miércoles, 23 de septiembre de 2020

PALABRA HABLADA Y ESCRITA

 

 


PALABRA HABLADA Y ESCRITA.


Se contrapone, a veces, la transmisión oral de la cultura a la transmisión escrita. Se suele citar al maestro Sócrates para recordarnos la importancia de la palabra hablada y el diálogo.

 

Hay un famoso pasaje de Platón, en su diálogo ‘Fedro o la belleza’, en el que, en boca de Sócrates, se rechaza el invento de la escritura porque acabará- se dice- con la memoria, facultad indispensable del ser humano. Platón no tuvo razón al suponer que la escritura supondría el fracaso del conocimiento. Él creía que la escritura era una representación pasiva del pensamiento, mientras que la expresión oral sería algo constitutivo del hombre porque en el diálogo oral se formaría el conocimiento.

 

Esto muestra que, incluso los genios se ven influidos por el contexto en el que viven. En cualquier caso, a mediados del siglo XV, Johann Gutenberg, el inventor de la imprenta, aplicó una tinta sobre unas piezas metálicas para transferirla al papel por presión. Significó una verdadera revolución tecnológica aplicada a la escritura. Hasta ese momento, existían libros manuscritos, por lo que era muy difícil difundir el saber a mucha gente. De ahí que la imprenta tuviera un enorme impacto en la divulgación del saber.

 

Una vez que el trabajo de copiar libros fue sustituido por las imprentas, los temas a imprimir dependían, al menos en principio, de las solicitudes recibidas. Es decir, superada la censura previa, hubo libertad para imprimir libros de muy variada especie y orientación. Una verdadera revolución cultural.

 

Dicho esto ¿qué queda de estas críticas platónicas a la escritura?

 

No hay duda de que el diálogo es muy relevante, no sólo para la cultura sino, también, para la vida personal y social de los humanos. Nos relacionamos de muchas maneras, pero, especialmente, hablando. Aunque no todos los intercambios de palabras entre humanos constituyen un diálogo.

 

Aparte de la necesidad de relacionarnos- y hablar es una importantísima forma de hacerlo- sigue habiendo diálogo oral, aunque, probablemente, menos que en los tiempos de Sócrates, Platón, Aristóteles, etcétera. ¿Por qué se dialoga menos que entonces? Entonces no existía la imprenta y no se podían producir tantísimos libros en poco tiempo y a un precio muchísimo más reducido que los libros manuscritos. Y, también, porque dialogar, en sentido estricto, es exigente.

 

Según Karl Popper, los principios que son el fundamento de cada diálogo racional (en el que incluye cualquier diálogo que busque la verdad) serían estos tres:

1.- Principio de falibilidad: quizá yo estoy equivocado y quizá tú tienes razón. Pero, tal vez, ambos estemos equivocados.

2.- Principio de discusión racional: sopesar, de forma tan impersonal como sea posible, las razones a favor y en contra del objeto de discusión.

 

3.- Principio de aproximación a la verdad: en una discusión en la que se eviten los ataques personales, casi siempre podremos acercarnos a la verdad.

 

Ahora comparemos un diálogo que respete estos tres principios, con el diálogo que, habitualmente, vemos en las tertulias televisivas, o en la vida cotidiana. Cuando una discusión se aleja tanto de lo que sería-supuestamente- un auténtico diálogo, podemos poner en duda de que sea un diálogo. ¿Qué es, entonces? Un intercambio de palabras.

 

Otro aspecto que nos aleja del diálogo, tal como lo entendían Sócrates, Platón, Aristóteles, etcétera, nos lo muestra Giovanni Sartori- uno de los más prestigiosos pensadores políticos de la segunda mitad del siglo XX- en su obra ‘Homo videns’. En esta obra, ‘Homo Videns: la sociedad teledirigida’, planteó la enorme influencia de los medios de comunicación, en especial de la televisión, sobre el pueblo. O la plebe.

 

Sartori nos dice que, en 1758, el científico sueco Carlos Linneo calificó a los humanos como ‘Homo Sapiens’ en su ‘Sistema de la Naturaleza’. Esto lo contrapone con un invento que, a mediados del siglo XX, iba a revolucionar la manera de conseguir información. A partir de este fenómeno, masificado, se produciría un nuevo tipo humano: el homo videns. ¿Por qué? Porque con la televisión, la imagen empezó a prevalecer sobre la palabra.

 

En la actualidad, millones de personas se relacionan con otros humanos a través de Facebook, Twitter, Instagram, Telegram, etcétera. ¿Cuántas palabras se utilizan para comunicarse? Pocas. Esto va empobreciendo, de cada vez más, la capacidad de comprensión de los videntes. De cada vez menos palabras. Y que sean fáciles y divertidas. Aparte de las televisiones (especialmente las de progreso, como La Sexta y similares, que son mayoría), encargadas de manipular con las consignas de la izquierda. Y elogiar propuestas totalitarias y guerracivilistas, como el aprobado Anteproyecto de ‘Ley de Memoria Democrática’. Con total desvergüenza, la canalla mediática la hará pasar por ley progresista.

 

El resultado es que el esquema conceptual que todos tenemos para entender el mundo y a nosotros mismos, se va empobreciendo y radicalizando, paulatinamente. O sea, ‘buenos (la izquierda), ‘malos’ (la derecha). Facha el que no bote, y otras profundas reflexiones de izquierdas.

 

¿A quién escucharán más estos ‘homo videns’, al demagogo que les dice cosas, breves, fáciles y agradables de oír, o el discurso profundo y coherente de alguien que trata de argumentar la verdad y no engatusar a los oyentes?

 

En resumen, la imprenta supuso un avance extraordinario. Una verdadera revolución cultural. Pero no ha sido aprovechada como debiera. De cada vez hay menos ‘pueblo’. Hay más ‘plebe’. Es decir, las democracias, en las que afortunadamente vivimos, sólo pueden merecer tan digno nombre si el pueblo no se convierte en plebe. ¿Por qué?

 

Porque la plebe es fácilmente engatusada por los demagogos sin escrúpulos. Políticos, creadores de opinión y criados mediáticos, que no están al servicio de la verdad, sino para complacer a sus amos, sus filias y fobias. No nos hagamos ilusiones. La democracia no puede ser mejor que los que la habitan y la gestionan. Una buena democracia precisa altos niveles éticos- en representantes y representados- y altos niveles de competencia/honradez en la gestión de los asuntos públicos que a todos nos afectan.

 

Esto requiere, entre otras cosas, un nivel educativo exigente y de alta calidad. No basta que sea ‘fácil y diver’. Y con móvil, tablet, facebook y twitter, para completar la jugada.

 

P.D. Cualquier persona decente criticará la despreciable y peligrosa costumbre izquierdista de sustituir el diálogo racional por ‘facha el que no bote’, o ‘machista muerto, abono para mi huerto’.

 

Peldaños nauseabundos de una larga escalera de criminalización del adversario político, convertido en pérfido enemigo. Se trata de estimular el odio y la destrucción de la derecha. ‘Somos la izquierda’.

 

Montaigne: ‘No sé qué soy, pero sé de qué huyo’.

 


(Sebastián Urbina/MallorcaDiario/23/9/2020.)


 

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