viernes, 27 de enero de 2023

VIVIENDA DE PROGRÉS

 

Vivienda de Progrès: poca, cara y fea

Por Gabriel Le Senne

El Gobierno balear aprobó en plenas navidades un decreto ley, ratificado esta semana por el Parlamento, reclasificando como suelo rústico todo el suelo urbano cuya ejecución material no se hubiera iniciado todavía. Al mismo tiempo, prohibió delimitar nuevos sectores de suelo urbanizable en ciertas circunstancias.

En román paladino: Armengol rebajó sustancialmente las posibilidades de construir vivienda nueva. Inmediatamente han salido promotores y constructores denunciando que así –“con este Govern”– no habrá vivienda asequible.

Efectivamente, al menos desde Mises –cien años ya– sabemos que las leyes económicas son inflexibles, porque derivan de la lógica y de la propia naturaleza de las cosas. La población balear ha aumentado un 33% en el periodo 2001-2021. Si consideramos los últimos 50 años, un 126%: de 538.876 residentes en 1971 a 1.219.404 en 2021. Y el fenómeno no tiene visos de detenerse: existe una demanda brutal deseando vivir aquí. Por algo será; lo primero es dar gracias por vivir en un lugar tan atractivo. Lo segundo, lidiar con los problemas que de ello se derivan. ¡Pero no tratando de congelar el tiempo!

Es evidente que existe la necesidad de preservar el paisaje y proteger el medio ambiente. Pero al mismo tiempo, debemos proteger la actividad económica. Los nuevos residentes no viven del aire, sino que vienen porque hay trabajo. Y la construcción es el segundo sector de las islas, tras el turismo.

Bueno, afinando el análisis, existe un segmento de los nuevos residentes que sí que podemos decir que viven del aire: los europeos. Quizás acentuado por la pandemia y por la extensión del teletrabajo, son muchos los europeos del norte que están buscando asentarse en las islas.

El gobierno de Francina Armengol también lo debe de haber notado, porque anda buscando la manera de impedir que vengan. De momento se ha limitado a difundir el globo sonda de que van a prohibir la venta a extranjeros, a ver si cuela, porque la libre circulación de personas y capitales en la UE lo impide. Y es posible que haya cosechado el resultado opuesto, como ocurre tantas veces con el intervencionismo político: muchos extranjeros se han apresurado a comprar, y muchos locales a vender, por si acaso.

Quizás en este sentido vaya otra medida incluida en el mentado decreto ley, cual es la limitación para las piscinas en suelo rústico de 35 metros cuadrados de superficie y 60 metros cúbicos de volumen. La excusa: es por ahorrar agua. Ya puedes tener una finca de dos millones de cuarteradas y tropecientos manantiales naturales, que no podrás hacerte más que una charquita de siete por cinco. ¿Por qué estas medidas? Quizás sean las de la piscina del redactor de la norma: que nadie más tenga una piscina más grande que la mía. En cualquier caso, desprende un tufillo igualitario: a ver si no vienen más millonarios, y si vienen, que se... Ya expulsaron a miles de alemanes al subir el Impuesto sobre el Patrimonio. Les da igual recaudar menos: el caso es fastidiar.

Tenemos condiciones para ser la Florida europea, ya saben, el lugar de retiro y veraneo de las clases altas de la UE. Pero claro, no cabe mayor pesadilla para el separatismo de ‘progreso’. Aún así, no sé si podrán impedirlo: es difícil poner puertas al campo, y al final el mercado –o sea, el deseo de los europeos– encuentra grietas por donde filtrarse. Por el camino, da trabajo a muchos constructores, arquitectos… y abogados.

Ahora bien, es preciso arbitrar soluciones asequibles para ese otro segmento de la población, que no quiere ni puede adquirir las viviendas que desean los europeos, sino que viene a emplearse precisamente en esos trabajos humildes que el Govern puede destruir con sus políticas. De lo contrario, ya lo hemos notado, empiezan a faltar trabajadores en distintos sectores.

Al final, no nos engañemos: es imposible dejar de construir y que la vivienda se abarate. No se puede soplar y sorber a la vez. Si se restringe la oferta, ceteris paribus, se incrementa el precio. Hay que elegir, y luego ejecutar bien, con sentido común y buen gusto, la solución elegida. No toda construcción tiene por qué ser horrenda: eso suele darse en las promociones uniformes producto del intervencionismo. En realidad, la mano del hombre puede realzar la belleza natural. Como en un jardín japonés, o como el paseo de los pinos del Puerto de Pollensa. Eso sí que es auténtico progreso.

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