jueves, 11 de julio de 2013

SENTIMIENTOS, PODER Y SEXO.







Sentimientos, poder y sexo.






Decía San Agustín, ‘Si quieres conocer a una persona, no le preguntes lo que piensa sino lo que ama.’ Podemos ampliar el espectro y no conformarnos con lo que una persona ama, podemos añadir lo que odia, lo que admira, lo que le enfurece, etcétera. Pero, en cualquier caso, lo que esto significa es que los sentimientos muestran a la persona, expresan quiénes somos.



Claro que las cosas son, siempre o casi siempre, más complejas de lo que parecen. Si tenemos dudas podemos atender la recomendación de Baltasar Gracián: ‘El saber más práctico consiste en disimular; el que juega a juego descubierto tiene las de perder.’ O sea, no te muestres como eres. El consejo es distorsionar, disimular la realidad. En este caso, los sentimientos de alguien. ¿Por qué? Porque si abrimos nuestro corazón, nos lo van a lastimar.



Este parece un buen consejo si no queremos sufrir, si no queremos que nos hagan sufrir. Pero el amor, por ejemplo, es una aventura que implica dicha y desdicha. Ningún amor real contiene solamente dicha o solamente desdicha. Sufrir es una parte de la aventura de la vida. Es una parte de nuestro proceso de maduración como seres humanos.



Además, aunque no voy a abrir mi corazón a cualquiera que pase por la calle, el disimulo sistemático de mis sentimientos, distorsiona mi comunicación con los demás. Puedo decir ¿qué me importan los demás? ¡Sólo me importa mi pequeño círculo de familia y amigos! Pero esto no es, normalmente, cierto. No cabe duda de que no abrimos nuestro corazón a todo el mundo pero no tenemos interés, normalmente, en dar una imagen equivocada de nosotros. Dentro de límites, claro es. Por ejemplo, no quiero que los vecinos y mis compañeros de trabajo tengan una imagen distorsionada negativa. Por tanto, no se trata de disimulo de mis sentimientos, sin más. Se trata de evitar lo que pueda perjudicar una ‘buena imagen’ de mí. 



Otra cosa es la relación amorosa. Aquí hay algo más que ‘buena imagen’, aunque también. La relación amorosa tiende a ser más intensa que cualquier otra relación y por supuesto, más intensa que mi relación con los vecinos y mis compañeros de trabajo. Es más intensa porque incluye, normalmente, amor, sexo, dependencia y control (deseo de poder).



La revista británica ‘Proceedings of the Royal Society’ publica un estudio realizado en la Universidad de Lovaina que prueba que los hombres pierden la cabeza por las mujeres. Para ser más precisos, las llamadas ‘armas de mujer’ dificultan la capacidad de los hombres para tomar decisiones puesto que los niveles de testosterona suben de forma alarmante frente a los encantos femeninos.



¿Qué es la testosterona? Es una hormona - una sustancia de naturaleza proteica (que cambia de formas) o esteroide (se refiere a una estructura policíclica de la que derivan compuestos de interés biológico, como esteroles, ácidos biliares, etcétera)- que se produce en los testículos. En las mujeres se produce en los ovarios pero diez veces menos, como mínimo. Es la encargada del mantenimiento de las características masculinas durante la etapa adulta, como la masa ósea y muscular, distribución de masa corporal y del pelo, además de la formación de espermatozoides, la líbido (el deseo sexual) y potencia sexual.



Pues bien, el doctor Siegfried Dewitte, uno de los responsables del estudio, dice que los hombres con altos niveles de testosterona, son muy vulnerables a las insinuaciones femeninas. O sea, si una mujer es atractiva y ejercita sus ‘armas de mujer’ ante un hombre con altos niveles de testosterona, tiene muchas probabilidades de manejarlo, si quiere hacerlo. 



Mientras los hombres segregan la hormona sexual testosterona (dependiendo la cantidad de la edad, preferentemente) las mujeres producen estrógenos y progesterona. Los estrógenos (aunque no son exclusivamente femeninos) son esteroles (el más conocido es el colesterol) que se requieren para la maduración sexual de la mujer. La progesterona es una hormona que prepara el útero en caso de fecundación así como la lactancia de las mamas.



