jueves, 23 de noviembre de 2017

ESPAÑA, PAÍS PROGRE Y AGILIPOLLADO.


(Es prácticamente seguro que mis lectores son personas cultas e inteligentes. Pero no viene mal tomar vitaminas. Por si no lo han leído, aconsejo este libro de A. Anthony.

En cuanto a los seis gilipollas de abajo, es sólo una minúscula muestra de lo que hay. Parlamento incluido. No me puedo extender porque agotaría el espacio.)







 ESPAÑA, PAÍS PROGRE Y AGILIPOLLADO.

MANSON EN ESPAÑA.

En el verano californiano de 1969, Charlie Manson liquidó en dos noches la inocencia del sueño hippy, al ordenar a sus adoradores una masacre a navajazos. Hijo de una madre soltera muy pobre y de solo 16 años, su carácter complicado asomó rápido y pronto se convirtió en un delincuente juvenil. El ratero era en realidad un psicópata. 

En 1968 cautivó a media docena de veinteañeros despistados, blancos de clase media, y los arrastró a un festival psicotrópico y sexual que pronto derivaría en violencia. Se movían en el efervescente ambiente contracultural de Los Ángeles y hasta vivieron una temporada en la villa de otro bala, el batería de los Beach Boys, Dennis Wilson, quien moriría ahogado entre las olas de Marina del Rey con solo 39 años (por cierto, me atrevo a recomendar su único y formidable disco, «Pacific Ocean Blue»). 

En agosto del 69, Manson lanzó a sus fieles a matar. Entraron en la casa de Roman Polanski en Bel-Air y acuchillaron hasta la muerte a cinco personas. Una de ellas era la actriz Sharon Tate, la mujer del cineasta, embarazada de ocho meses y de 26 años. Embadurnaron las paredes con pintadas a sangre, con títulos de canciones de The Beatles. Al día siguiente entraron en otra mansión y acabaron con un matrimonio.

 Manson señalaba los objetivos y ataba a las víctimas, pero no ejecutó personalmente las matanzas. Los detuvieron enseguida y él fue condenado a muerte. Una suspensión temporal de la pena capital lo salvó de la silla eléctrica y le conmutaron el castigo por una cadena perpetua. Nunca volvió a pisar la calle. El domingo pasado murió a los 83 años en un hospital carcelario, tras 48 años en prisión. 

Así funcionan las cosas en la gran democracia americana.

Ian Brady era un inglés pálido, un sádico con cara de pez frío, que a mediados de los sesenta violó y mató a seis niños en los páramos de las afueras de Mánchester. Fue condenado a cadena perpetua por sus crudelísimos crímenes. Nunca volvió a pisar la calle, a pesar de que recurrió a huelgas de hambre reiteradas y dio constantes muestras de locura. Murió en mayo en un hospital carcelario, a los 79 años. Así funciona la gran democracia inglesa.

Javier Estrada vivía en La Coruña con su pareja y unos mellizos de una relación anterior de ella, dos niños de diez años. Estrada, un treintañero, quedó un día a cargo de los niños. Les puso a jugar con unos relojes, pero uno de ellos tiró uno al suelo. El hombre lo mató a golpes. A continuación hizo lo mismo con su hermano, atacándolo con un sillín de bicicleta. Se entregó sin mostrar remordimiento alguno.

 Explicó que había tenido «un mal día», que había dormido poco y estaba nervioso. Lo condenaron a 40 años de cárcel. Cuando llevaba cinco, la Audiencia Provincial redujo su pena a 20 (diez años de reclusión por niño asesinado a golpes). En la cárcel se porta muy bien, hasta cultiva la jardinería. Se cree que en cinco años empezará a disfrutar de sus primeros permisos por la calle.


Me considero un tipo normal, nada amigo de los extremismos. Pero me resulta muy claro qué países imparten justicia y cuál arrastra un sistema penal absurdo.

(Luis Ventoso/ABC.)

2 comentarios:

Arcoiris dijo...

Creo que arrastramos algún complejo de inferioridad de difícil inteligencia (la leyenda negra, la Inquisición, la sangre derramada a cristazos en nuestras repetidas guerras de religión, Franco, …) Y me parece que somos una democracia vergonzante que ha de hacer continua exhibición de tolerancia y garantismos. Quizás nos falten autenticidad, espontaneidad, personalidad, en fin.

Sebastián Urbina dijo...

De acuerdo. Los partidos supuestamente nacionales han abandonado a España. Llevamos décadas permitiendo el desprecio a España por parte de separatistas, buena parte de la izquierda y peperos acomplejados. Algo incomprensible en cualquier otro país.