domingo, 27 de septiembre de 2020

¿MEMORIA DEMOCRÁTICA?

 

 

¿MEMORIA DEMOCRÁTICA?

YA en 1971 -y refiriéndose a la guerra de Vietnam- la famosa analista Hannah Arendt dejó escrito: «La falsedad deliberada y la pura mentira como medios legítimos para la obtención de fines políticos nos ha acompañado desde el inicio de la historia.

Arendt también decía que los totalitarismos conseguían reescribir la historia una y otra vez para adaptar el pasado a la «línea política» del presente o para eliminar datos que no encajaban con su ideología.

En verdad, una vez decidido que la causa propia es la buena, el político mentiroso puede contar con el apoyo de sus fieles, pues dice lo que los suyos quieren oír y sabe que sus engaños son tranquilizadores para su fiel audiencia.

Antes que Arendt, ya Orwell en su novela «1984» había escrito sobre la persistencia de la mentira en el mundo totalitario: «Si todos los archivos contaban la misma mentira, la mentira pasaba a la historia y se convertía en verdad. “Quien controla el pasado”, según la consigna del Partido, “controla el futuro”. Quien controla el presente controla el pasado. [… ] Lo llamaban el “control de la realidad”. […] Saber y no saber, tener plena conciencia de algo que sabes que es verdad y al mismo tiempo contar mentiras negando esa verdad, utilizar la lógica en contra de la lógica. […] Decir mentiras descaradas creyendo sinceramente en ellas, olvidar cualquier hecho que se haya vuelto incómodo y negar la existencia de la realidad objetiva…».

Como ha escrito Miquel Berga, «la novela de Orwell describe los mecanismos gracias a los cuales puede ejercerse el poder absoluto pero, en esencia, aquellos mecanismos nos remiten fácilmente a los de los lenguajes populistas que hoy vemos que se manifiestan con fuerza en el corazón de las sociedades de matriz democrática (Orwell no escribió la novela para predecir el futuro, sino para alertar de las perversiones que anidaban en la sociedad de su tiempo)».

Esa relación del escritor británico con la perversión mentirosa empezó, precisamente, en Cataluña, de donde tuvo que escapar perseguido por los comunistas, tras vivir aquel mayo de 1937 de enfrentamientos y asesinatos dentro de entre las fuerzas revolucionarias que decían defender la República.

«[…] en España, por primera vez, vi reportajes periodísticos que no guardaban la menor relación con los hechos […]. Vi, de hecho, cómo se escribía la historia no según lo ocurrido en realidad, sino según lo que debería haber ocurrido de acuerdo con las “directrices del partido”».

Mucho antes, ya Pascal advirtió sobre las trampas de la memoria (nos lo ha recordado Albiac en estas mismas páginas). De cada una de nuestras memorias, donde lo bueno y lo malo, el acierto y el disparate, se amalgaman. En efecto, en nuestros recuerdos quedan las evocaciones y no porque haya en ellas verdad o mentira. Permanecen porque son las que tejieron nuestras fantasías. Shakespeare lo escribió con gran belleza: «Estamos hechos de la materia de los sueños, y nuestra vida entera se resume en un letargo».

Por eso, unir «memoria» a «democracia» como pretende la nueva ley llamada de «Memoria Democrática» es, simplemente, una idiotez. Un sinsentido que no significa nada.

En verdad, estamos ante otra manipulación política que también pretende desorientar al público para que dirija sus miradas hacia el Valle de los Caídos y no a los terribles problemas entre los cuales navega nuestro país a causa de la pandemia.

La ley no pretende recuperar memoria alguna. Lo que sí pretende es el olvido de los muchos miles de asesinatos cometidos en la retaguardia republicana. Aunque yo creo que el objetivo último de esta barbaridad es tener abierto el enfrentamiento entre españoles y, de paso, acabar con la Transición, que representó -antes que cualquier otra cosa- la reconciliación nacional que tanto el PCE de Carrillo como el PSOE de Indalecio Prieto venían reclamando desde los años cincuenta. Carrillo y Prieto, dos dirigentes que fueron responsables de muchos disparates antes y durante la guerra.

Cuando llegó la victoria de Franco la matanza siguió, previo paso por juicios sumarísimos o directamente con tiros en la nuca y enterramientos en las cunetas. Pero no todos los condenados en aquellos juicios eran inocentes, pues también se condenó a muchos asesinos. Pondré un único ejemplo, el juicio contra la llamada checa de Bellas Artes.

Uno de los condenados, Benigno Mancebo, justificando los asesinatos cometidos en la retaguardia madrileña por él y otros como él, le había dicho al escritor libertario Eduardo Guzmán en el muelle de Alicante (donde esperaron inútilmente la llegada de algún barco para ir al exilio) las siguientes y terribles palabras: «La revolución no se hace con agua de rosas... Para defenderla de sus enemigos es preciso mancharse las manos. En nuestro caso, he tenido que manchármelas yo. Mi papel era menos heroico que el que peleaba en las trincheras y menos brillante que el que hablaba en las tribunas; pero tan necesario como el primero y más eficaz que el segundo».

Para quienes sí estuvimos en contra de Franco cuando éste vivía exponiéndonos a persecuciones y a cárcel, que estos antifranquistas sobrevenidos saquen ahora pecho y pretendan penalizar a quien se atreva, por ejemplo, a elogiar los embalses que se hicieron aquellos años, resulta ridículo y también insultante.

Para colmo, la nueva ley pretende no sólo imponer la censura y atacar la libertad de opinión, también recrear para los jóvenes una vieja asignatura franquista titulada Formación del Espíritu Nacional.

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Joaquín Leguina fue presidente de la Comunidad de Madrid/ABC/25/9/2020.)



 

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