miércoles, 13 de junio de 2012

ENFERMEDAD IDENTITARIA. CAT


CATALUÑA

Adiós muchachos

Por Eduardo Goligorsky

Los españoles tienen suficientes conocimientos de ciencia tanguera para entender que esta es la frase afectuosa con que podrían haberse despedido de sus admiradores, al partir de Cataluña, dos de sus insumisos más brillantes: Albert Boadella y Félix de Azúa. El primero lo hizo con un libro, Adiós Cataluña (Espasa, 2007), y el segundo con una entrevista en El Mundo (4/12/2011).
Félix de Azúa se considera un "exiliado" en Madrid. Muchos otros lo fueron antes que él y antes de que se compusiera el tango.
Josep M. Fradera aborda el tema en su erudita La pàtria dels catalans (La Magrana, 2009):
La palabra exilio no figura en los repertorios de historia de la cultura catalana. En el mundo intelectual catalán –comunidad pequeña, débil y fragmentada–, la movilidad y la morbilidad han sido siempre altísimas. El resultado ha sido siempre una larga lista de alejamientos de diversa categoría y de exiliados ilustres (y no tan ilustres), de ostracismos voluntarios o forzados (...) La lista comienza precisamente con los padres fundadores, Antoni de Capmany y Bonaventura Carles Aribau; la cierran Josep Pijoan y Eugeni d'Ors.

Enriquecimiento recíproco
La historia de estos desarraigos se convierte en el mejor testimonio de que existía una ejemplar compenetración entre el mundo intelectual de Cataluña y el del resto de España, con un permanente enriquecimiento recíproco. Al hablar del resto de España hay que subrayar, como lo hace Fradera:

En el periodo comprendido entre la revolución liberal y la de septiembre de 1868, la cantidad de exiliados es numerosa y de un considerable peso específico (...) Es curioso, pero no sorprendente, que casi todos ellos emprendiesen el exilio en la misma dirección: la capital de la monarquía. Allí, aquella generación de liberales radicales, que había alcanzado la edad adulta en tiempos de la revolución liberal, la guerra carlista y la quema de conventos por las calles de Barcelona, va a hacer mucha obra, tanto en sus respectivos ámbitos profesionales como en el de la política liberal.
Fradera también denuncia, al cabo de su reseña, la falsificación histórica:

[Antoni de] Capmany y [Bonaventura Carles] Aribau fueron personajes sobresalientes en la forja de la literatura nacional española más allá de la peripecia personal, el primero como retórico de la literatura y el segundo por el trabajo de edición junto con Rivadeneyra. Desde una perspectiva de afiliación disfrutaron pues, de una posición excepcional en el marco de la literatura y la filología españolas (...) Capmany y Aribau fueron los forjadores de los fundamentos ideológicos de la literatura catalana de molde renaixentista, pero sin habérselo propuesto. Por este motivo, la gran cuestión respecto de estos personajes prominentes va a ser su recuperación póstuma como iconos del movimiento renaixentista en fase de consolidación, a costa de amputar una parte importante de su obra.

Amputaciones premeditadas
Para configurar un panorama completo de lo que fue el exilio catalán de aquella época corrigiendo dichas amputaciones premeditadas habría que transcribir el capítulo íntegro que Fradera dedica a este tema, pero bastará citar algunos nombres para transmitir una idea de la magnitud de aquel fenómeno. Por ejemplo, el núcleo conservador formado en Madrid en torno al ya citado Aribau se esforzó por atraer al filósofo y sacerdote católico Jaime Balmes, quien terminaría radicándose, años más tarde, en la capital del reino, desde donde irradió su pensamiento al mundo entero.
Se establecieron en Madrid Laureano Figuerola, ministro de Hacienda de la Gloriosa, cargo desde el cual impuso la peseta como moneda nacional; y Francisco Pi y Margall, quien se radicó allí en los años 40 del siglo XIX y nunca volvió a Cataluña como no fuera en viajes de proselitismo político. Pi y Margall también continuó la tarea, iniciada por Piferrer y Parcerisa, de publicar unos Recuerdos y bellezas de España que abarcaban el conjunto peninsular. Fradera se ocupa asimismo del exilio en Madrid del político Víctor Balaguer y, sobre todo en Roma y París, de Mariano Fortuny, "el pintor catalán y español de más proyección en todo el siglo después de Goya". Por fin, Fradera alude al exilio interior que padecieron el sacerdote y poeta Jacinto Verdaguer, enfrentado con la jerarquía eclesiástica, y el urbanista Ildefonso Cerdà, menospreciado durante décadas hasta que, cuando finalmente lo rehabilitaron, "Barcelona lo compensó poniendo su nombre a una de las plazas más infectas del urbanismo tardofranquista" (Fradera dixit).