Dicho esto, lo que aquí interesa es lo que antes he comentado. La relativa falta de control de los hombres (en general) frente a las ‘vistas’ o insinuaciones femeninas. ¿Por qué es importante? En primer lugar, porque los experimentos muestran que las mujeres (en general) no sufren esta conducta errática derivada de las ‘vistas’ o de las insinuaciones masculinas. Esto ya supone una ‘superioridad’ de las mujeres (en general), especialmente en ciertas edades, sobre los hombres (en general).



Hay, además, otra cuestión importante. Se ha dicho repetidamente que la capacidad de aplazar las gratificaciones no sólo es una muestra de madurez sino que es un aprendizaje para alcanzar la madurez. Pues bien, la persona impaciente, la persona apresurada, quiere lo que quiere, ahora. Si aceptamos que la sexualidad masculina es más compulsiva que la femenina (en general), y que los hombres, en general, son muy vulnerables a las insinuaciones femeninas (como dice el informe médico), parece que a las mujeres (en general), se las ponen como a Fernando VII para poder influir, controlar o manejar a los hombres.



En resumen, parece que las mujeres (en general) tienen la oportunidad de controlar o manejar a los hombres (en general) dadas las circunstancias antes citadas. Es cierto que el amor, un sentimiento importante y complejo del que ahora no voy a hablar, puede impedir que las mujeres ‘se aprovechen’ de esta superioridad, pero la tentación está presente.



Ahora bien, el mismo informe dice, también, que los resultados que hemos comentado, no son necesarios. Es decir, los hombres no son marionetas que, necesariamente, sean manejadas por las ‘armas de mujer’ convenientemente utilizadas. Pero los hombres no habituados a la reflexión sistemática son más propensos (nunca hay garantías absolutas) a ser influidos, controlados o manejados por las ‘vistas e insinuaciones femeninas’ de las que habla en informe. En este sentido, hay hombres que, habitualmente, no piensan con el cerebro sino con otras partes del cuerpo. 

Estos son, tendencialmente, los más vulnerables a las insinuaciones femeninas.



Hay, además, la ‘voluntad de poder, que según Nietzsche, formaría parte de la naturaleza humana. No se trata de esclavizar al otro, en sentido literal. Se trata de conseguir lo que yo quiero, y no lo que quiere el otro: ir de vacaciones al sitio que me gusta, llevar al hijo al colegio que me gusta; poner las cortinas que a mí me gustan; ir a cenar al sitio que a mi me gusta; comprar el coche que a mi me gusta, etcétera. Esto lo puedo conseguir si tengo algún ‘poder’ capaz de influir, manipular o amenazar al otro.



En este momento podemos apelar a Hume. Si es cierto, como él dice, que las dos emociones básicas son, el amor a uno mismo (egoísmo) y la simpatía altruista (compasión), el egoísmo que todos los seres humanos tenemos puede suavizarse, compensarse o vencerse por la simpatía altruista. Dicho con otras palabras, una mujer que tiene una ‘superioridad’ sexual (en el sentido indicado) sobre un hombre determinado, puede no aprovecharse de esta circunstancia si su egoísmo puede compensarse por el amor que siente por este hombre, o por conveniencia. Por ejemplo, porque considera que sus hijos estarán mejor. Pero, cuidado, se trata de equilibrios inestables. Si tengo ‘un poder’, la tentación es ejercerlo a mi favor.



En última instancia, estos conflictos con uno mismo (¿me aprovecho o no me aprovecho?) desembocan, explícita o implícitamente, en conflictos morales. En este sentido, que cada uno apechugue con su conciencia de acuerdo con su escala de valores. A pesar de que los seres humanos, mujeres y hombres, tenemos la tentación del autoengaño.



