lunes, 7 de julio de 2014

TV3












TV3, SCC y el derecho a la información

Es difícil ser más sectario que TV3, pero imposible encontrar un medio tan convencido de servir como nadie a la pluralidad y a la democracia. La evidencia más palpable de su incapacidad para sospechar que existen otras miradas se dio el martes pasado cuando cinco tertulianos, cinco, más la presentadora, despellejaron a Sociedad Civil Catalana, un día después de haber sido recibida por el presidente autonómico Artur Mas en el Palacio de la Generalidad.

Lo verdaderamente intolerable es que un medio público, que se tiene por democrático y exige el derecho a decidir como la quintaesencia de la libertad, acote la crítica a una sola opción, la suya, la nacionalista.

Todo en nombre de Cataluña y del derecho a decidir. Porque Cataluña ya no es un territorio, una comunidad autónoma, una sociedad de gentes bulliciosas, laboriosas y mediterráneas. No. Cataluña se ha convertido en un sagrario, en la encarnación de la divinidad, la referencia de nuestras vidas y haciendas, de nuestros anhelos y el horizonte teocentrista de nuestras aspiraciones y comportamientos. Ante Dios sólo te queda postrarte, como ante Cataluña. Y a Cataluña la representan ellos, los intérpretes de sus designios. Como hicieron a lo largo de todos los tiempos sumos sacerdotes, integristas e inquisidores. Esto ya no es ideología nacionalista, es fundamentalismo religioso. Aunque puede que la precisión sea redundante.

Se han quejado, lo han escrito, los representantes de SCC. No comparto su queja más allá de la denuncia de las malas artes empleados contra ellos. La libertad de pensamiento da derecho al rival a discrepar, calificar, incluso a equivocarse. Entiendo que les puedan molestar calificaciones y descalificaciones. La estigmatización es su plato favorito, intentar renunciar a él es tarea imposible; no han sido los primeros ni serán los últimos. Comprendo el cabreo. Son los daños colaterales de quien sale al ágora pública a defender sus convicciones.

No es eso lo intolerable, o no es lo más intolerable, lo verdaderamente intolerable es que un medio público, que se tiene por democrático y exige el derecho a decidir como la quintaesencia de la libertad, acote la crítica a una sola opción, la suya, la nacionalista. Es intolerable que cinco contertulios, seis con la presentadora a la cabeza se enciscaran contra Sociedad Civil Catalana pertrechados con la peor retórica y las falacias más ruines, desconsiderando al ausente y amparándose explícitamente en la complicidad del medio. Mal, muy mal que se dé en un medio de comunicación privado, obsceno e inadmisible que se dé en un medio público pagado por todos.

¿Qué diferencia hay entre controlar los presupuestos públicos para beneficiar a los tuyos, de la de controlar la información pública de todos para dar voz únicamente a los mismos?
Especialmente denigrante es esa actitud patrimonialista que despliegan todos los que pastorean esa factoría de patriotas en que se ha convertido TV3. Se les ve dueños del cortijo. Pontifican, califican, clasifican, desprecian, satanizan, excluyen como capataces de una Cataluña a la que se han entregado en cuerpo y alma. Su ira, la ira de la nación, de "su nación", la descargan contra todos sus espantajos paranoicos recreados para alimentar el aquelarre victimista y su negocio nacional: charnegos, colonizadores, opresores de la cultura, la lengua y la nación catalanas, llegados de fuera y renegados de dentro. Estos últimos, señalados como quintacolumnistas, los peores (¿Qué puede ser peor que te consideren colaborador interno de un ejército enemigo?).

Ellos son los amos, el resto, sospechosos o directamente traidores. No conciben en el otro altura de miras, capacidad ética alguna; necesariamente son gente malsana, un peligro para Cataluña, para su lengua o para el Barça, si se tercia. Eso no es periodismo, eso es una secta, la nuestra, la mayoritaria, la guay, la estelada, pero secta pura y dura. Peor que casta, la casta sabe sus límites y delimita jerarquías, la secta acaba perdiendo la perspectiva de su impostura. No son culpables de nada, ni responsables; narcisismo en estado puro.

Vivimos tiempos corruptos, aborrecemos el saqueo de las arcas públicas, pero pasamos por alto sus consecuencias en el control y manipulación de los medios de comunicación. Cualquiera de nosotros considera inadmisible que el responsable político de turno disponga de los presupuestos públicos para sus negocios privados. No sólo traiciona la confianza depositada en él, también nos roba, nos roba nuestro dinero. Es su obligación utilizar el dinero de todos para hacernos la vida más feliz y garantizar nuestra salud, la educación de nuestros hijos o la seguridad de nuestros bienes y vidas.

Si robar parte de esos bienes se considera corrupción, ¿por qué apropiarse del derecho a la información debida a todos los ciudadanos, no? ¿Qué diferencia hay entre controlar los presupuestos públicos para beneficiar a los tuyos, de la de controlar la información pública de todos para dar voz únicamente a los mismos? Los presupuestos públicos no están a la libre disposición de la ideología dominante, sino de los ciudadanos, exactamente igual que la información pública está para servir a los ciudadanos, no para servirse de ella.

¿Cómo se atreven a pedir el derecho a decidir quiénes cercenan de raíz la información necesaria para hacerlo con criterio?
Hoy TV3 no está al servicio de la información, sino de la construcción nacional ideada por la ideología dominante. Nuestro derecho a la información es un derecho fundamental y está avalado por las Naciones Unidas: "La libertad de información es un derecho fundamental y... la piedra angular de todas las libertades a las que están consagradas las Naciones Unidas".  

Pues bien, nuestro derecho a la información es saqueado por esa cueva de Ali Babá y los cuarenta ladrones en que se ha convertido TV3. Políticos y periodistas no consideran corrupción impedir que los ciudadanos accedan a una información libre e imparcial para que puedan formar su propio criterio sobre las cosas, y toman las emisoras públicas y los millones de euros que las sostienen como un cortijo a su solo servicio ideológico. Esto es exactamente lo inadmisible. ¿Cómo se atreven a pedir el derecho a decidir quiénes cercenan de raíz la información necesaria para hacerlo con criterio?

PD: Aquí no sólo son responsables políticos y periodistas, también aquellos ciudadanos que disfrutan de la distorsión de la información que les beneficia o les adula, a costa de excluir al resto. A estos ciudadanos que consienten, colaboran o callan les recuerdo la sentencia de Edmund Burke: "Para que triunfe el mal, solo hace falta que los buenos no hagan nada".

(Antonio Robles/Crónica Global)

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