BOTELLÓN O REFLEXIÓN.
En el Gorgias de Platón, hay un diálogo entre Caliclés y Sócrates. El primero dice: ‘La filosofía es, ciertamente, amigo Sócrates una ocupación grata, si uno se dedica a ella con mesura en los años juveniles; pero cuando se atiende a ella más tiempo del debido es la ruina de los hombres’.
Sócrates: La multitud puede condenarnos, ¿y qué? Di: el principio de que lo que importa no es el vivir sino el vivir bien, ¿subsiste o ha cambiado?
Critón: Subsiste.
Sócrates: ¿Y el de que vivir bien no es otra cosa que vivir con arreglo a la probidad y a la justicia?
Critón: Subsiste asimismo.
Sócrates: Luego, según esto, lo que hay que examinar ahora es si con arreglo a la justicia cabe que intente yo salir de aquí sin el consentimiento de los atenienses...
Sócrates está a la espera de ejecutar la sentencia de muerte y no acepta el ofrecimiento de sus discípulos de huir de la ciudad. Cree que tiene el deber de obedecer las leyes y las sentencias de la ciudad en la que ha vivido. Desobedecer, dice Sócrates, sería injusto. No pretendo entrar en esta cuestión concreta que obligaría a tratar el papel de la polis y de la sociedad moderna en el diseño mental de las personas.
Diré algo de mis conversaciones con los estudiantes al hablar de justicia y relativismo. Una opinión bastante común es decir que ‘todo es relativo’. Todos ustedes saben que decir esto es contradictorio. Si resulta que ‘todo’ es relativo, entonces mi afirmación también es relativa porque mi afirmación forma parte del ‘todo’.
Veamos otra cuestión relacionada. Lo que es justo depende de lo que cada uno considere justo. Es la famosa frase: ‘nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira’. Aplicado a la justicia podemos decir algo parecido. Algo es justo para mí, pero no para Pepe. Cada uno tiene ‘su verdad’. Esto suele decirse en muchos programas de televisión: ‘Dígame su verdad’. Pero suele confundirse opinión con verdad.
En algunas cuestiones no parece tener sentido decir que cada uno tiene su verdad. Si en esta sala hay cincuenta personas, hay cincuenta personas. Normalmente no se pone en cuestión este tipo de verdades. Lo que se suele poner en cuestión son las presuntas verdades normativas. Por ejemplo, una norma que diga que ‘matar es malo’. Pero el lenguaje normativo no es ni verdadero ni falso. Solamente el lenguaje informativo lo es.
Por ejemplo, ‘hay cincuenta alumnos en esta clase’.
Dicho esto, pasemos al lenguaje moral. Mucha gente dice: Si el sujeto (A) cree que (B) es moralmente correcto, lo es. Y si el sujeto (H) cree que (Y) es moralmente incorrecto, lo es. La conclusión es que no podemos pretender que haya una objetividad moral.
Acto seguido yo les decía que si esto es así, ellos no pueden esperar de mí ninguna objetividad moral a la hora de corregir sus exámenes. Curiosamente, les parecía mal que yo no tratara de ser objetivo. Pero, si la objetividad moral no existe, no tiene sentido tratar de alcanzarla, ni exigirla a nadie. Es decir, no tendría sentido que me acusaran de inmoral. Sólo se puede ser inmoral si hay una forma correcta de actuación moral. Supongamos que cualquier cosa que haga es moral. O sea, cualquier nota que ponga a un examen ¿Cómo se me puede acusar de inmoral?
La impresión que esto produce es la siguiente. La mayoría de las personas no tienen inconveniente en parlotear de lo relativo que son las cosas, pero cuando se trata de sus intereses más próximos no quiere oír hablar de relativismo. ¿Por qué? Porque no queda mal presumir de relativistas mientras no nos cueste nada. Parece que, de forma parecida a los enunciados básicos, como ‘aquí hay una mesa’, ‘esto es una bicicleta’, etcétera, en el ámbito moral sucede algo por el estilo. No igual.
Esto se pone de manifiesto en algunas cuestiones morales básicas. Recuerdo que preguntaba en clase ¿Cuántas personas creen que es moralmente correcto violar a las mujeres? ¿Cuántos creen que traicionar a un amigo es moralmente correcto? ¿Cuántos creen que insultar y humillar a sus padres es moralmente correcto? Curiosamente todos estaban de acuerdo. Tal vez podemos dar un primer paso y afirmar que, en ciertos contextos culturales, más o menos amplios, hay ciertos acuerdos morales básicos acerca de lo que es moralmente correcto. Por tanto, que no es relativo. Lo que no significa que siempre haya acuerdo unánime. Lo que se dice es que ‘no todo es relativo’.
Aún suponiendo que esto fuera cierto queda el problema de los ámbitos culturales. Lo que es moralmente objetivo en un ámbito cultural puede no serlo en otro ámbito cultural. Un típico ejemplo es la costumbre, en ciertos países, de sajar el clítoris de las niñas. En Occidente se castiga y se ve moralmente mal. Esto es un hecho. Pero no se discute el hecho. Se discute si todos los hechos son igualmente respetables desde un punto de vista moral.
Ahí tenemos que referirnos a los Derechos Humanos. Si aceptamos que los seres humanos somos iguales en dignidad, con independencia del sexo, raza, etcétera, ya limitamos las opciones. No vale decir ‘Es que yo soy de tal sexo’, ‘es que yo soy de tal raza’.
Otra cuestión, relacionada, es la de aceptar costumbres (la mencionada u otras) desde una situación de no libertad, de ignorancia, de no pluralismo y de pobreza severa. En estas condiciones tan adversas ¿podemos decir que se está en una posición adecuada para decidir lo que está bien y lo que está mal?
Supongamos que un amigo/a acaba de sufrir un fuerte desengaño amoroso. Está trastornado. Decide tomar una decisión muy importante y que puede serle muy perjudicial. Como amigos/as suyos ¿trataríamos de disuadirle, dado su situación anímica? ¿No consideraríamos que necesita calma y estabilidad emocional para tomar decisiones importantes?
Sebastián Urbina.
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