anteriores, lo que ya indica mucho.
 
Además, durante la República dichos republicanos habían demostrado su respeto a la ley y a las elecciones propiciando golpes de estado contra un resultado electoral adverso, el de 1933; los nacionalistas catalanes habían asaltado la República al lado de los socialistas en 1934; y del PNV, un partido abierta y furiosamente racista (tuvo que cambiar o disimular ese carácter después de la guerra mundial), tampoco cabe afirmar que fuese democrático. Es asombroso el éxito que ha tenido durante largos años la versión de un bando "republicano" democrático, contra toda prueba; pero ese éxito, pese la pretensión de Goebbels, no transforma la mentira en verdad.
 
Así pues, una de las claves de la interpretación histórica de esos nacionalismos consiste en su carácter e intereses antidemocráticos. Lo cual no significa que sea necesariamente una interpretación falsa… pero empieza siéndolo cuando al mismo tiempo intenta presentarse como lo contrario. En frase famosa, "los nazis son los cínicos, porque reconocen abiertamente su violencia y su tiranía; los comunistas son los hipócritas, porque niegan descaradamente las suyas". Los nacionalistas vascos y catalanes optan resueltamente por la hipocresía, al parecer más fructífera.
 
Por otra parte, la veracidad o falsedad de los hechos históricos nunca se demuestra con apelaciones generales a intereses o ideas previas, sino mediante el análisis cuidadoso de los hechos concretos. Puede demostrarse con claridad suficiente, por ejemplo, que la versión del PNV sobre el Pacto de Santoña es radicalmente falsa, al igual que su afirmación de los tres mil muertos en el bombardeo de Guernica, o las leyendas sobre su reacción a dicho bombardeo –bajo sus llamamientos a intensificar la lucha, lo que hizo fue intensificar sus tratos con los fascistas italianos con vistas a traicionar a sus aliados.
 
Contra una nutrida propaganda, cabe demostrar documentalmente que la Esquerra respondió al resultado de las elecciones de 1933 poniéndose "en pie de guerra", utilizando el estatuto para intentar crear un ambiente bélico en Cataluña y tratando de llevar a los catalanes a la insurrección. Hechos determinantes, entre otros muchos, probatorios de dos cosas: la capacidad de estos nacionalismos para falsear el pasado y la falta de base de sus pretensiones democráticas.
 
Como decía, la Transición vino acompañada de una flaqueza en la defensa e investigación de la verdad; peor aún, de hostigamiento a los pocos que no se resignaban ante la ola propagandística de los separatistas y del partido de los "cien años de honradez". De aquellos polvos, estos lodos. Sin embargo, se aprecia en los últimos años una reacción muy esperanzadora, con numerosos estudios que han echado por tierra las explicaciones nacionalistas del pasado, faltando, si acaso, una suficiente popularización de sus resultados.
 
Jesús Laínz viene contribuyendo de forma muy destacada a esta doble tarea, primero con su excelente libro Adiós, España y ahora con este otro, La nación falsificada, más divulgativo pero no por ello menos cuidado en sus exposiciones. Falta, quizá, una obra que presente las semblanzas de los jefes nacionalistas catalanes y vascos, algo así como Separatistas ilustres, para contraste con los vascos y catalanes que a lo largo de la historia tanto han contribuido a forjar la nación española.
 
Pío Moa
Libertad Digital, 12 de enero de 2007 .

ESPAÑA CONTRA CATALUÑA. HISTORIA DE UN FRAUDE.
Jesús Laínz.
Con magistral capacidad para relacionar pasado y presente, anunciando escenarios de futuro, Jesús Laínz se embarca nuevamente en la misión de desenmascarar al nacionalismo periférico secesionista que habita en España. Tarea compleja porque con toda probabilidad los custodios de las esencias del separatismo catalán, se abalanzarán sobre el autor, tratando de provocar su descrédito.

Que en la actualidad, desde las instituciones catalanas se haya lanzado un órdago al Gobierno de la Nación, no debemos contemplarlo como un hecho aislado o consecuencia de las dinámicas políticas (sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut de 2006) y económicas del siglo XXI. Por el contrario, sus raíces las encontramos a finales del siglo XIX (1898), fecha en la que irrumpe el catalanismo, ideología residual hasta entonces, como explica Josep Pla “los catalanistas eran muy pocos. Cuatro gatos. En cada comarca había aproximadamente un catalanista: era generalmente un hombre distinguido que tenía fama de chalado”(pág. 57).

A partir de ahí, de forma constante, tal ideología ha perseguido escribir una historia diferente de España y de Cataluña, vertiendo sobre la primera epítetos descalificadores. Para ello se ha valido de diversas y complementarias herramientas: desde la fabricación de mitos (el rol de Rafael Casanovas en la guerra de Sucesión de 1714) hasta la repetición de mantras (la supuesta persecución de la lengua catalana durante el franquismo) y omisiones deliberadas (el apoyo económico y moral ofertado por Francesc Cambó al bando nacional durante la Guerra Civil española).

Al respecto, Laínz nos acerca a algunas personalidades que han participado activamente en dicha tarea y que pueden resultar remotas para el lector si no está familiarizado con el objeto de estudio, como los políticos Cambó y Prat de la Riba e intelectuales como Rovira i Virgili. Así, muchos de los “argumentos” que hoy escuchamos a Artur Mas, Oriol Junqueras o al propio Jordi Pujol fueron ya pronunciados con idéntica vehemencia por sus antecesores de la Lliga Regionalista, en particular las referencias a la cultura, la lengua o la consideración de Cataluña como nación.

Sin embargo, el nacionalismo catalán disfruta hoy de mayores medios para promover su credo. Algunos de ellos son materiales y otros, los más peligrosos en cuanto que provocan mayor eficacia, proceden de la inacción de los diferentes Gobiernos de España, que han asistido pasivos al manejo hecho desde 1980 por la Generalidad de la educación o la lengua como peones al servicio del adoctrinamiento.

Dicho con otras palabras: se ha permitido la vaporización de España en Cataluña. Al respecto, Jesús Laínz apunta una consecuencia: aquellos que más fervor muestran actualmente por la independencia, son quienes aún no han cumplido la mayoría de edad o lo han hecho hace escasas fechas.

En esta suerte de dejación de funciones, Laínz culpa más a la izquierda que a la derecha. Además, desmonta que el federalismo sirva como contrapeso a las intenciones rupturistas del nacionalismo catalán, ya que éste siempre ha concebido la autonomía no como un fin, sino como un medio para la construcción de su propio Estado. Expresiones vacuas como “España plural” o “España nación de naciones” lejos de saciar el apetito independentista, lo legitimaron y espolearon.

En definitiva, nos hallamos ante un libro “políticamente incorrecto” en el que los juicios emitidos por el autor están avalados tanto por su análisis minucioso como por las innumerables fuentes bibliográficas y documentales que maneja. La hemeroteca se convierte en el abogado defensor de Laínz, exponiendo unos alegatos que le dan la razón y le eximen de toda culpabilidad.

(El Imparcial/Alfredo Crespo Alcázar.)


1 comentario:

Arcoiris dijo...

Yo era entonces un joven universitario. Un buen día, mientras transitaba por La Rambla, un coche del PSOE voceaba desde un megáfono su mensaje ascendiendo hacia la plaza de Cataluña. A mi lado, un transeúnte comentó en voz alta: “Estas gentes son muy peligrosas”. Nunca más he vuelto a coincidir con ese sabio peatón, a pesar de que, creo, le he estado buscando inconscientemente.