martes, 27 de diciembre de 2011

LEA A LOS CABRONES INDIGNADOS

 

 

 Reconozco  que el tag, 'Lea a los cabrones indignados', es demasiado suave. 

 

En realidad, se trata de gentuza antidemocrática y totalitaria. Un auténtico peligro para la libertad y la dignidad de las personas. No se lo tome a broma.

Para recordar, más de cerca, a estos peligrosos enemigos de la libertad, le sugiero que lea (otra vez) 'El conocimiento inútil' de J.F. Revel y la 'Izquierda reaccionaria' de Horacio Vázquez-Rial.

 

 

'TIME' Y LOS 'PROTESTADORES'

La voluntad de las plazas

Por Eduardo Goligorsky

La revista norteamericana Time ha elegido Personaje del Año a "El Protestador", con el argumento ficticio de que ha habido 3.000 millones de participantes en las concentraciones registradas en 2011, que han afectado incluso a los Estados Unidos.
"Las protestas han marcado el levantamiento de una nueva generación", argumenta Time, dando carta de ciudadanía a la falacia de que la sociedad debe regirse por la voluntad de las plazas y no por la vía parlamentaria. "El poder está en las plazas", "¡Tomad las calles! ¡Tomad las plazas!", rezaban dos de los doscientos lemas de los indignados de la Plaza del Sol que reprodujo, orgulloso, Le Monde Diplomatique (julio 2011), junto a otros más explícitos: "Madrid será la tumba del capitalismo", "La Revolución no tiene fin", "El capitalismo no se reforma, se destruye", "El poder no hay que conquistarlo, hay que destruirlo".
El paraguas populista
A los indignados madrileños les han aparecido unos parientes ricos, los del Ocupemos Wall Street, que acampaban hasta hace pocos días en el Zuccotti Park de Nueva York. Y este parentesco exhuma ramificaciones que pondrían de los nervios a nuestros desnortados progres: su bestia negra y la de sus camaradas transoceánicos lo es también de... el Tea Party. Todos contra Wall Street, contra los bancos que el "traidor" Obama salvó de la bancarrota, y contra los políticos cómplices de la tramoya plutocrática, sean éstos, en Estados Unidos, republicanos del Establishment, como Mitt Romney o Newt Gingrich, o demócratas; y en España, socialistas del descalabro o populares de la nueva etapa.
Este curioso amancebamiento entre corrientes políticas aparentemente antagónicas tiene su explicación en el paraguas populista bajo el cual se refugian todas ellas. Es precisamente la fascinación por las imágenes que proyectan las multitudes congregadas en las plazas, común denominador de todos los populismos, lo que ha incorporado a los protagonistas de la mítica primavera árabe al plantel de los protestadores galardonados. Un timo tras otro.
Parte del timo consiste en recurrir a los grandes números. ¿De dónde sale la cifra de 3.000 millones de manifestantes con que nos engatusa Time? Los indignados se adjudican, en sus pancartas, la representación del 99% de la población mundial, por oposición a un 1% de privilegiados. Y los patrocinadores de la revuelta utilizan sistemáticamente la palabra mayoría para atribuirse una representatividad que las urnas les niegan cada vez que se presenta la oportunidad. El profesor Jean-Werner Mueller escribe, comparando la situación actual con la de 1968 (La Vanguardia, 28/10):
Esa es, también, hasta cierto punto, la historia de 1968: la repugnancia justificada propició la exasperación, pero, al encauzarse mediante una teorización revolucionaria carente del menor realismo, también propició el fariseísmo y, en última instancia, la elaboración de justificaciones de la violencia física por parte de facciones radicales.
En esa situación, las minorías que se arrogan un poder llegan a hablar en nombre de mayorías imaginarias, lo que constituye una forma de populismo, y, como todos los populismos, movido por las emociones y no las normas, por no hablar de las razones, o simplemente todo acaba en disturbios.
(...)
Los manifestantes han permanecido curiosamente mudos: aún no han articulado exigencias amplias ni una idea de lo que una sociedad diferente o una democracia real, expresión propia del movimiento español, debería ser.
Corresponsales miopes
La nebulosa política que envuelve a los que Time bautiza como "protestadores" inquieta incluso a quienes simpatizan con su movimiento desde una óptica liberal. Observa el sociólogo Michel Wieviorka (LV, 10/10):