Lamentaciones victimistas
No todo ha sido exilio, tampoco. En mi libro Por amor a Cataluña. Con el nacionalismo en la picota (Flor del Viento, 2002) escribí:
Hay algo que merece ser destacado, por lo revelador, en medio de este guirigay: los numerosos catalanes que van a trabajar en los medios audiovisuales, teatrales, cinematográficos, editoriales y periodísticos de Madrid y del resto de España, son acogidos con afecto, con admiración, y a menudo con atronadores aplausos. Me refiero a esos catalanes porque son los más visibles, aunque se les podrían sumar muchos otros que sobresalen en los mundos científico, técnico y empresarial. Las lamentaciones victimistas sobre la presunta antipatía, animadversión y hostilidad contra los catalanes forman parte del discurso fragmentador y centrífugo, para uso interno en Cataluña, de una minoría política que necesita estimular los resentimientos mediante mentiras flagrantes.

La lista que añadí a continuación era impresionante, y sigue siéndolo hoy, cuando muchos de los mencionados en ella desarrollan sus actividades con un continuo ir y venir entre Barcelona y Madrid: Àngels Barceló, Carles Francino, Jordi González, Xavier Sardà, Mercedes Milá, Rosa María Sardà, Olga Viza, Dagoll Dagom, La Cubana, Els Joglars (¡faltaría más!), Tricicle, Lluís Homar, Sergi Belbel, Mario Gas. Este último explicó, al anunciar que el 30 de julio dejará la dirección del teatro Español de Madrid (La Vanguardia, 13/3/2012):

Ni me vuelvo a ninguna parte ni dejo Madrid, porque tampoco nunca dejé Barcelona, soy barcelomadrileño y no por eso estoy loco.
También oscilan entre Madrid y Barcelona Josep Maria Flotats y Josep Maria Pou, quienes no se privaron de venir juntos a Barcelona para representar en castellano Arte, de Yasmina Reza, aunque el alejamiento de Flotats de los escenarios barceloneses fue consecuencia de la manía discriminatoria de Marta Ferrusola, esposa de Jordi Pujol. Las discriminaciones también provocaron en 1997 la partida de José Sanchís Sinisterra, quien se había radicado en Barcelona 25 años antes. Relató a El País (23/5/1997):

Yo lo de echar raíces lo dejo para los vegetales. Se da la circunstancia de que aquí no puedo trabajar en el idioma en que escribo. Pero tampoco se me traduce ni recibo ofertas para dirigir (...) Ya me gusta sentirme extranjero, pero no tanto.

Al día siguiente, Josep Maria Benet i Jornet se lamentó, en el mismo diario:
Es una pérdida irreparable para nuestra ciudad y nuestra cultura (...) Debía haber sido más apoyado, aunque escriba en castellano (...) Ha hecho mucho por la cultura catalana.

Totalitarismo blando
Volvamos a los dos últimos continuadores de la lista de exiliados ilustres. En sus declaraciones a El Mundo, Félix de Azúa sentenció:

En Cataluña se da un totalitarismo blando parecido al peronismo en Argentina (...) Voy a ser padre en unos días y eso me llevó a pensar que el egoísmo está de más. No queremos que nuestra hija sea educada en Cataluña. No queremos que la eduquen unos ideólogos que la van a derivar hacia una situación indeseable con el resto de los españoles. No quiero que me suceda como a un amigo cuando su hijo de 8 años le preguntó: "Papá, ¿nosotros qué somos: catalanes o fachas?". Ésa es la ideología imperante en los colegios y en las universidades a través de la vigilancia extrema de los comisarios políticos del nacionalismo.

