lunes, 12 de enero de 2009

(Reposición)






PARTICIPACIÓN Y HOMBRE-MASA.

Ha pasado ya el tiempo en que estuvo de moda la conciencia monológica. Es decir, una conciencia moral solitaria que se hace a sí misma. En resumen, la llamada conciencia cartesiana. Nuestro tiempo es el de la conciencia dialógica, directamente vinculada a la obra de los filósofos alemanes, Habermas y Apel. En su ética discursiva, se abre la conciencia a las formas sociales de interacción entre las personas.


Es decir, ya no se trata de un yo autónomo que crea su propia conciencia moral y sus normas morales. Al contrario, solamente los acuerdos razonados de las personas que participan de un sistema normativo (por ejemplo, una moral) pueden validar este sistema. Y para ello se necesitan formas de comunicación entre los participantes. Que no pueden ser formas manipuladoras o estratégicas. Veámoslo más de cerca.


Hablaré, muy resumidamente, de la teoría procedimental del discurso racional (Habermas y Alexy) porque nos mostrará qué exigencias tiene la comunicación racional entre las personas (participantes) para validar, por ejemplo, un sistema moral o tener un diálogo racional. La primera exigencia es que el que participa en la discusión sea coherente. Es decir, no ser contradictorio. En segundo lugar, las palabras (o expresiones) de los hablantes han de significar lo mismo. En otro caso, el acuerdo sería imposible. En tercer lugar, se exige que los participantes sean sinceros. No vale mentir.


En cuarto lugar, el que participa no puede invocar un juicio de valor que no esté dispuesto a generalizar. Por ejemplo, si en una discusión, yo digo que Pepe (adulto mayor de edad) tiene la obligación moral (X) en la circunstancia (Y), debo aceptar que todos los adultos mayores de edad, similares a Pepe, tienen la obligación (X), en la circunstancia (Y). Por último, todo lo que digan los participantes tiene que ser justificado. Yo puedo decir que las personas con (X) renta deberían pagar el nivel (Y) de impuestos. Pero debo justificarlo. No basta hacer afirmaciones, hay que justificarlas. Hay que dar razones.


Cuando alguien se aleja de estas exigencias del diálogo racional, entra en el falso diálogo, infectado por la manipulación, el insulto o la coacción. O la pérdida de tiempo.


Y de ahí pasamos al hombre-masa de Ortega. No se trata, como algunas lecturas superficiales dicen, de una distinción entre ‘ricos’ y ‘pobres’ o entre ‘clases altas’ y ‘clases bajas’. No es esto. El hombre-masa puede encontrarse en cualquier escalón de la pirámide social. Porque cuando hablamos del hombre-masa nos referimos a una dimensión moral. Más aún, uno de los prototipos destacados del hombre-masa es el especialista. El que desprecia todo aquello que cae fuera de su estrecha perspectiva.


Dice Ortega: ‘Masa es todo aquél que no se valora a sí mismo- en bien o en mal- por razones especiales, sino que se siente ‘’como todo el mundo’’ y, sin embargo, no se angustia, se siente a salvo al saberse idéntico a los demás’.


Otra forma de decirlo podría ser el ‘hombre-oveja’. El que forma parte de un rebaño.


Pero el hombre no es solamente vida biológica, no esta ‘hecho’ como lo está, por ejemplo, un caracol. Por el contrario, es un proyecto. Es decir, tiene que hacerse. Pero esta tarea se hará, inevitablemente, dentro de los límites de mi yo y de mi circunstancia. Esta necesidad de ‘hacerse’ exige tomar decisiones. Y las decisiones exigen libertad. Una decisión sin libertad no es una verdadera decisión. De ahí que el hombre-masa no use la libertad, o la use en escasa medida. Porque cree que le basta lo que sabe. No tiene el sentido de la propia exigencia, de saber más. Su proyecto vital es pobre.


Y, por supuesto, no reconoce instancias superiores a él. Hay gentes que sin haber leído un libro, creen que su opinión vale tanto como la de Kant o Hume. Confunden la igualdad ante la ley con la igualdad en el saber. Hay alumnos que pretenden saber más que sus maestros. Actitud de moda y de conocidos efectos. El último informe Pisa nos sitúa en la cola de Europa en calidad educativa.


