domingo, 22 de julio de 2018

SENTIMENTALISMO Y BUENISMO.






 SENTIMENTALISMO Y BUENISMO.

HAY DE todo, ignorantes, estúpidos, inteligentes, buenas personas y malas personas. Pero tienen algo en común. No atienden a las consecuencias previsibles de sus actos. Los buenos- políticos buenistas, ONGs y similares, dicen, haz el bien y no mires a quien. Los malos- las mafias- dicen, haz negocio y no mires con quién.

Los dramáticos acontecimientos migratorios, desde hace años, muestran algo importante. No es lo único, pero hace ganar y perder votos. Algo que preocupa a los políticos.

¿Qué es tan importante? Las emociones, los sentimientos. Diez discursos coherentes, con datos fiables y bien razonados pueden menos que la imagen de una madre migrante, llorando con su pequeño en brazos. Aunque no hable. Basta que nos mire. Te sentirás culpable.

Deberían diferenciarse dos cuestiones. Primero, la obligación jurídica- y moral, diría yo- de atender a los náufragos. No hay nada que hablar. Se les salva y se les atiende. Segundo, lo que habría que hacer a partir de este momento. Creo que la primera parte no es discutible.

El verdadero problema está después. ¿Por qué? Porque es un importante y complejo problema, y por otra razón. La educación suele enfatizar las emociones y los sentimientos. Más que la argumentación racional. De ahí que las puestas en escena tengan tanto éxito. Porque llegan al corazón.

Un ejemplo entre miles lo tenemos con el caso de Juana Rivas y el hijo que no quiso entregar al marido, aún mediando orden judicial. Este caso es un síntoma de que las emociones y los sentimientos son lo que más cuenta. Es decir, no importa lo que diga la legalidad democrática. Importa si me siento agraviado.

Lo que me parece más relevante es que multitudes enardecidas- con el apoyo de televisiones enfocando las caras más desencajadas, clamando justicia- apoyaban a una pobre madre llorosa que estaba desobedeciendo órdenes judiciales. En el salvaje Oeste, se ahorcaba a los presuntos ladrones de caballos. Justicia popular. Sin embargo, en las sociedades democráticas, las cosas deben hacerse de otra manera.

A las personas indignadas se les podría hacer la siguiente pregunta. Supongamos que usted tiene un pleito con otra persona, y recibe el respaldo jurídico del juez competente. Sin embargo, multitudes soliviantadas se manifiestan a favor del que no ha recibido el apoyo jurídico del juez. ¿Qué haría usted? ¿Seguiría haciendo caso a las multitudes vociferantes? Ahora no estoy planteando la cuestión en términos de racionalidad jurídica. La pregunta se dirige a los habituales sentimientos egoístas de los seres humanos.

En fin, ¿apoya usted las sentencias judiciales, o la justicia callejera? Respuesta: lo que yo decida. Si el juez me da la razón, acepto la sentencia. Si no me da la razón, organizo la de Dios es Cristo en las calles. ¿Qué pasaría si todos hiciéramos lo mismo? La respuesta es fácil. El salvaje Oeste americano.

¿Querría usted vivir así? Después de beber dos infusiones de tila y ya más calmados, la respuesta de la mayoría está clara. Quisieran vivir en una sociedad democrática, con garantías judiciales. Salvo una minoría de salvajes, que existen en todas las sociedades. Entonces, si la gran mayoría -estoy convencido- quisiera seguir en un sistema democrático y con garantías judiciales, ¿a qué viene este desenfrenado griterío enfrente de los juzgados, como si la justicia callejera fuese la auténtica y verdadera?

Mi opinión es que el sistema educativo y muchos medios de comunicación facilitan -no determinan- estos comportamientos viscerales, en los que la racionalidad está ausente. ¡Qué ancho me he quedado gritando como un energúmeno, o energúmena! Por cierto, ¿qué enseñarán estos enfurecidos gritones a sus hijos?

Otro caso. Esta vez el buenismo de un político. El más incompetente y dañino desde 1978. Claro que Pedro Sánchez lleva poco tiempo. Aparte de otras barbaridades, -como la imperdonable grosería progre de no levantarse al paso de la bandera de un país, en este caso la malvada USA- me centraré en la sanidad. Zapatero, como buen demagogo buenista, decidió que la derecha cavernícola no había gastado lo suficiente en la sanidad pública, ya que el objetivo de progreso verdadero es la sanidad universal y gratuita. Algo que ya no tienen ni en Suecia. Mauricio Rojas lo explicó en su artículo, Suecia y el capitalismo del bienestar.

Resumiendo, Zapatero gastó generosamente el dinero ajeno y, ahora, los sufridos ciudadanos tenemos que pagar la factura. Unos 16.000 millones de euros. Añadidos, por supuesto, a las crueles collejas tributarias de Montoro/Rajoy y las peores que se avecinan con las anunciadas subidas de impuestos del gobierno de progreso de Sánchez. Con las hipotecas que tendrá que pagar -o sea, nosotros- a los que le han votado. Es decir, los enemigos de España: separatistas, antisistema y herederos de ETA.

La consecuencia de lo dicho, y mucho más que se podría decir, es la sentimentalización de la vida pública, en general. No hablo de la vida privada. Cada uno que se las apañe como pueda.

De esta sentimentalización se aprovechan los políticos sin escrúpulos, demagogos y medios de difusión, especialmente de progreso. ¿Y qué hacen para aprovecharse de esta sentimentalización? Tocar la fibra sensible para conseguir las reacciones deseadas. Por ejemplo, hay que repetir, mañana, tarde y noche, que la derechona cavernícola ha desmantelado la sanidad pública. O el tema que convenga. Para eso están los medios de difusión progresistas. ¡Llega Pedro Sánchez! Volveremos a la sanidad universal y gratuita, incluidos inmigrantes ilegales. Y nos endeudaremos más. ¿Por qué no eliminar las fronteras?

¿Es que la gente es tonta? No, pero priorizar las emociones y sentimientos sobre la argumentación racional, facilita la manipulación de los medios de comunicación, el buenismo irresponsable y la autocomplacencia. ¡Qué bueno soy!

O aceptamos- con las críticas razonadas que se quiera- las sentencias de la justicia democrática, con sus apelaciones y recursos, o preferimos la excitante intimidación de masas indignadas y vociferantes.

PD. No estamos vacunados contra la barbarie. El creciente protagonismo de multitudes enfurecidas y amenazantes -apoyadas por ciertas televisiones-, no es democracia. Es peligroso populismo.

Sebastián Urbina.

(ElMundo/6/Jului/2018.)

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