Albert Boadella es igualmente explícito en su libro Adiós Cataluña. Sus capítulos se titulan alternadamente "Amor" y "Guerra", y así como en los primeros narra los momentos felices de su vida sentimental y artística, en los segundos describe con lujo de detalles, fechas, localizaciones y nombres propios sus choques con el totalitarismo franquista y con la intolerancia nacionalista. El final no podría ser más elocuente:

No soy masoquista y hubiera preferido estar de acuerdo con todo y con todos los de mi tribu. Es un ánimo muy agradable que te permite ser indulgente ante las insignificancias ajenas y desorbitado en los aciertos vernáculos; de esta forma te sientes protegido en la íntima calidez de la manada. A pesar de las primeras querencias autóctonas, me ha resultado imposible gozar de esta delectación colectiva. Enmarañado en el rifirrafe inexorable, nunca he conseguido saber si Salvador Espriu o Miquel Martí i Pol son buenos poetas, ya que bajo un régimen es difícil ser ecuánime en el aprecio de sus artistas encumbrados. 

Pero, en fin, sobreviviré a estos dilemas y a la hostilidad tribal, pues a mis años me siento muy afortunado de poder decir adiós Cataluña con placidez, sin rencor ni amargura y con la mayor esperanza en el futuro.

Gabriel Tortella formuló con la máxima precisión (El País, 29/4/2012) la moraleja de esta historia:

Boadella se instaló en Madrid porque le echó de Cataluña el poder político, que boicoteó a su compañía hasta hacerle la vida imposible. En Checoslovaquia, a un director de teatro que fue héroe de la resistencia a la dictadura comunista, Václav Havel, le eligieron presidente de la república. En Cataluña a Boadella, con parecidas credenciales, no pararon hasta que se fue.

Al Adiós Cataluña de Boadella lo sucedió otra despedida con el mismo título, pero en catalán: Adéu, Catalunya (Pórtic, 2010), del prolífico pero siempre riguroso periodista y ensayista Miquel Porta Perales. Se trata de un volumen curioso, porque se complementa con otra mitad invertida, Adéu, Espanya, que firma Vicent Sanchis, incansable propagandista de la secesión.

Garantizar la convivencia
Porta Perales desmonta, uno a uno, los argumentos históricos, políticos, económicos y culturales del conglomerado nacionalista y plantea, como conclusión, una idea transparente y racional para garantizar la convivencia, en términos menos beligerantes que los que emplea Boadella, pero no por ello menos rotundos y convincentes.

La idea: reconocer, aceptar e impulsar la realidad de una Cataluña que es al mismo tiempo catalana y española. Una Cataluña que no ha de exigir ninguna gracia y ha de asumir que los derechos e intereses de los catalanes de carne y hueso están por encima de cualquier abstracción. Y a los políticos nacionalistas de derecha e izquierda les digo que piensen en términos de ciudadanía y no de identidad y que entiendan que el futuro pasa por la colaboración leal en el marco de un proyecto común –el de la España liberaldemocrática– que es a la vez español y catalán o catalán y español. 

Deseo una Cataluña postnacionalista que supere las inercias y los tics antifranquistas que atribuyen cualquier déficit –real o imaginario– a una pérfida España siempre al acecho; una Cataluña desnacionalizada –es decir, plural– que no sienta nostalgia por la identidad supuestamente perdida; una Cataluña con sentido del límite, que no margine a nadie, instalada en el siglo, que entienda que se puede ser catalán de muchas maneras; una Cataluña ocupada y preocupada por la existencia y no por una esencia que no existe. Por todo esto, por última vez, Adéu, Catalunya!


Los muchos catalanes, próceres incluidos, que fueron a radicarse en Madrid en el siglo XIX, y los otros muchos que los imitaron por los más diversos motivos en el siglo XX, mantuvieron con Cataluña una relación de ida y vuelta. El "Adiós Cataluña" de Félix de Azúa y Albert Boadella es más tajante. El de Porta Perales ni siquiera es una despedida del terruño, donde él permanece, sino la ratificación de una ya vieja ruptura con el nacionalismo identitario. Pero en todos los casos sigue viva la compenetración con el entorno humano de una sociedad que no se parece a sus élites manipuladoras. Por eso, por esa familiaridad con el entorno humano, podrían haberse despedido con un emocionado y emocionante "¡Adiós muchachos!".

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