miércoles, 17 de marzo de 2010

LADRONES.

ECONOMÍA

El latrocinio de nuestra casta política

Por Juan Ramón Rallo

La misma izquierda ultramontana que ha señalado al capitalismo financiero-especulador como causante de las presentes tribulaciones, convertido en seña de identidad el que todos los ciudadanos –especialmente los más ricos– arrimen el hombro durante la crisis y hecho de la cotización a la Seguridad Social una obligación inescapable para las clases medias se destapa ahora como una compulsiva inversora en planes privados de pensiones.
Que Zapatero y los suyos inviertan regularmente en este tipo de fondos, engrosando así el poder de los mismos especuladores que, según denunciaban, desestabilizan nuestra economía sólo puede significar dos cosas: o los socialistas no se creen la bobada de que los españoles recibimos (y vamos a seguir recibiendo) unas pensiones dignas o no tienen a bien contribuir con sus impuestos al sostenimiento de las arcas públicas. Y es que en España los planes de pensiones sólo sirven para dos cosas: para capitalizar el ahorro de cara a la jubilación –aunque mejor sería confiar en los fondos de inversión o invertir directamente en bolsa– o para reducir la base imponible del IRPF y pagar menos impuestos.

La contradicción entre el discurso y las acciones del discurseador ha venido conociéndose tradicionalmente como hipocresía o fariseísmo. Por eso de "hacer lo que ellos dicen, pero no lo que ellos hacen". Las palabras de nuestra casta política son un bombardeo continuo de mentiras destinado a justificar el latrocinio institucionalizado de aquélla.

Vean si no al castrocomunista Llamazares reconociendo que invierte en un ignoto producto financiero conocido como "fondo de ahorro" –cualquier parecido con la bicha de un fondo de pensiones debe de ser casualidad–, al tiempo que recomienda a los ciudadanos que se mantengan única y exclusivamente en el sistema público de pensiones porque la rentabilidad de esos "fondos de ahorro" es inferior a la de la deuda pública.

Siendo así la cosa, sólo cabría concluir que sus dotes como economista e inversor están a la altura de sus ideas políticas. Ninguna confianza para manejar las vidas de los ciudadanos debería recibir aquel que no sabe gestionar sus propias finanzas.

Llamazares.Por lo demás, Llamazares parece olvidar que, frente a la exigua rentabilidad que ofrecen muchos de esos "fondos de ahorro", existen otros productos, como los fondos de inversión, cuyo rendimiento sí es muy superior al de la deuda pública. Echemos un vistazo a nuestro compatriota Francisco García-Paramés, al que muchos consideran el mejor gestor europeo, que ha logrado desde 1993 rentabilidades medias anuales del 17%. ¿Acaso no estarían nuestras pensiones mejor en sus manos que en las de ineptos como Zapatero o Llamazares? Probablemente, aunque eso es algo que debería decidir autónomamente usted.

Más que de eficiencia, se trata de libertad. Esa misma libertad que socialistas, comunistas y socialdemócratas populares se arrogan para sí pero niegan a los demás. En otro tiempo, a esta manera de hacer política se denominaba despotismo ilustrado; pero, habida cuenta de las pocas luces de nuestros políticos, mejor será que nos olvidemos del adjetivo calificativo.

Tan bueno debe de ser eso de poder gestionar nuestra hacienda sin tener que entregar al Fisco o a la Seguridad Social el 50% de nuestros ingresos, que los mismos que cercenan nuestra libertad tratan de agarrarse a cualquier desgravación para capitalizar su renta en el sector privado. Es la misma disonancia que exhiben esos nacionalistas que se cargan la libertad de elección lingüística y sustraen a sus vástagos del cumplimiento de sus normas.

Al final, lo que pretenden no es facilitarnos la vida, sino parasitarnos. Cuanto mayor sea el tamaño del Estado, mayores serán sus prebendas. ¿Se imaginan qué les sucedería a todos estos estómagos agradecidos si los impuestos bajaran y cada uno de nosotros pudiera elegir a qué destinar sus rentas? Pues que se quedarían sin sus coches oficiales, sin sus secretarios y sin sus astronómicos sueldos; por no hablar de esa poderosa influencia de la que hoy disfrutan para presionar y relacionarse de forma, digamos, especial con las grandes empresas privadas.

Es seguro que nosotros prosperaríamos sin ellos; y es probable que ellos no prosperaran sin nosotros. De ahí que deban convencernos de que el Estado ultraintervencionista es el mejor de los mundos posibles, pese a que ellos sean los primeros en evitarlo.

Así que sí: a diferencia de lo que se recomendaba para fariseos y escribas, en este caso, lo que ellos hacen es más revelador que lo que proclaman como consigna.

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