Por último, el hombre-masa tiende a exigir a los demás, en vez de exigirse a si mismo. Es, orgullosamente, un miembro del rebaño. No cree que necesite aprender más. ¿Para qué, si todo vale igual? Y exige derechos pero rechaza asumir obligaciones. Como el ‘niño perpetuo’. ¿Qué proyecto vital puede tener persona tan poco autoexigente?


Como dice Pascal Bruckner: ‘Si el imbécil agresivo tuviera que reinar algún día en exclusiva en nuestra sociedad, sería entonces el ser culto el que pasaría por idiota, extraño espécimen de esa tribu en vías de extinción que todavía reverencia los libros, el rigor y la reflexión’.

Sebastián Urbina.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Reflexionando sobre las exigencias que el discurso racional de Habermas plantea, me parece conveniente resaltar la importancia que tiene el lenguaje como elemento central de una sociedad. Es el elemento que configura la realidad social.

Habermas crea un marco ideal para las relaciones entre individuos. Sería extraordinario que una sociedad como la nuestra pudiera tener como principios rectores la necesidad de ser coherente, la exigencia de decir la verdad, compartir los significados de un mismo lenguaje…

Superaría en bastantes cuerpos lo existente; si aquellos que poseen una tribuna que permite configurar la realidad social (políticos, periodistas, famosos y demás creadores de opinión), como tan acertadamente ha señalado el profesor Urbina, participaran de estas exigencias, tendríamos una sociedad mejor. Existiría una transmisión verticalmente hacia abajo de estas mismas reglas. Sólo cabe desear que la red y el impulso que mueve gran parte de la blogosfera permita incidir en esta necesidad social.

Ahora bien, no tengo muy claro si Habermas resuelve con este marco las diferencias entre los sujetos. Se puede ser coherente, compartir el mismo lenguaje, no ser mentiroso… pero en ocasiones esto puede ser insuficiente porque las diferencias entre los sujetos pueden convertir la realización material del discurso racional una cuestión menor. ¿Cabría pensar en requisitos que determinaran la importancia de que concurran sujetos que trabajen su dimensión moral, como usted apunta? ¿Quién puede ser considerado un interlocutor válido?

Excelente artículo, profesor.

Iván C.

Sebastián Urbina dijo...

Es cierto. Sin embargo, aceptar estas exigencias le pone las cosas muy difíciles a cualquiera. Por ejemplo, un nazi o un fundamentalista islámico. Supongamos que es coherente con su propia doctrina. Pero hay más exigencias. Una es la analogía. No podría discriminar entre judíos y no judíos, entre católicos e islamistas. Además, no puede utilizar la violencia.
En resumen,el margen de maniobra para los contenidos es amplia pero las exigencias procedimentales vetan ciertas conductas.
Como mínimo, el que acepta el diálogo racional tiene que 'respetar' al otro. Siempre que el otro me respete a mí. No se exige la heroicidad. Es un ideal procedimental porque el de contenidos es, aún, más difícil de llevar a la práctica. Si fuera beneficioso.

Nometoqueslosmondongos dijo...

Esa transmisión vertical hacia abajo nunca se puede producir por la tremenda corrupción de los formadores de opinión. Lo que llega al ciudadano de a pie, a la masa, son valores rastreros, el dinero y el poder, sexo y fama es lo que vale. Los pocos que tratan de crear otras corrientes de opinión son minorías clamando en desiertos.

De hecho el claro ejemplo de esa corrupción, a otro nivel, es el de los nazis: Una buena propaganda y una masa de fanáticos a los que se ofrece una manada y llegas al poder democráticamente. Lo de después es historia.

Lo peor del rebaño es adoctrinarlo y crear fanáticos manipulables por el futbol, los coches, la música, la lotería, la política, lo que sea. Cada vez hay más gente dispuesta a matar o morir por un equipo de futbol o un partido político. Ese es el peligro de la masa fanática

Hace falta un remedio ¿quién le pone el cascabel al gato?