"Si no te gusta, construye tu propio Twitter",
nos decían los progres disfrutando de las ventajas de contar entre los
suyos no sólo esta red social, sino todos los servicios de las grandes
empresas de internet: Google, YouTube, Facebook, Instagram, etc. Pero hete aquí que Elon Musk ha
decidido comprar Twitter, y tras un par de semanas de tira y afloja con
un consejo renuente a permitir que el magnate de los vehículos
eléctricos se haga con la red social, finalmente lo ha conseguido. Su
promesa: retirar Twitter de la bolsa, hacerlo rentable y, sobre todo, acabar con la política de la compañía de censurarcon especial ahínco cualquier cosa que huela a derechas.
Naturalmente, es este último punto el que ha dejado noqueada a la progresía mundial.
Twitter es un espacio virtualmente inexistente para la inmensa mayoría
de la población en España y el resto del mundo occidental, pero es donde
vivimos casi todos los que tenemos interés en la política, de ahí que
se haya convertido en quizá el más importante foro público del mundo. Y
de repente, todos los que se burlaban de las quejas sobre un sistema de
moderación que consistía, esencialmente, en censurar a los tuiteros de derechas están denunciando la enorme amenaza que supone el compromiso de Elon Musk con la defensa de la libertad de expresión.
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