(No es justo vivir a costa de los demás. Como el niño mimado de mamá.)
Hay que expulsar a Grecia
P
(LibreMercado)
Bella
Ciao.
Espasmos de desconcierto en Grecia. Los griegos votaron el domingo a Podemos –perdón, a
Syriza– y el miércoles se lanzaron a retirar depósitos bancarios por miedo a un
corralito al modo chipriota. No eran los mismos, claro, pero esos
movimientos revelan la convulsión y el vértigo de una sociedad dividida, muy
lejos del aparente entusiasmo colectivo por el giro radical de la política.
Syriza sacó dos millones largos de votos sobre un total de seis, con una
abstención por encima del 35 por ciento, y se ha beneficiado de la prima de
cincuenta escaños que el sistema electoral de la «casta» otorga allí al ganador
para reforzar la estabilidad. Su triunfo democrático es impecable pero
su mayoría social es sólo relativa.
El peor escenario para un país es la incertidumbre.
La sociedad griega hace tiempo que vive sin otra certeza que su descalabro, y
ahora se asoma a la posibilidad añadida de un salto al vacío. Los ganadores de las elecciones han fabricado un
enemigo exterior –la Troika, Alemania, los mercados– con el que aglutinar la
frustración y la desesperanza. Es la técnica del populismo, que
inventa sujetos políticos propios y ajenos para crecer en esa confrontación
fantasmagórica. Buenos (nosotros) y malos (ellos).
La dualidad
resulta exculpatoria de las propias responsabilidades, y funciona porque ningún
griego admitirá jamás la suya. La
de una nación de baja productividad, sin catastro, sin estructura fiscal
moderna, uncida durante años a un tren de vida que alimentaba el combustible
trucado de las subvenciones derramadas por ese malvado Leviatán europeo.
La del millón de funcionarios, casi uno por
cada diez habitantes. La de las pensiones a los muertos. La de pagar a
empleados públicos, médicos, profesores, policías, coimas cotidianas por
prestar sus servicios. La del dopaje financiero. La de haberse beneficiado
de una larga estafa en la general creencia de que las deudas gigantes
comprometen tanto al deudor como al prestamista.
Esa sigue siendo la estrategia de fondo de Tsipras:
convertir el inmenso débito en un arma reversible contra los acreedores bajo la
amenaza de impago. En ese pulso, de
naturaleza política, van a tomar de rehenes a los propios ciudadanos, cuya
inquietud ha comenzado a manifestarse en sacudidas de pánico. El domingo,
tras el recuento de votos, los partidarios de Syriza entonaban en las plazas el
«Bella Ciao», una vieja canción partisana. Utopía de épica rebelde, mitología
de resistencia guerrillera a invasores extraños.
Quizá no vayan a tardar los griegos en comprobar que en la globalidad
posmoderna los esquemas no son tan simples. Que el límite entre socios y
adversarios es borroso y lábil. Que los presuntos mesías pueden comenzar la
redención por atarles las manos. Y que al entregar su suerte a los partisanos
pueden quedar ellos mismos expuestos a los daños colaterales del fuego cruzado.
(Ignacio Camacho/ABC)
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