martes, 1 de mayo de 2018

CÉSAR ALONSO DE LOS RÍOS






 

A CÉSAR A. DE LOS RÍOS, MAESTRO DE MAESTROS.

Ha muerto el mejor analista político de España. La nación está de luto. Estoy delante de su cadáver. Ha muerto el último Quijote de un país a la deriva. Ha muerto rodeado de todos los suyos. Me abraza su esposa, Concha, y me susurra al oído: "¿con quién vas hablar ahora?".

 Los párpados se inflaman. Imposible contener el llanto. Ha muerto mi maestro: el último heterodoxo de España. Recuerdo ahora lo que me dijo en su presencia, hace más de veinte años, un amigo común: "Nunca sé lo que va a decir en antena". Tenía razón Federico. Eso asustaba a todos y hacia huir despavoridos de miedo a los "políticamente correctos", o sea, a casi toda la profesión periodística. La caverna mediática no soportaba su inteligencia. Su valentía.
Mejor vivir arrodillados ante las falsas imágenes que admitir las convicciones del sabio. El vacío que deja sitúa al pobrísimo periodismo político de España al borde del abismo. Los señores de las tinieblas del periodismo español prescindieron de su voz, de su inteligencia y de su solida prosa, una de las más limpias de la España de los últimos cincuenta años, pero nadie con criterio y con voluntad de saber dejó de interesarse por sus opiniones. ¿Quién ha dejado de llamar a César para preguntarle por la deriva de España? 

Salvo los cobardes y los estultos, nadie sensato ha podido dejar de hablar y pensar con César Alonso de los Ríos. Por fortuna, muchos de los que charlaban con él inmediatamente tecleaban sus columnas o reportajes. Nadie con coraje dejó de pensar un sólo día en César Alonso de los Ríos. Nadie con amor a España, a la patria común de todos los españoles, dejo un sólo instante de preguntarse antes de opinar y razonar: ¿qué diría César Alonso de los Ríos ante este acontecimiento?
Es su gran legado al periodismo político español. César Alonso de los Ríos seguirá siendo durante muchos años una vara de medir la actualidad política. La política. No hay una sola columna de César que no nos enseñara o dijera algo para orientarnos en la vida. Nada de lo que escribió fue gratuito. Todo fue necesario. Fue un clásico del análisis político, porque consiguió algo inédito en la cultura moderna de España: transformar la información, el conocimiento y la pura sabiduría en actividad intelectual para alimentar la vida del ciudadano que necesita de las ideas, o sea de "saber a qué atenerse", para vivir en comunidad política. En democracia.
Gracias, maestro, por haberme regalado tu amistad. Descansa en paz.

(Agapito Maestre/ld.)




EN LA MUERTE DE CÉSAR ALONSO DE LOS RÍOS.

La utilización del talante era un modo de reducir lo político o lo religioso a lo psicológico". Las palabras reproducidas formaron parte de Yo tenía un camarada. El pasado franquista de los maestros de la izquierda (Áltera, Madrid, 2007), libro cuyo título procede de la célebre versión falangista de una canción alemana homónima compuesta contra Napoleón.

 La obra de César Alonso de los Ríos apareció un año después de que lo hiciera una recopilación de artículos titulada Yo digo España. Ambos volúmenes se insertan en aquellos lejanos días en los que el talante, cuyo precedente teórico situó Alonso de los Ríos en la obra del ideólogo José Luis López Aranguren, era la energía que nutría al por entonces presidente del Gobierno, el mismo que dejó para los anales una frase: "La nación es un concepto discutido y discutible". 

Yo digo España fue la respuesta que el palentino dio a los cultivadores de la elusiva fórmula Estado español.

Nacido meses antes del estallido de la Guerra Civil, durante su infancia recibió la impronta del jesuítico Colegio de San Zoilo, en el mismo Carrión de los Condes donde en 1963 echara a andar la primera encuesta sociológica que sirvió para ir implantando en España la tecnología necesaria para la cristalización de una democracia de mercado trazada bajo los patrones del anticomunismo.

Educado en semejante ambiente, no es de extrañar que don César acabara formando parte del monarquizante, antifranquista y anticomunista Frente de Liberación Popular, hecho que le condujo a prisión un año antes de que Aranguren, José Luis Sampedro y Ramón Tamames pusieran en marcha la encuesta de Carrión bajo la atenta mirada y los socorridos dineros del Congreso por la Libertad de la Cultura. El anticomunismo se decía de muy diferentes, en gran medida jesuíticas, formas.

Tras su breve paso por la cárcel, Alonso de los Ríos formó parte de revistas pertenecientes al entorno de los grupos aludidos, como Cuadernos para el Diálogo o Triunfo, publicación en la que llegó a figurar como redactor jefe. Por lo que respecta a su trayectoria política, el desengaño sufrido tras su paso por el Felipe no impidió que nuestro hombre se afiliara al PCE, que ya había dado su viraje hacia un eurocomunismo compatible con la estructura de comunidades diferenciadas que se había fraguado en distinguidos salones.

Siempre moviéndose en ambientes tan culturales como periodísticos, la evolución de Alonso de los Ríos no podía derivar hacia otros lugares que no fueran los de la socialdemocracia de ribetes federalizantes y aliento germánico representada por el nuevo PSOE, aquel que arrumbó a Llopis y abrió las puertas de la Moncloa a Felipe González. Fue, sin embargo, durante la apoteosis del socialismo español cuando comenzó a distanciarse del partido del puño y la rosa.

Privilegiado conocedor del pasado de muchos de los próceres de la democracia que comenzó a rodar durante la Transición, Alonso de los Ríos abrió una nueva fase profesional que sumó a sus artículos en El IndependienteEl Sol o ABC una serie de títulos, los ya aludidos, a los que hemos de añadir sus trabajos sobre Tierno Galván y su libro La izquierda y la naciónUna traición políticamente correcta.

En todas estas obras, César Alonso de los Ríos, firmemente comprometido con la defensa de la Nación, fue desvelando algunos de los secretos mejor custodiados por algunos de los protagonistas de la transformación interna del franquismo. Así, las máscaras confeccionadas por hombres como Aranguren, Ridruejo, el padre Llanos, Laín y, sobre todo, Tierno, con el objeto de ajustar sus biografías a los nuevos cánones, fueron cayendo, dejando asomar una incómoda verdad.

Vaya desde aquí este modesto homenaje al hombre que hoy nos ha abandonado.

(Iván Vélez/ld.)


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