miércoles, 12 de marzo de 2008

PARTICIPACIÓN Y HOMBRE-MASA.


12/3/2008.



PARTICIPACIÓN Y HOMBRE-MASA.

Ha pasado ya el tiempo en que estuvo de moda la conciencia monológica. Es decir, una conciencia moral solitaria que se hace a sí misma. En resumen, la llamada conciencia cartesiana. Nuestro tiempo es el de la conciencia dialógica, directamente vinculada a la obra de los filósofos alemanes, Habermas y Apel. En su ética discursiva, se abre la conciencia a las formas sociales de interacción entre las personas.

Es decir, ya no se trata de un yo autónomo que crea su propia conciencia moral y sus normas morales. Al contrario, solamente los acuerdos razonados de las personas que participan de un sistema normativo (por ejemplo, una moral) pueden validar este sistema. Y para ello se necesitan formas de comunicación entre los participantes. Que no pueden ser formas manipuladoras o estratégicas. Veámoslo más de cerca.

Hablaré, muy resumidamente, de la teoría procedimental del discurso racional (Habermas y Alexy) porque nos mostrará qué exigencias tiene la comunicación racional entre las personas (participantes) para validar, por ejemplo, un sistema moral o tener un diálogo racional. La primera exigencia es que el que participa en la discusión sea coherente. Es decir, no ser contradictorio. En segundo lugar, las palabras (o expresiones) de los hablantes han de significar lo mismo. En otro caso, el acuerdo sería imposible. En tercer lugar, se exige que los participantes sean sinceros. No vale mentir.

En cuarto lugar, el que participa no puede invocar un juicio de valor que no esté dispuesto a generalizar. Por ejemplo, si en una discusión, yo digo que Pepe (adulto mayor de edad) tiene la obligación moral (X) en la circunstancia (Y), debo aceptar que todos los adultos mayores de edad, similares a Pepe, tienen la obligación (X), en la circunstancia (Y). Por último, todo lo que digan los participantes tiene que ser justificado. Yo puedo decir que las personas con (X) renta deberían pagar el nivel (Y) de impuestos. Pero debo justificarlo. No basta hacer afirmaciones, hay que justificarlas. Hay que dar razones.

Cuando alguien se aleja de estas exigencias del diálogo racional, entra en el falso diálogo, infectado por la manipulación, el insulto o la coacción. O la pérdida de tiempo.

Y de ahí pasamos al hombre-masa de Ortega. No se trata, como algunas lecturas superficiales dicen, de una distinción entre ‘ricos’ y ‘pobres’ o entre ‘clases altas’ y ‘clases bajas’. No es esto. El hombre-masa puede encontrarse en cualquier escalón de la pirámide social. Porque cuando hablamos del hombre-masa nos referimos a una dimensión moral. Más aún, uno de los prototipos destacados del hombre-masa es el especialista. El que desprecia todo aquello que cae fuera de su estrecha perspectiva.

Dice Ortega: ‘Masa es todo aquél que no se valora a sí mismo- en bien o en mal- por razones especiales, sino que se siente ‘’como todo el mundo’’ y, sin embargo, no se angustia, se siente a salvo al saberse idéntico a los demás’.

Otra forma de decirlo podría ser el ‘hombre-oveja’. El que forma parte de un rebaño.

Pero el hombre no es solamente vida biológica, no esta ‘hecho’ como lo está, por ejemplo, un caracol. Por el contrario, es un proyecto. Es decir, tiene que hacerse. Pero esta tarea se hará, inevitablemente, dentro de los límites de mi yo y de mi circunstancia. Esta necesidad de ‘hacerse’ exige tomar decisiones. Y las decisiones exigen libertad. Una decisión sin libertad no es una verdadera decisión. De ahí que el hombre-masa no use la libertad, o la use en escasa medida. Porque cree que le basta lo que sabe. No tiene el sentido de la propia exigencia, de saber más. Su proyecto vital es pobre.

Y, por supuesto, no reconoce instancias superiores a él. Hay gentes que sin haber leído un libro, creen que su opinión vale tanto como la de Kant o Hume. Confunden la igualdad ante la ley con la igualdad en el saber. Hay alumnos que pretenden saber más que sus maestros. Actitud de moda y de conocidos efectos. El último informe Pisa nos sitúa en la cola de Europa en calidad educativa.

Por último, el hombre-masa tiende a exigir a los demás, en vez de exigirse a si mismo. Es, orgullosamente, un miembro del rebaño. No cree que necesite aprender más. ¿Para qué, si todo vale igual? Y exige derechos pero rechaza asumir obligaciones. Como el ‘niño perpetuo’. ¿Qué proyecto vital puede tener persona tan poco autoexigente?

Como dice Pascal Bruckner: ‘Si el imbécil agresivo tuviera que reinar algún día en exclusiva en nuestra sociedad, sería entonces el ser culto el que pasaría por idiota, extraño espécimen de esa tribu en vías de extinción que todavía reverencia los libros, el rigor y la reflexión’.

Sebastián Urbina.

2 comentarios:

LaViejaDelTitanic dijo...

Un comentario extraordinario, como es costumbre en su blog, que sin duda invita a la profundización y a que cualquiera que lea sus líneas continúe o empiece a apostar por la exigencia de ese proyecto vital del que habla.

Sabias palabras entre la miseria que se encuentra.

Una duda. Si bien sería incorrecto cuando no falso decir que existe una única moral, cuáles cree que son las principales, las dominantes hoy en día?

Es quizá una pregunta que escape a una respuesta simple en estas líneas. En cualquier caso lo dejo a su elección.

Iván C.

Sebastián Urbina dijo...

Desde el punto de vista fáctico, no hay una única moral. Esto no es discutible. Lo que plantea más problemas es afirmar que las diversas morales son igualmente respetables, desde el punto de vista normativo. Esto supondría igualar a todas las morales. Por ejemplo, la moral nazi sería igual de respetable que la moral cristiana.
Diré, para abreviar, que hoy existe una metamoral (casi universalmente aceptada) que son los Derechos Humanos. Y son una metamoral porque pretenden ser juez de las morales existentes. Dirá si una moral es 'moralmente' respetable. Esto supone que no todo es igualmente respetable. Solamente lo son, aquellas morales que no están en contradicción con los Derechos Humanos.
La cuestión es más compleja pero creo que las cosas van por ahí.

Para terminar. Si una persona, desde su infancia, es situada en un contexto de libertad,enseñanza no dogmática y excluyente, no hambre y no opresión, elegirá (casi con toda seguridad) algún tipo de moralidad muy cercana, o coincidente, con los Derechos Humanos.

Lamento ser tan breve e insuficiente.En todo caso, es un placer tener noticias suyas.