Constata, en efecto, la injusticia, la opresión, la exclusión social y, en este sentido, hace su aparición en la esfera pública, pero no se estructura políticamente. La indignación queda indeterminada en el plano político: es susceptible de dar paso eventualmente a la violencia o a ciertas tendencias radicales, islamistas o de otro signo.
Wieviorka ha puesto el dedo en la llaga. Ni siquiera a los corresponsales miopes de la prensa extranjera se les escapan las evidencias de que la ficticia primavera árabe es presa de una islamización rampante. Los Hermanos Musulmanes moderados amagan con imponer la legislación coránica, y sus cofrades salafistas, cada día más numerosos y poderosos, están alertas para disuadirlos de caer en desviaciones heterodoxas. El laicismo está a punto de convertirse en una reliquia paradójicamente asociada a la aborrecida dictadura.
La guinda del mamarracho
También en Occidente y, por lo que a nosotros nos concierne, en España están al acecho las "tendencias radicales" a las que alude Wierviorka. Carlos Taibo, profesor de Ciencias Políticas y de la Administración en la Universidad Autónoma de Madrid e impenitente difusor del pensamiento contestatario, desarrolla en el artículo "Por una izquierda de los movimientos" (Le Monde Diplomatique, octubre 2011) un minucioso decálogo ideado para poner patas arriba nuestra sociedad, dinamitando sus bases constitucionales. He aquí algunos fragmentos del farragoso y dogmático texto:
Un movimiento como el mencionado debe aspirar, por lógica, a convertirse en una omnipresente y libertaria instancia que plantee, en todos los terrenos, la doble perspectiva de la asamblea y la autogestión, y que desdeñe, hasta donde sea posible, la delegación de las decisiones en otros. Hablamos, en otras palabras, de la primacía de la democracia directa sobre las reglas propias de las democracias representativa y participativa.
(...)
Además de anticapitalista, cualquier proyecto que cobre cuerpo en el Norte opulento en este inicio del siglo XXI tiene que ser por fuerza antipatriarcal, antiproductivista, antimilitarista e internacionalista.
(...)
Aunque el discurso dominante quiere hacernos creer todo lo contrario, la defensa cabal del derecho de autodeterminación es inexcusable. No vaya a ser que si no la asumimos, aceptemos de buen grado la monserga que, al cabo, nos viene a decir que todo puede discutirse -es evidente, claro, que no es así- excepto la condición e integridad del Estado en que vivimos.
La compatibilización del internacionalismo con "la defensa cabal del derecho" a balcanizar el Estado existente, así como el deber de ser "antiproductivista", da un vislumbre del tipo de sociedad esquizofrénica y menesterosa que proyecta este ideólogo de la indignación. Pero lo que pone la guinda al mamarracho es el último punto del decálogo, que hace evocar las confesiones autoinculpatorias de las víctimas de los juicios de Moscú:
Cualquier proyecto de emancipación que se precie de tal debe partir de la certificación de que siempre habrá un riesgo al acecho. Con un lenguaje que es de otra época, Cornelius Castoriadis lo describió como "el constante renacimiento de la realidad capitalista en el seno del proletariado". Digámoslo con otras palabras: nunca debemos olvidar que nosotros mismos formamos parte de ese sistema al que deseamos plantar cara, de tal suerte que sus vicios y aberraciones se manifiestan frecuentemente en nuestra conducta. Por eso es tan importante que en todas nuestras iniciativas se revele el firme y libertario propósito de subvertir o, lo que es lo mismo, de abandonar el imaginario de la jerarquía, de los personalismos, de la ciencia, de la tecnología, del crecimiento, del consumo, de la productividad y de la competitividad.
Ni George Orwell ni Aldous Huxley podrían haber enunciado con más elocuencia la pesadilla de un totalitarismo deshumanizador.
Violar los límites
Taibo no está solo y tiene en quiénes inspirarse. En mi artículo "La serpiente ha resucitado" cité textos de Antonio Negri, el ideólogo de los terroristas italianos, ahora transmutado en gurú de los que Time llama "protestadores". He aquí uno de aquellos textos, donde abrevan Taibo y sus colegas de Le Monde Diplomatique:
