sábado, 8 de septiembre de 2018

ARCADI ESPADA


 (Yo también soy españolista, como Arcadi.)




ARCADI ESPADA.

La intrahistoria de «Contra Catalunya» se remonta a 1997. Desde su «oasis catalán», Pujol decidía gobiernos del PSOE y PP. De la crónica de Arcadi Espada se elogiaba en voz baja su valentía o a viva voz para vituperarla. De lo segundo se encargó Pilar Rahola. Cuando «Contra Catalunya» recibió el Ciudad de Barcelona, la entonces concejal independentista quiso entablar un recurso contencioso-administrativo para revocar el premio: «Su extravagante iniciativa provocó un alud de informaciones», recuerda Espada.
Todo lo que se advertía se ha cumplido con creces veintiún años después; ahora, su autor protagoniza los informativos por haber pintado rojo sobre el amarillo que inunda el espacio público. El nacionalismo lleva cuarenta años ahormando la sociedad: «Cuando multaban por rotular en castellano nadie se rebeló y ahora te denuncian por un toque de “rouge” en los lazos amarillos… 

Reivindiquemos la palabra “españolista” frente a la palabra “catalanista, que se considera un elogio», explica.
Se cumple un año de la aprobación –con la oposición silenciada– de las leyes de desconexión. Para Espada, el asalto revolucionario de unas élites: «Tenemos aquel gobierno de la Generalidad en la cárcel o en el exilio. El camino revolucionario es un camino cegado, no cabe en un régimen democrático». 

«Contra Catalunya» concentra el victimismo y la estigmatización de la discrepancia. La crónica arranca con el caso Banca Catalana en el orwelliano «1984»: una turba acosa al líder del PSC, Raimon Obiols. El PSOE, apunta Espada, «es un gran defecto español». Después de la arenga de Pujol en la plaza de Sant Jaume, la mala conciencia de no ser suficientemente catalanista corroe la izquierda. «El socialismo aún vivía del lado de la razón, pero legitima el delirio y la crisis catalana se hace inatacable. Es duro para quienes militamos en la izquierda; el único “haber” de Maragall –el impulso de Barcelona– se dilapida con la reforma del Estatuto».

El Estatuto fue la razón de ser de Ciudadanos. «Era necesario un nuevo partido político. Pocos apostaban que saldría adelante y ahí está, en Cataluña y el resto de España»,
La deliberada confusión entre nacionalismo y progresismo abochorna; la Convergencia burguesa estigmatiza «a la derecha española» y vota con la CUP: «La culpa no es de ellos, sino de la izquierda que no lo denuncia. La patente de corso del nacionalismo se la dio la izquierda», recalca Espada.

Su crónica no ha precisado de muchos retoques. Cataluña sigue enredada en el bucle secesionista. Solo un epílogo de irónico título: «Postfacio, que no postfascio». A juicio del autor, no estamos ante un agravio de signo económico, sino «un caso convencional de xenofobia». Las manifestaciones hicieron creer a Mas y Junqueras que el pueblo –como el Parlamento, la policía autonómica y TV3– les seguirían hasta la Ítaca republicana, «pero el pueblo se fue a su casa». Espada relaciona aquel optimismo con los éxitos de un Barça identificado con Cataluña: «Creyeron que romper un Estado era como ganar la Champions. 

El impacto emocional del Barça ganador en una sociedad acostumbrada a la carne viva de la derrota dan al proceso un carácter deportivo y de psicología de masas. Cuando el fanático sigue un partido de fútbol solo existen las líneas del terreno de juego. Cuando el partido acaba, empieza la realidad. Con el 1-O se acabó el partido de fútbol».

El separatismo parecía derrotado, pero la negativa de los jueces alemanes a extraditar a Puigdemont –«no hubo violencia suficiente»– reanimó su desafío: «El comportamiento políticamente sectario e intelectualmente arrogante de esos jueces dio la imagen de España como un país menor», comenta Espada. Pero pone límites a la contraofensiva secesionista: «Conservan su capacidad de intimidación, pero han perdido y lo saben. Y han perdido porque nunca tuvieron la razón».

Nos preguntamos si en las filas independentistas habrá alguien capaz de ser, como escribió Enzensberger, un «héroe del repliegue», aunque sea tachado de las listas de patriotas y considerado traidor –en catalán, «botifler»–. «Tarde o temprano habrán de renunciar al asalto a la democracia». Espada concluye con una reflexión sobre la ausencia de discurso español frente al separatismo: «La actitud de ciertas élites intelectuales llegó a desmoralizarme. En todo este tiempo no dieron señales de saber cuál es el valor del experimento español». 

 (Sergi Doria/ABC/8/9/2018.)

4 comentarios:

Arcoiris dijo...

De esta lectura y de mi experiencia de este atropello, quiero decir, del “procès”, deduzco alguna moraleja, mejor, conclusiones.
Una. Nuestros lactantes (por no llamarles mamones a esos queridos ”representantes”, los ínclitos profesionales de la política) no son patriotas; no conocen más fidelidad que la que profesan a sus bolsillos y empresas, es decir, a sus respectivos partidos políticos que, es evidente, “son el Consejo de Administración de los intereses de determinadas burguesías.” (¡Que levante su tarjeta “black” quien de entre ellos no zaplanee!)
Dos. Hubo una vez, cuando menos, un hombre íntegro.

Sebastián Urbina dijo...

Esperemos que sea leve pero parece que habrá negros nubarrones sobre Cataluña. Deseo equivocarme y que la 'revolución de las sonrisas' sea sonriente.

Arcoiris dijo...

¿Nubarrones? No debiera de haberlos si fueran descabalgados los catalanistas-independentistas de sus cargos de poder. Esta sociedad ha cambiado; no es, en absoluto, la de hace dos o tres siglos. Hoy, gracias a las oleadas inmigratorias, es un pueblo cuyos indígenas actuales somos, la mayoría, originarios de otras tierras españolas y castellanohablantes. Se entiende rematadamente mal que esos centros de poder no estén en la mayoría demográfica, como no hay forma de comprender que desde las primeras elecciones para el Parlament, muerto Franco, se auparan para que hicieran su santa voluntad los que sumaron casi 600.000 votos mientras los que no vieron mejores opciones que las presentadas, la abstención, cosechó más del doble que el dado por vencedor, CiU, pero se quedó sin voz ni escaño. ¿Quién puede amar esta “democracia”? ¿Nubarrones? Posiblemente, en especial si, como parece, en vez de apear al personal radicalizado, esto tiene visos de solucionarse temporalmente con más de lo mismo, con más autogobierno y más autonomía. “¿Están locos estos romanos?”

Sebastián Urbina dijo...

Cierto. Si hay más de lo mismo, la cosa irá a peor.