Leamos lo que nos dice el sociólogo Jon Elster: ‘Las creencias pueden ser subvertidas por las pasiones a las que supuestamente sirven. La expresión de deseo – la tendencia a creer que los hechos son como a uno le agrada que sean - es un fenómeno difundido cuya importancia en los asuntos humanos nunca se acentúa en medida suficiente. Freud la explicaba en relación con el ‘principio del placer’, la tendencia de la mente a buscar la gratificación inmediata’.



¿Significa todo lo dicho que las mujeres son ‘malas’ y que los hombres son ‘buenos’? Esta es una estupidez que no merece comentario. En cualquier caso, que cada uno entienda lo que le permitan sus entendederas.



Sebastián Urbina.

2 comentarios:

eugenio dijo...

No puedo estar más de acuerdo con el trabajo, tanto, que me gustaría profundizar en la relación amorosa, y esa figura: “armas de mujer” que describe, delicada y acertadamente.
No es del todo cierto que el hombre pierda la cabeza por las mujeres, es que se la dedica en exclusividad, durante su cortejo, no teniendo capacidad para otros menesteres, prácticamente. Hay quien dice: “Los sentimientos amorosos nos hipnotizan cuando los experimentamos, y cuando no lo hacemos, pueblan nuestras fantasías”.
Este “cortejo”, tan interesante desde el punto personal, como del científico, ha dado lugar a toda una materia: “la conducta del aparejamiento”. Tiene tanta importancia que ha resultado ser el vector de nuestra evolución. Todos conocemos la teoría Darwiniana de la evolución, pero en muchos casos no se ha profundizado en su base, la selección sexual, cuyo éxito (de apareamiento) aporta la mejora genética.
Los varones, dependiendo de nuestro carácter, nos “pavoneamos” ante la mujer, mostrando nuestra figura como pavos reales o compitiendo como ciervos en celo. Sin tener en cuenta que las brillantes plumas suponen un aliciente para los predadores, o que en el segundo caso, la competición inflige graves heridas, además del esfuerzo que supone tener que cambiar la cornamenta todos los años. Frente a ello la mujer elige, según sus aspiraciones.
La estrategia sexual de los hombres resulta cortoplacista, mientras la mujer tiende al medio, largo plazo. Ambas son respuestas de la biología reproductiva, manifestada a través de seres iguales, con “ciertas” características diferentes. El hombre produce millones de espermatozoides, la mujer alrededor de cuatrocientos óvulos a lo largo de su vida. El acto sexual exige una mínima inversión energética por parte del hombre, en cambio a la mujer puede suponerle nueve meses de gestación y posiblemente otros de lactancia. Estas “pequeñas” diferencias, provocan diferentes estrategias sociales, haciendo al hombre más “desenfrenado”, y más conservadora a la mujer.
El hombre acepta los hijos engendrados con su pareja, responsabilizándose de su educación y cuidado, la mujer no necesita un ejercicio de responsabilidad, simplemente son suyos. La mujer espera que el vínculo de la pareja colabore en su crianza, el hombre, que los hijos a los que dedica su atención, sean suyos. Es hecho explica, que ante una infidelidad matrimonial, al hombre le preocupe prioritariamente el aspecto físico, y a la mujer, en cambio, el emocional (siempre hablando en general).
Estoy seguro que alguien pensará que los métodos anticonceptivos han incidido en esta problemática de forma terminante, nada más incierto, la psicología sexual, impresa en nuestro sistema límbico, ha sido fruto de la evolución de millones de años. Los hechos relativamente recientes, son incapaces de modificar nuestras “necesidades”, a corto plazo.
Baste un ejemplo: Generalmente nos gusta la fruta madura. Probablemente, hace millones de años, a algunos de nuestros ancestros les gustaba que estuviera madura y a otros verde. Los primeros se desarrollaron mejor por el aporte de azucares. Su supremacía física les dio prioridad en la evolución, por ello quedó plasmada su fruición, en nuestro gusto. Sin embargo, aunque nuestra sociedad esté seriamente amenazada por la obesidad y la diabetes, esta realidad es incapaz de revertir nuestras apetencias. Simplemente nos permite controlarlas.

Sebastián Urbina dijo...

Muchas gracias. Comentario muy interesante.