La acción de la multitud se hace principalmente política cuando comienza a enfrentarse de manera directa y con una conciencia adecuada a las operaciones represivas centrales del imperio. Se trata de reconocer y abordar las iniciativas imperiales y no permitirles restablecer continuamente el orden; se trata de cruzar y violar los límites y las segmentaciones impuestos sobre la nueva fuerza laboral colectiva; se trata de reunir estas experiencias de resistencia y empuñarlas concertadamente contra los centros nerviosos del mando imperial.
Aquí encuentro una palabra clave: multitud. Ya no se trata de las manoseadas clase, proletariado, obreros, campesinos. Ni siquiera de pueblo. Y mucho menos de ciudadanos, concepto que está en los antípodas del rebaño colectivo que los totalitarios antisistema anhelan reimplantar. La multitud es la que guillotina a Luis XVI y también a los girondinos para reemplazarlos por Robespierre y el Terror. Es, asimismo, la que asesina al zar y a su familia y expulsa a Aleksandr Kerenski para implantar la dictadura sanguinaria de Lenin, Trotski y Stalin. Mi muy admirado y clarividente Henry Louis Mencken escribió en 1918 (Prontuario de la estupidez humana, Alcor, 1992):
Lo que sucede cuando se desenfrena una muchedumbre no es exactamente lo que describen Le Bon y sus discípulos. Los pocos hombres superiores que la integran no se reducen inmediatamente al nivel de los palurdos de abajo (...) Pero los palurdos son más y voltean la cerca o linchan al negro. ¿Y por qué? No porque los idiotas, normalmente virtuosos, tengan un acceso de insania criminal. No por eso, sino porque súbitamente toman conciencia de la fuerza que emana del número, porque descubren bruscamente que pueden desahogar sin riesgo su crueldad y demencia naturales. En otras palabras, la infamia particular de la muchedumbre está siempre presente en la mayoría de sus miembros, o sea, en todos aquellos que son ignorantes y feroces... digamos, el 90 por ciento. Todos los estudios sobre psicología de las masas fallan porque no toman en consideración esa crueldad. Los hombres de baja calaña son en realidad granujas incurables, ya sea individual o colectivamente. El decoro, el autocontrol, el sentido de la justicia, el coraje son virtudes propias de una pequeña minoría. La minoría pocas veces se desboca. En verdad, su rasgo más característico consiste en su resistencia a desbocarse. El hombre de tercera categoría, aunque luzca la careta de un hombre de primera, siempre se delata por su incapacidad para conservar la sangre fría cuando alguien azuza sus emociones. Basta un alarido para arrancarle el disfraz.
Una barrera infranqueable
Esto lo escribió Mencken en 1918. Emile M. Cioran desgranó reflexiones no menos pesimistas sobre el género humano a partir de los años 1940. Citaré una opinión más reciente, emitida con sobrada justificación. Jorge Torlasco, miembro de la Cámara Federal que juzgó a los jefes de las Juntas Militares argentinas, confesó (v. Pepe Eliaschev, Los hombres del juicio, Sudamericana, Buenos Aires, 2011):
Mientras estaba sentado detrás del estrado, me preguntaba por la condición humana, aunque la verdad es que tengo una pobre idea de la condición humana en general. Me acuerdo de una frase de Woody Allen en una película: el actor está viendo algo por televisión, que habla de los nazis, y le comenta a su pareja: "Todos se preguntan cómo sucedió; pero yo, conociendo lo que es la humanidad, me pregunto cómo estas cosas no suceden más a menudo". Woody Allen puro y textual. Creo que tiene razón.
Se avecinan horas difíciles para la sociedad española. Los pescadores de río revuelto ya están desplegando sus redes. "Es la hora de la lucha en la calle, esa es nuestra referencia", anunció Cayo Lara durante los festejos del 90º aniversario del Partido Comunista Español. Los agitadores secesionistas ocupan escaños en las Cortes. Los totalitarios antisistema insisten en imponer la voluntad de las plazas. Si el PSOE supera la etapa en que los fóbicos y los frívolos fueron hegemónicos en su dirección y se suma a la mayoría absoluta del PP para salvaguardar las instituciones democráticas, la integridad de España y la sociedad abierta, aunque exprese sus legítimas discrepancias en otras áreas, los protestadores chocarán con una barrera infranqueable detrás de la cual podrán patalear a gusto, disfrutando de libertades que ellos jamás respetarían.

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