NORMALIZAR LA BURRICIE CON LA EDUCACIÓN.
La cátedra ful de Begoña Gómez no es una excepción sino el síntoma de una enfermedad general
Hace poco la Generalitat catalana anunciaba la retirada de Literatura de la prueba de selectividad tras rebajar su estatus a asignatura optativa. En el bachillerato actual rebajado a entrenamiento para superar esa prueba de acceso a la universidad, tan inútil, significa poco menos que desterrarla a simbólica maría para frikis que aún lean libros.
Aunque al día siguiente el departamento del ramo rectificó, seguramente porque la evaluación PISA incluye la comprensión lectora y Cataluña ha empeorado notablemente en ese indicador, su mera concepción certifica que los responsables educativos, asesorados por los nefastos expertos en pedabobadas, ya no consideran necesario que los bachilleres lean.
Fusionar asignaturas sale más barato, y recortando aún más los contenidos pueden paliar la escasez de profesores cualificados de matemáticas y ciencias, efecto del acelerado desprestigio de un trabajo crecientemente burocratizado e ingrato
También explicaba Óscar Domínguez en estas páginas que “en la modalidad de Humanidades y Ciencias Sociales, ya no se podrán
estudiar las Matemáticas del currículum científico, sino solo las aplicadas a
las Ciencias Sociales. Finalmente, tanto Biología y Geología, por una
parte; como Física y Química, por otra, se fusionarán, formando dos asignaturas
en lugar de cuatro.” Traducido, los estudiantes catalanes de bachillerato tendrán acceso
a menos conocimientos científicos y, supongo, los de ciencias también a menos
humanísticos. En poco tiempo, cualquier IA sabrá más que ellos de cualquier
cosa, incluso hará mejores preguntas.
Fusionar asignaturas sale más barato, y recortando aún más los contenidos
pueden paliar la escasez de profesores cualificados de matemáticas y ciencias,
efecto del acelerado desprestigio de un trabajo crecientemente burocratizado e
ingrato, por bien pagado que esté. Pero
esta renuncia a formar decentemente a los bachilleres, y por ende a los futuros
universitarios, no es sino la normalización de la decadencia educativa,
especialmente de la educación pública. Dicho en plata, asistimos a la normalización de
la burricie que se inició recortando planes de estudio y legalizando el
aprobado general.
Es un hecho que la media de los nuevos
universitarios accede a sus estudios de grado con muchos menos conocimientos no
ya de los que tuvimos nosotros, sino de los imprescindibles para entender el
contexto de lo que quieren aprender.
El segundo naufragio de la Invencible
Un par de anécdotas de mi propio curso de Filosofía Política I ilustrará la
cuestión: hace unos días, un estudiante presentó un
trabajo comparando el concepto de poder estatal de Hobbes y Locke, y comentó de
paso, con toda naturalidad, que había tenido que buscar información sobre la
Armada Invencible, cuya amenaza parece que precipitó el parto de la piadosa
madre protestante de Hobbes, porque desconocía todo del tema. Poco después,
otro solicitó que, si fuera posible (y no lo es), diera algunas clases sobre la
reforma protestante y la contrarreforma católica, ya que habían captado su
extraordinaria importancia política y filosófica, pero, sencillamente, tampoco
conocen esa historia.
Son cosas que se supone sabe un bachiller de
humanidades. Y cada nuevo curso el vacío es más corriente y extenso: la mayoría
tampoco sabe nada de Dante, Erasmo,
Rabelais (los de Bilbao creen que Gargantúa es el gigante
traganiños de las fiestas locales) y una larguísima lista de lagunas
históricas, literarias y culturales. Shakespeare apenas les suena, y Cervantes
superficialmente. Lo que no entra en el temario de
selectividad, simplemente se ignora.
La degeneración ha ido ascendiendo
por capilaridad desde la primaria, de la mano de estúpidas teorías pedagógicas,
de la pobre selección del profesorado y de la creciente infantilización del
sistema. Final e inevitablemente llegó a la universidad, y desde ahí se ha ido derramando
sobre la sociedad y la cultura. Los conceptos de ciencia y conocimiento se han
diluido en posverdades, opiniones, tertulianismo y puro trinque, como ha demostrado el escándalo del dinero despilfarrado por el CNIO en
una colección de arte dudosa en todos los sentidos, e intolerable en un centro
vital con graves deficiencias de equipamiento. Como
puede verse, la cátedra ful de Begoña Gómez no es una excepción, sino el
síntoma de una enfermedad general.
Hace poco, el Número Uno presumió de la nueva plantilla de asesores científicos
contratada para quién sabe qué turbios propósitos. Pero un reciente análisis
numérico de la tuitera Mariluz Congosto revelaba que de los 22 científicos ministeriales nombrados “la mayoría son de Ciencias sociales (68,2%), le
siguen los de Ciencias naturales (13,6%), La Ingeniería (13,6%) y Las Ciencias
Formales (4,5%). No hay ninguno de Humanidades (he leído alguna queja amarga)”.
Lo han tenido muy fácil por el habitual papanatismo con que el establishment político y empresarial recibe todo lo presentado como izquierda cultural y moda ideológica: basta con ver la programación de museos rumbosos, centros culturales...
La desorbitada proporción de científicos sociales -léase politólogos, sociólogos, psicólogos y pedagogos- se entiende mejor considerando que la cientificidad de su trabajo es muchas veces pura filfa. Esas ciencias, ya dudosas en la época de Bentham, Comte, Hegel y Marx, decayeron hace tiempo en ideología de la ingeniería social, corrección política y pensamiento único de, naturalmente, paleoizquierda identitaria y wokismo variado. En España son la formación profesional de los Iglesias, Díez, Errejón, Monedero, Urtasun y compañía, y cabina de peaje de la endogámica casta académica. Lo han tenido muy fácil por el habitual papanatismo con que el establishment político y empresarial recibe todo lo presentado como izquierda cultural y moda ideológica: basta con ver la programación de museos rumbosos, centros culturales, publicidad con responsabilidad social corporativa y embelecos similares.
Ideología y activismo político
Si lo dudan, lean este estupendo artículo del profesor Félix Ovejero,
“No esperen nada de los intelectuales” publicado en El Mundo (pueden
verlo en abierto en mi cuenta de X), donde lo documenta con datos. Entre estos, figura la costumbre de falsear investigaciones sobre la
supuesta discriminación de la mujer y minorías aceptadas en el acceso a la
investigación y la docencia universitaria, con el obvio objetivo, ampliamente
cumplido, de acaparar la selección de docentes y becarios que convierte
departamentos y facultades enteras en caciquiles y endogámicas sectas de
pensamiento único. En Estados Unidos, donde se cuantifica todo, la
proporción entre demócratas y republicanos en el profesorado universitario es
de 1’6 a 1 en ingenierías, en filosofía de 18 a 1 y en sociología de 44 a 1. Si
eso no es un monopolio, no sé qué puede serlo.
Se presenta como “ciencia social” o “filosofía” y rara vez es otra cosa que
ideología y activismo político; explica, aunque solo en parte, ese
terrible deterioro de la educación, capaz de normalizar el destierro de la
lectura de las aulas. La otra parte es más simple:
se trata del desinterés social por defender de
verdad el derecho a la educación y a disponer de un verdadero sistema educativo
plural y riguroso, no solo a pagar imitaciones juguete de burócratas,
seudociencias y activistas sectarios
(Carlos Martínez Gorriarán/VozPopuli/20/12/2024.)
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