(El primer ministro, Stoltenberg, es un ejemplo de 'buenismo'. Por ser fino.
Tragarse la versión de los terroristas de ETA antes que la versión de los demócratas, es prueba de idiotez, quería decir 'buenismo'.
Y, encima, se creen moralmente superiores. Pues sí, también en Noruega hay 'el fraude del buenismo'. ¡Qué cruz!)
ESTOS NORUEGOS ESTÁN LOCOS.
Acaban de cumplirse los dos años de la implosión del mayor asesino múltiple de todos los tiempos en una sola tacada: Anders Behring Breivik, el noruego más nazi de un país liberal, el más cruel de la intolerancia, el más criminal de todos los criminales en un solo acto, incluidos Hitler y Stalin. Encerrado en una cárcel donde paga solo 21 años por 77 asesinatos y se queja al mundo de que se le obliga a limpiar su celda de rodillas con una bayeta de las de antes de que el ingeniero español le pusiera palo e hiciera más humano el acto de fregar.
También se queja de que los funcionarios le palpan donde termina la espalda por si oculta algo entre el aporte de grasa. Pero el que está loco no es él, sino las autoridades. Los que están locos son los que mandan.
Breivik contaba con la tradicional hospitalidad noruega a los criminales con cárceles-suite: habitación para dormir, salón de estar-despacho y gimnasio. Pero a algún elemento perverso de la fría maquinaria noruega se le ha ocurrido quitarle el ordenador y cambiarlo por un bolígrafo de goma. Con lo que el asesino Breivik, que pensaba reescribir Mi lucha para el mundo, se ha quedado jodido.
No puedo estar más de acuerdo con mi colega, el profesor universitario Finn Fuglestad, que denuncia que su gobierno no ha aprendido y "ha comprado" la versión de ETA. Después de lo que pasó, el Gobierno noruego está de parte de la izquierda abertzale y del terrorismo etarra. El ministro de Educación ha destinado más de tres millones de euros a tres proyectos entre los que se encuentra la izquierda abertzale. Respalda así a la dirección de ETA: Josu Ternera, David Pla e Iratxe Sorzabal.
Todo esto después de haber perdido mogollón de ciudadanos a manos del terrorismo surgido en sus entrañas. Cuando hace dos años Breivik hizo explotar un coche en Oslo que mató a ocho ciudadanos y luego se fue a la idílica isla de Utoya, vestido de policía y con un rifle, fue matando a 69 personas, a razón de una por minuto. La mayoría cachorros del partido laborista. La tragedia puso de relieve que los fríos e impávidos noruegos son capaces de dejar a sus jóvenes sin protección en una isla, en número de quinientos, sin medios de acceso, ni barcos, ni helicópteros, sin policía especialmente dotada y sin capacidad de reacción. Aunque, eso sí, cuentan con una mayoría silenciosa y ahora demudada, con el cerebro lavado, que, cuando la catástrofe, respondió a las encuestas que las autoridades habían hecho lo debido. Sin enterarse de nada.
Pues mire, lo hicieron mal porque según Breivik, lo que quería era matar a algunas personas, pero entregarse enseguida. Aunque como la policía tardó más de una hora en desarmarlo, mató más de lo que pensaba. La operación de seguridad fue una gran chapuza noruega. Unos tipos que miran con displicencia, considerándose superiores y más inteligentes, sólo porque tienen petróleo.
Los noruegos son poco sentimentales. Gélidos, lejanos, displicentes, soberbios y se creen en posesión de la verdad. Reparten carnets de luchadores por la paz y casi siempre a gente equivocada, como la banda ETA. Menos el profesor emérito de la universidad de Oslo, Finn Fuglestad, autor de la única obra en noruego sobre la historia de España y Portugal, que se ha venido a nuestro país hasta que se le pase el cabreo.
Noruega es el país del mayor monstruo criminal contemporáneo, record de los killers que en el mundo han sido, concebido en tiempo de paz y prosperidad, mientras unos gobernantes descuidados, incapaces, pagados de sí mismos, miran para otro lado. Eso les ha costado la vida a muchos noruegos, aunque estos gélidos pasmados sean incapaces de darse cuenta.
Miren: las autoridades de su país son tontas. Incapaces de distinguir un demócrata de un terrorista. Viven en un mundo lejano, no saben lo que es la ETA y no tienen coraje para descubrirlo. Ni siquiera leen la obra de Fuglestad para saber qué es España. Y lo peor es que son incapaces de pedir perdón. Eso sí, que dimita el primer ministro, Jens Stoltenberg, por proetarra, por enemigo de la seguridad, por no combatir a asesinos de niños, tan parecidos a Breivik, aunque Breivik tiene más valor que todos ellos juntos.
Margallo debería darle estopa al gallo noruego, al embajador que se confunde con el paisaje, el gallo Margallo. La ignorancia de los noruegos que mandan, sobre España y su situación política, es abrumadora. Los noruegos se creen moralmente superiores y su país es el mejor. Aunque en él ha nacido un monstruo como Breivik que hoy ensaya con la bayeta neolítica pero que ha hecho que se hable de Noruega –mal–, de uno a otro confín, hasta que ha sido desbancado por la autoridad filoetarra.
(Francisco Pérez Abellán/ld)
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