QUEREMOS LADRONES CATALANES.
«Médicos, enfermeras, camareros, contables, catedráticos, ingenieros… desisten de Cataluña ante la presión lingüística y las denuncias»
El nuevo decreto 269/2025, que regula «la imagen institucional, los uniformes, las acreditaciones y las distinciones de la Policía de Cataluña», establece que la lengua «propia y habitual de trabajo y de relación con la ciudadanía de los miembros de la PG-ME es el catalán». Para detener ladrones, trabajar en la seguridad de puertos y aeropuertos, asegurar las fronteras o detener inmigrantes ilegales habrá que tener el certificado de la catalanidad absoluta. ¿Qué será lo siguiente? Probablemente, exigir ladrones catalanes.
Poner fronteras lingüísticas (tan visibles, tan absurdas) provoca el fracaso escolar entre los niños castellano parlantes, que juegan a la pilota en patios escrutados por vigilantes de la lengua.
También cierra las puertas a trabajadores hispanos sobradamente preparados y necesarios. Médicos, enfermeras, camareros, contables, catedráticos, ingenieros… desisten de Cataluña ante la presión lingüística y las constantes denuncias. Los médicos españoles recién graduados (los famosos MIR) evitan ya escoger hospitales catalanes, por lo que la comunidad ha caído como primera preferencia entre los doctores con mejores resultados en el examen.
En definitiva, son barreras que también frenan el desarrollo económico de un país.
Después de años de nacionalismo quejica o procesista nos hemos acostumbrado al catastrofismo lingüístico. La inmersión total en catalán parece que nunca es suficiente. «El catalán está en peligro de extinción, a un paso de la desaparición», claman los «buenos catalanes» y sus partidos en cuanto se huelen elecciones o necesitan pactar alguna amnistía que otra.
Sin embargo, la mayoría de los periódicos, de las radios y de las televisiones públicas se publican o emiten en la única lengua que el independentismo considera propia. Hay muchos motivos, todos interesados, en seguir denunciando a los malvados españoles que se empeñan en no entenderles en la heladería, el hospital o en el bar de la esquina.
El enfado eterno se impone y empobrece la vida cotidiana.
(Rosa Cullell/TheOBective/25/12/2025.)